Skip to content

Estado de Bienestar, una teoría con pies de barro

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

La teoría económica dominante, basada en la Justicia Social, se ha materializado en la mal llamada Economía del Bienestar, hoy vigente en la mayoría de países occidentales, propagándose además como un virus letal que todo lo infecta entre las facultades de Económicas de medio mundo. Como consecuencia, economistas y políticos centran toda su atención en cómo redistribuir de la forma más eficiente posible la riqueza que posee una determinada sociedad.

Es lo que se conoce como intervención pública y, por desgracia, las escasas críticas que recibe consisten, casi exclusivamente, en poner en duda la buena gestión de los recursos disponibles. Es decir, en denunciar el despilfarro en el que tan habitualmente caen los organismos estatales. Sin embargo, dicho planteamiento adolece de un vicio circular de imposible resolución si los agentes implicados no alcanzan a comprender la naturaleza misma de la ciencia económica.

El esquema teórico vigente que guía a la Economía hace aguas en su misma base y, por ello, se formulan respuestas inadecuadas a preguntas erróneas. Así, la clave no radica en dilucidar si el poder público gestiona bien o mal unos recursos escasos que se suponen dados a fin de evitar su despilfarro, sino en cómo articular un marco institucional adecuado para que florezca la innata capacidad creativa del ser humano y, de este modo, impulsar al máximo la función empresarial, principal motor del desarrollo económico y social.

La Economía del Bienestar construye su armazón en torno al concepto de "eficiencia estática", una estrecha y reducida dimensión de la teoría económica, ya que tan sólo analiza cómo mejorar la administración de los recursos disponibles para minimizar su despilfarro. No cabe duda de que el desarrollo y profundización de esta parcela ha cosechado grandes éxitos en el ámbito de las Ciencias Naturales, y más concretamente, en la Física (eficiencia energética) y en la Ingeniería Mecánica, pero su hegemonía ha terminado por imponerse igualmente en el campo de la acción humana, esto es, las Ciencias Sociales y la Economía, con nefastos resultados.

De hecho, tal y como muestran las enseñanzas del afamado Leon Walras, la economía neoclásica, mayoritaria en nuestros días, constituye una copia casi exacta de las aplicaciones propias de la física mecánica del siglo XIX. Conceptos tales como la "necesaria" redistribución de la renta (Arthur Pigou) y de la riqueza (Wilfredo Pareto), bajo la falaz excusa de alcanzar el máximo nivel de "bienestar" social posible, parten precisamente de este error. A saber, concebir la eficiencia como algo únicamente estático, sin tener en cuenta la dimensión creadora y especulativa que, desde sus orígenes, tenía el concepto de eficiencia económica.

Y de aquellos barros estos lodos. La preeminencia de la eficiencia estática en el cuerpo de la teoría económica continuó desarrollándose a lo largo del siglo XX hasta plasmarse plenamente en el ámbito político bajo el título "Estado de Bienestar". De este modo, durante décadas la Economía ha descuidado por completo su esencia misma al marginar de su análisis y estudio la eficiencia dinámica que, tal y como señala Jesús Huerta de Soto, consiste en "la capacidad para impulsar, por un lado, la creatividad empresarial y, por otro lado, la coordinación, es decir, la capacidad empresarial para buscar, descubrir y superar los diferentes desajustes sociales".

Así pues, más allá de la administración eficiente de la casa familiar (eficiencia estática), el problema económico fundamental consiste en cómo incrementar la hacienda actuando empresarialmente y comerciando con ella (eficiencia dinámica). Un campo clave que, sin embargo, ha quedado relegado al más absoluto olvido en la mayoría de los manuales que emplean los estudiantes y profesores de Económicas.

La función empresarial, o si se prefiere la acción humana –tal y como enfatizaba Ludwig von Mises en su Tratado de Economía–, no consiste esencialmente en asignar medios dados a fines también dados de una forma óptima sino que, básicamente, consiste en buscar, descubrir y darse cuenta de nuevos fines y medios de forma activa y creadora.

Y es que, el hombre más que homo sapiens es homo agens o, si se prefiere, un homo empresario que actúa aprendiendo del pasado y usando su innata capacidad creativa (justo lo que nos distingue de los animales) para imaginar el futuro y, así, poder ir creándolo paso a paso.

Es lo que Mises denomina Praxeología, un campo de estudio en el que la teoría de la eficiencia dinámica cobra un papel primordial. Y es que, bajo este nuevo prisma todo cambia. Lo relevante no es alcanzar el máximo nivel de producción posible evitando el despilfarro y la óptima asignación de unos recursos dados mediante la redistribución, sino potenciar las capacidades empresariales del hombre para lograr ampliar continuamente una hipotética frontera máxima de producción que, gracias a la aparición de nuevos descubrimientos antes no concebidos, termina por convertirse en una curva difusa debido a su constante crecimiento y avance.

De este modo, el enfoque de la eficiencia dinámica sitúa la empresarialidad en el centro del cuerpo teórico, y sobre esta sólida base se construye el resto del edificio derribando, simultáneamente, los agrietados y constreñidos muros que encorsetaban, dejando sin respiración, a la ciencia económica. La adopción de dichas lentes dinámicas modifica la perspectiva del mundo.

Lo importante en el mercado no es alcanzar resultados "óptimos", sino propiciar las condiciones necesarias que favorezcan la creatividad empresarial. Es decir, orientar la política económica hacia la configuración de un marco institucional que respete al cien por cien la propiedad privada, potencie los intercambios comerciales de carácter voluntario, garantice el cumplimiento de los contratos y, en resumen, favorezca la actividad empresarial.

La sociedad más justa y ética será, pues, aquélla que con mayor energía y solidez defienda la empresarialidad inherente que yace en el espíritu de cada ser humano. Por ello, dicha concepción es incompatible con la existencia de un marco institucional caracterizado por el paternalismo estatal, la coacción política, los esquemas de redistribución (Economía del Bienestar) o la ausencia de plena libertad para ejercer el intercambio voluntario y, sobre todo, la función empresarial. La "eficiencia dinámica" es la llave maestra que abre la puerta a un nuevo mundo, no sólo económico sino también social y político.

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Populismo fiscal

Cómo la política impositiva del gobierno de Pedro Sánchez divide y empobrece a la sociedad española El nuevo informe del Instituto Juan de Mariana evalúa la deriva de la política