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¿Es tan mala la inflación?

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Hace algunas semanas, tuve ocasión de compartir una agradable velada con unos amigos. Como cabía corresponder con este tipo de reuniones, ésta se dilató hasta altas horas de la madrugada y acabamos hablando de todo lo humano y lo divino. En un momento dado, la conversación se enfocó hacia temas económicos y uno de los participantes preguntó el motivo por el que se consideraba tan mala la inflación. Según su punto de vista, si su retribución subía en la misma medida que el índice de precios al consumo (IPC), no veía problema alguno, ya que según él, todo permanecía igual.

En aquel momento me quedé un tanto estupefacto, ya que creía que los efectos perjudiciales de la inflación resultaban tan evidentes que para nadie pasaban por alto. Sin embargo, la pregunta formulada revelaba que me equivocaba, y que no todo el mundo compartía mi percepción.

Ante la anterior situación cabría preguntarse es si existe razón para preocuparse si nuestro salario se incrementa en la misma medida que el IPC. La primera apreciación que cabría hacer es que la inflación y el IPC no son la misma cosa, aunque habitualmente determinados periodistas y políticos empleen dichas palabras como sinónimos. Mientras que el primer concepto hace referencia a la pérdida de valor del dinero (envilecimiento de la moneda) que se va haciendo patente con el paso del tiempo, el segundo es un índice calculado por el Instituto Nacional de Estadística, que mide las variaciones de precio de una serie de productos que, según este organismo, representarían la cesta de la compra media en España. Por supuesto, resulta bastante complicado que dicha cesta coincida con las compras que cualquier individuo particular pueda realizar. Máxime si tenemos en cuenta que los criterios empleados por dicho organismo dejan de lado bienes tan importantes como la compra de vivienda en propiedad, y que puede representar en algunas familiar la mitad de los pagos que realizan al año.

La segunda apreciación que cabe realizar es que la inflación no se va a manifestar únicamente en un incremento en los pagos que realizamos para la adquisición de bienes o servicios. También se ve perjudicado el ahorro del individuo. Si éste se materializa en dinero líquido o depósitos bancarios el ahorrador verá cómo el valor de lo ahorrado se verá mermado por la inflación. Por el contrario, si se plasma en otros productos, tales como bienes inmuebles o metales preciosos, el ahorrador tendrá cierta cobertura frente a este fenómeno.

Por tanto podemos ver como uno de los efectos perjudiciales de la inflación es que recae esencialmente en quien tiene sus ahorros en productos líquidos. Puesto que la proporción de ahorro en moneda o depósitos es superior en personas de rentas más bajas, la primera conclusión a la que podemos llegar es que la inflación es tanto más perjudicial cuanto menores son los ingresos de la persona.

Otro aspecto que también nos afecta es la desincentivación que puede ejercer a la hora de ahorrar, especialmente por parte de las personas con menor renta que ven como el acceso a productos con cierta garantía de cobertura frente a la inflación están fuera de su alcance. Esta falta de ahorro eleva la gravedad de una situación de crisis económica, ya que existirán personas que carecerán de fondos para acometer una emergencia.

Como hemos visto los efectos de la inflación resultan bastante graves, incluso aunque aparentemente creamos que no nos puede afectar al tener garantizados los ingresos. Especialmente preocupante es la situación para las personas con menor poder adquisitivo, para los que la inflación les puede mermar una porción considerable de sus ahorros.

Es por el motivo anterior por lo que resulta especialmente grave que determinados periodistas y políticos consideran contraproducente atacar la inflación ya que, según ellos, esta lucha perjudica el crecimiento económico. La inflación tiene un carácter indiscriminado, mermando el valor de todos los ahorros monetarios que tiene cualquier persona. Pero es precisamente a quienes carecen de otro tipo de ahorro a quienes le resulta especialmente gravosa. Por tanto la medida que más beneficia a las personas de rentas bajas no es estimular un crecimiento económico artificial mediante el envilecimiento de la moneda que estimule inversiones poco rentables, sino asegurar que el ahorro del que se dispone sea cierto y no se vea mermado.

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