Las elecciones en Italia, la dimisión papal, la ceremonia de los Oscar y los lamentables escándalos de corrupción han conseguido que los focos no estén tan centrados en la ausencia de toma de decisiones económicas del Gobierno.
Cualquier cosa vale para distraer la atención. Sí ha habido esta semana, como todas las semanas, más del mismo remover el caldero de las protestas, las evaluaciones y los análisis desde la barrera. La gente en la calle mezcla churras con merinas, corrupción con recortes. Y es normal. Porque quienes están al mando aplicando las medidas que son tan inevitables son los mismos que tiene salpicones de corrupción por todos lados. No están solos. Los que señalan con el dedo, quienes deberían ser oposición, tienen los mismos manchones o más. Una vergüenza. Pero hay que decir bien alto que los recortes no están relacionados con los sobres. Los recortes son un fenómeno doloroso pero nuevo. Los sobres, en cambio, son una arraigada tradición en este país en el que el que no corre, vuela.
La evaluación de Fitch
La consultora internacional Fitch ha publicado un informe con las luces y las sombras de nuestra situación económica. Pocas novedades, la verdad. Las zonas oscuras no son cualquier cosa. La amenaza es que podemos ir a mejor, pero también a peor. Y la conclusión del diario Expansión, que hay margen para reforzar las medidas fiscales, no señala en la buena dirección.
La losa del paro; la volatilidad de los mercados, es decir, la frecuencia e intensidad de variaciones en los precios, que trae consigo una mayor incertidumbre; el déficit público, que impide ni siquiera pensar en lograr el necesario equilibrio presupuestario; el débil crecimiento de la economía y el enorme pedrusco en el camino que supone el desastre bancario español pintan un panorama poco halagüeño. Si al empobrecimiento de las familias y la debilidad de la demanda le añadimos nuevas "alegrías" fiscales, el resultado no parece muy positivo. Pero hay explicaciones para todo. Explicaciones que se resumen en el eslogan de la desidia política: no se puede hacer otra cosa. Esa excusa es de las más dañinas y nocivas que conozco. Primero, porque no es cierto. Segundo, porque transmite a la víctima, es decir, el ciudadano susceptible de ser (más) esquilmado, la sensación de que haga lo que haga, las cosas son así. Un consejo del libro de los samurái dice que cuando hay una lluvia torrencial que te pilla a la intemperie tienes dos alternativas: correr o ir despacio, pero nada evitará que te cale el agua hasta los huesos. Y ese es el mensaje que encierra ese perverso "no se puede hacer otra cosa", dense ustedes por empapados.
Hay alternativas reales
En la misma semana que Fitch publicaba su informe, Daniel Lacalle sacaba a la luz en Cotizalia el informe acerca de las posibles medidas de política económica que se pueden tomar, remitido a determinados miembros de nuestro Gobierno. Supongo que yace en un cajón junto con la vergüenza torera de quien dirige nuestro rumbo. Y junto con una brújula, probablemente.
No son medidas teóricas basadas en sesudas reflexiones sobre el sexo de los ángeles. Son aportaciones lúcidas, que se han puesto en marcha en otros sitios y que aumentarían la solidez del sistema porque generarían más ingresos estatales a largo plazo, no aquí y ahora y mañana ya veremos. Pero seguimos con esa mentalidad de poner tiritas para arreglar costurones. Estimular la demanda mediante reducciones fiscales que atraigan capitales y generen una mayor actividad económica es más seguro que seguir engordando el gasto.
Aprovechar los despilfarros en infraestructuras utilizando la imaginación, el ingenio, ese gran don, para rentabilizarlas no es un sueño imposible. Es cuestión de coraje y voluntad política. Y no hay ni lo uno ni lo otro.
El sistema político pirolítico
La última propuesta de Daniel Lacalle se refiere a los escándalos de corrupción y su efecto. Hace tiempo perdí el hilo de las múltiples tramas de corrupción que colapsan nuestro país. Este sistema lo permite. Estas leyes, mientras no veamos una hilera de encarcelados, lo permiten. No podemos escandalizarnos.
No hay igualdad ante la ley, como la ex juez Carmena reconocía en declaraciones a El País. No hay un sistema de autolimpieza que asegure que el que se manche sale fuera de la política y el que se manche por encima de la ley va dentro de la cárcel. No hay verdadera rendición de cuentas. Ni los políticos lo proponen en serio ni los ciudadanos ven más allá de sus narices. Y es imprescindible para la recuperación real de la economía, aunque no sea evidente.
Pero en nuestro país, en nuestras calles, solamente hay gente que grita "basta" y paga impuestos. O sea, no hay nada. Puestos a reclamar podíamos empezar por las leyes. Menos y más eficientes. Un sistema pirolítico.
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