¿Es el Estado malo porque es un monopolio? ¿Son malos todos los monopolios? ¿Es la defensa o seguridad ante agresiones un bien o servicio especial?
Two of the most widely accepted propositions among political economists and political philosophers are the following:
First: Every “monopoly” is “bad” from the viewpoint of consumers. Monopoly here is understood in its classical sense as an exclusive privilege granted to a single producer of a commodity or service; i.e., as the absence of “free entry” into a particular line of production. In other words, only one agency, A, may produce a given good, x. Any such monopolist is “bad” for consumers because, shielded from potential new entrants into his area of production, the price of his product x will be higher and the quality of x lower than otherwise.
Second, the production of security must be undertaken by and is the primary function of government. Here, security is understood in the wide sense adopted in the Declaration of Independence: as the protection of life, property (liberty), and the pursuit of happiness from domestic violence (crime) as well as external (foreign) aggression (war). In accordance with generally accepted terminology, government is defined as a territorial monopoly of law and order (the ultimate decision maker and enforcer).
That both propositions are clearly incompatible has rarely caused concern among economists and philosophers, and in so far as it has, the typical reaction has been one of taking exception to the first proposition rather than the second.
Hans-Hermann Hoppe, The Myth of National Defense, Introduction, pp. 3-4.
Preguntas
¿Es el Estado malo porque es un monopolio? ¿Son malos todos los monopolios? ¿Tiene sentido hablar de monopolio cuando un agente individual o colectivo produce algo para sí mismo, de modo que no se intercambia en un mercado por problemas de costes o riesgos? ¿Es posible separar las diversas funciones del Estado y analizar cuáles son más o menos importantes, cuáles se realizan de forma más o menos eficiente, cuáles son más o menos legítimas? ¿Es la defensa o seguridad ante agresiones un bien o servicio especial?
Estado malo por monopólico
Un argumento central en la crítica del anarcocapitalismo contra el Estado es que los monopolios son malos, el Estado es un monopolio (el monopolio de la violencia legítima y la jurisdicción sobre un territorio y unos súbditos o ciudadanos), y por lo tanto el Estado es malo. Malo aquí significa que es ineficiente, que lo que produce o proporciona lo hace con peor calidad o más alto precio que si tuviera alternativas en competencia entre las cuales poder elegir: no hace falta recurrir a maldad moral, malicia (intenciones malvadas) o corrupción, factores que pueden agravar los daños producidos por el Estado.
Un problema de este argumento es que puede confundir o mezclar la monopolización de una provisión externa (de algo que se intercambia con otros) con la dirección de la acción colectiva para la provisión propia de un servicio, según cómo se interprete qué es y qué hace el Estado. En el primer caso hay posibilidad de especialización, externalización e intercambio de mercado, pero estos son prohibidos; en el segundo caso hay organización interna mediante toma de decisiones colectivas y comandos. En el primer caso el Estado es el único proveedor legal de ciertos bienes o servicios, prohibiendo la actividad de otros posibles proveedores alternativos; en el segundo caso el Estado es la institucionalización de la identidad de un grupo, el gestor de lo común, el órgano de gobierno (único por necesidad) de la acción colectiva.
El Estado es una entidad compleja y de análisis problemático: parece tener ambas características, de monopolio (que se otorga a sí mismo en múltiples áreas) y de gobierno único porque por su naturaleza y funciones no puede ser de otra manera (un grupo sólo puede tener un órgano de gobierno, aunque esta sea compuesto y complejo).
Los problemas de la acción colectiva (y los asociados entre principales y agentes) son múltiples y pueden ser muy graves, pero no son idénticos a los problemas del monopolio impuesto por la fuerza de la ley.
Monopolio
El razonamiento económico sobre la ineficiencia de los monopolios es sencillo: cuando existen varios proveedores posibles alternativos los compradores pueden elegir a los mejores, a quienes consiguen satisfacer sus preferencias a menor coste, de modo que los vendedores deben esforzarse en mejorar para satisfacer los deseos de sus clientes; si no existe competencia (o la posibilidad de entrada en el mercado), o si esta es débil, esta presión para mejorar desaparece o es menor; el monopolio entendido como un privilegio legal a un solo proveedor elimina o limita la competencia y deteriora la calidad del bien o servicio.
