Desde hace unas décadas la fama de los especuladores se ha ido deteriorando. La crisis financiera estadounidense y la actual recesión europea han reavivado el ardor con el que, normalmente desde el intervencionismo, se denuesta al especulador.
Economistas como Juan Ramón Rallo, director del Instituto Juan de Mariana, y otros más, han tratado de explicar en diversas ocasiones la labor económica, en especial de coordinación, desempeñada por los especuladores. A pesar de ello, se sigue reclamando regulación, intervención, control, orden, seguridad…
Lo que no mucha gente sabe y, probablemente es el mejor momento de sacarlo a colación, es que el acicate de la imaginación especuladora del mundo de las finanzas ha sido, a lo largo de la historia, el poder estatal.
En el momento en el que la escasez de metales preciosos impidió la financiación de las guerras y del comercio, fue necesario echarle imaginación e inventarse otros medios de pago. Éstos, además, eran mucho más cómodos y proporcionaban cierta seguridad al no tener que transportar el valioso metal.
La aceptación de formas simbólicas del dinero abrió un campo enorme para la creatividad humana. Un símbolo podría ser usado para representar algo de valor que estaba disponible en el almacenaje físico en otro lugar, como el grano en el depósito. Este símbolo también podría ser usado para representar algo de valor que estaría disponible más tarde en el tiempo, como un pagaré o letra de cambio, un documento que ordena a alguien pagar una cierta suma del dinero al otro en una fecha específica o cuando se dan ciertas condiciones.
Un ejemplo de la inspiración que los gobernantes aportaron al desarrollo del sistema financiero lo encontramos en el caso de la Inglaterra medieval.
En el siglo XII, la monarquía inglesa introdujo una versión temprana de la letra de cambio en forma de un pedazo serrado de madera conocida como tarja o palo de cuenta. Las cuentas al principio empezaron a usarse simultáneamente a otros tipos de dinero, cuando el papel era escaso y costoso, pero su uso persistió hasta principios del siglo XIX, después de que el papel-moneda se había hecho frecuente. Las muescas fueron usadas para denotar varias cantidades de impuestos pagaderos a la corona. Al principio las cuentas fueron simplemente usadas como una forma de recibo al pagador fiscal. Cuando el departamento de ingresos se hizo más eficiente, comenzaron a publicar cuentas para denotar una promesa del impuesto para hacer futuros pagos fiscales en tiempos especificados durante el año. Cada cuenta consistía en un par de palos. Un palo representa la cantidad de impuestos para ser pagados más tarde y otro que se quedaba la Tesorería, que representaba la cantidad de impuestos que debían ser recolectados en una fecha futura.
La Tesorería descubrió que estas cuentas también podrían ser usadas para crear dinero. Cuando la corona había agotado sus recursos corrientes, podría usar los recibos de cuenta que representan futuros pagos fiscales adeudados a la corona como una forma de pago a sus propios acreedores, que por su parte podrían recolectar los ingresos fiscales directamente de aquellos tasados o usar la misma cuenta para pagar sus propios impuestos al gobierno. Las cuentas también podrían ser vendidas a otros a cambio de moneda de oro o de plata con un descuento que reflejaba el tiempo transcurrido hasta que los impuestos fueran pagados. Así, las cuentas se convirtieron en un medio de cambio aceptado para algunos tipos de transacciones y un medio aceptado para atesorar valor.
Este ejemplo, tan lejano en el tiempo, es completamente actual: el estado utiliza a los especuladores a su antojo, pero cuando éstos se resisten a perder para sacarle las castañas del fuego a los gobernantes manirrotos, siempre queda el recurso de echarle a los mercados, a los egoístas especuladores, las culpas de todo. Y mucho más si son extranjeros.
No hay que olvidar (aunque daría para otro artículo) que al ser anónimos los participantes en los mercados, los especuladores pueden ser topos de los gobiernos con intención de alzar o dejar caer un producto, una región e incluso, un gobierno extranjero. De esta manera, la perversión sería completa, ya que, además de expulsar del mercado al especulador "real", se desvían fondos artificialmente con un motivo político.
Es por eso que, a la hora de analizar qué hacen de bueno o de malo los especuladores (o los mercados), hay que recordar que solamente si estuviéramos en una economía libre, podrían los especuladores cumplir sus funciones de la mejor manera posible. Es la intromisión del Estado la que ha conducido el mercado financiero a la sofisticación actual, la que ha dado alas a los jugadores para que les consigan financiación. De esta manera, la dependencia actual de los mercados por parte de los gobernantes europeos no parece sino un efecto del Karma político que toca pagar. En concreto, a nosotros nos toca pagar. Eso sí.
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