El viernes pasado el gobierno, utilizando uno de sus amplios poderes, concedió el indulto a una señora que había usado de forma fraudulenta una tarjeta de crédito que se había encontrado en la calle. Lo hizo después de una campaña mediática en la que, como de costumbre, se decidió que la verdad debía ser sacrificada en nombre de la demagogia.
Se nos ha dicho que esta señora se encontró la tarjeta de crédito, junto con el DNI de su titular, en la calle. La verdad es que no se ha podido demostrar que esta señora robara la cartera donde se encontraban la tarjeta y el DNI, y por tanto solo se le acusa de lo que sí se ha podido demostrar; que usó la tarjeta de crédito en varios comercios. El resto de la historia es un cúmulo de demagogia y medias verdades con el propósito de que cierta parte de las población, aquella más propensa a perdonar los delitos contra la propiedad ajena, se apiade de una estafadora.
Se dice que la pobre mujer, en el momento de perpetrar los delitos, tenía 22 años, 2 hijos y ninguna ayuda de los padres de las criaturas. Se dice también que sólo usó la tarjeta para comprar pañales y comida para sus hijos. Y por último se dice que no ha vuelto a delinquir, y que actualmente tiene pareja y un nuevo hijo.
Es verdad que tenía 22 años y dos hijos, y parece que puede ser cierto (solo tenemos su palabra para atestiguarlo) que los padres no la daban ninguna ayuda. Lo que habría que preguntarse es qué tiene que ver todo esto en el asunto que nos ocupa. La señora escogió a sus parejas y decidió tener hijos con ellas. Es su cuerpo y ella decidió, como les gusta decir ahora a ciertas feministas. ¿Dónde está el problema? ¿Justifica eso estafar? ¿Al tener hijos joven te dan un carné con puntos para cometer delitos?
Que comprara pañales y comida para sus hijos no es verdad del todo. La señora, en el primer establecimiento al que acudió, compró productos por valor de 193 euros. Nadie ha mostrado la sentencia para que podamos ver qué productos se llevó. Lo que sí sabemos es que volvió a intentar más compras: una por 57 euros (tampoco sabemos qué se llevó) y otra de 50 euros, en la que, mira por dónde, no hay duda sobre qué adquirió: gasolina. Dato que casi ningún medio de comunicación ha sacado a la luz y que demuestra dos cosas: que no sólo usó la tarjeta para comprar comida a sus hijitos, y que al parecer la señora de 22 años, tan desvalida ella, debía de poseer algún tipo de vehículo a motor (por el importe, seguramente un coche). Como en siguientes intentos fue descubierta terminó por deshacerse de la tarjeta, por lo que queda claro que la única razón por la cual solo pudo sustraer 289 euros fue que las dependientas de las tiendas fueron lo suficientemente hábiles para impedirlo. Dependientas, por cierto, que también serían madres, pero que prefirieron alimentar sus hijos por medio de su trabajo, que por desgracia incluye no dejarse engañar por estafadoras.
Una vez cometido el delito, volvió a encontrar pareja y tuvo un nuevo hijo. Por supuesto vuelve a estar en su perfecto derecho, pero no concuerda que alguien que tiene que delinquir para mantener a sus actuales retoños decida traer al mundo otra boca a la que alimentar.
Aparte de todo esto, una de las razones más absurdas para justificar el indulto a esta señora, repetida por multitud de medios de comunicación y opinadores varios, es que un gobierno que concede indultos a banqueros y kamikazes debería concedérselo también a una pobre madre que sólo robó unos pocos euros (en realidad no robó nada, estafó e intentó estafar a varios comercios).
De esta forma nos encontramos con la justificación de delitos menores al estar amparados por los mayores. O lo que es lo mismo: con un país de sinvergüenzas.
Por supuesto a nadie se le ocurre pensar que dar poder para conceder indultos al gobierno proviene precisamente de la demagogia de casos aislados, y manipulados, como el de esta señora. Y que esa legitimación permite al gobierno usar ese poder a su conveniencia en la mayoría de otros casos, siempre que se acuerde, de vez en cuando, indultar a alguna "princesa del pueblo" para que la plebe esté contenta.
Pero que nadie piense que este es un caso aislado. Es simplemente una muestra más de que la sociedad actual solo tiene una escala de valores: lo que me beneficia es justo y lo que me perjudica, injusto.
Lo curioso es que nadie se da cuenta de que esa actitud les encadena de pies y manos ante el poder. Por ejemplo, hemos asistido al deplorable espectáculo de ver a una vicepresidenta del gobierno defender "el derecho a equivocarse". O lo que es lo mismo: el derecho a que unos (los de siempre) paguen por los errores de otros (los que el gobierno decida).
Los españolitos de a pie aplauden con las orejas; ya que los banqueros, dicen, son rescatados, qué menos que rescatar a los pobres curritos que van a perder su casa. Hasta hemos visto un par de anuncios de empresa privadas defendiendo, "como lo mejor de España", los intentos de impedir desahucios. Pues bien, ¿para qué cree cualquier persona con dos dedos de frente que va a usar el gobierno el poder de sustraer el dinero del bolsillo de unos para ponerlo en el de otros? Pues sí, lo han adivinado, para llenarse los suyos, y los de sus lobbies, y esquilmar a los de siempre.
Pero no nos quedemos aquí. También podemos ver en Twitter y otras redes sociales un movimiento con muchos seguidores que piden no pagar la deuda pública. Al parecer les parece lo más normal del mundo que el Estado tenga el poder de impagar algo que ha prometido pagar. Por desgracia sí tiene ese poder (gracias a la gente), lo que no piensan es que al Estado le resulta mucho más fácil "impagar" los servicios que tiene comprometidos con sus ciudadanos que no pagar a sus deudores extranjeros. Y solo impagará a estos cuando esté obligado a hacer las dos cosas, algo que gracias a estos lumbreras estará bien visto por mucha gente.
Una y otra vez el ciudadano piensa que conceder poder al Estado para que éste pueda beneficiarles es la solución a todos sus males, cuando es precisamente todo lo contrario. El Estado siempre usará el poder para beneficiarse a sí mismo, y todos los días tenemos ejemplos palpables de ello. Lo malo es que no vale de nada denunciar la sinvergüencería de un político si uno no es consciente de la propia. Y por desgracia en España no hay que subir a las altas esferas para detectar el olor a podrido; este emana de cada rincón de la sociedad.
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