El monopolio puede referirse a que existe un único proveedor en un lugar y momento determinado (por diversos motivos como características del bien o servicio, tamaño del mercado insuficiente o barreras económicas o técnicas de entrada), o a que sólo puede legalmente existir un proveedor debido a un privilegio otorgado por la autoridad competente. El Estado como fuente de la ley es la entidad que establece los monopolios legales. Normalmente el Estado concede monopolios a otros, pero en el caso del Estado como monopolio este se otorga a sí mismo la exclusividad en la provisión de ciertos servicios o la realización de ciertas funciones.
El monopolio legal es malo para los consumidores como compradores o receptores de los bienes o servicios monopolizados; también es malo para los productores o vendedores a quienes se prohíbe su actividad. El monopolio legal es bueno para los monopolistas, que pueden incrementar sus beneficios con menor esfuerzo, reduciendo costes o incrementando ingresos: los aspirantes suelen estar dispuestos a pagar a los gobernantes por el privilegio del monopolio.
El monopolio legal no es malo o subóptimo si los proveedores alternativos son necesariamente peores que el monopolista, de modo que nunca serían elegidos: su eliminación como alternativa no produce ninguna pérdida de eficiencia, e incluso puede permitir ahorrar en costes de búsqueda y selección. Sin embargo puede resultar muy difícil o imposible garantizar que el monopolista es la mejor opción posible: el legislador no conoce las preferencias de los consumidores ni las capacidades de los productores; los receptores de los bienes o servicios pueden tener valoraciones subjetivas diferentes que no pueden satisfacerse por un único productor; y los agentes proveedores (actuales o potenciales) pueden mejorar o empeorar su calidad y precio, lo que llevaría a cambios en la identidad del monopolista ideal.
La posibilidad de la competencia tiene efectos positivos, como servir de acicate para que los agentes intenten mejorar: es esencial para la innovación empresarial. Pero la competencia podría tener también efectos nocivos o costes que un monopolio legal eliminaría, como la duplicación de esfuerzos en tareas que no requieren redundancia o el no aprovechamiento de economías de escala.
Aunque la maldad de los monopolios es generalmente o casi universalmente correcta, es algo que debe precisarse o matizarse: en algunas relaciones comerciales las partes pactan libremente la exclusividad en la provisión de un bien o servicio por un único proveedor, eliminando durante la duración del contrato la posibilidad de escoger otras alternativas; para algunos bienes o servicios su externalización puede resultar ineficiente o de alto riesgo, de modo que en lugar de intercambiar con otros un agente, individual o colectivo, produce por sí mismo y consume ese bien o disfruta de ese servicio (la división del trabajo con especialización no siempre es una buena idea); dado un grupo o colectivo, algunas funciones como su gobierno para la consecución de sus objetivos y el cumplimiento de sus funciones son cuestiones esencialmente internas, de difícil o problemática externalización por problemas de principal y agente; uno de los rasgos esenciales de la libertad es el autogobierno, el no estar sometido a la voluntad de otro.
Relaciones exclusivas
Es normal querer poder tener alternativas entre las cuales poder elegir, pero ciertas relaciones implican una cierta exclusividad, y en algunas circunstancias las alternativas ni siquiera tienen sentido porque el servicio no se externaliza sino que se produce para uno mismo, sea individualmente o de forma colectiva.
En algunas relaciones personales o comerciales los agentes pueden aceptar condiciones de exclusividad, prohibiéndose mutuamente (o una parte a la otra) el recurrir a alternativas: en una franquicia el franquiciado debe comprar ciertos productos solamente al franquiciador (ropa, alimentos); en una distribución en exclusiva una tienda es el único vendedor final de un producto o una marca; en un matrimonio sin poligamia los cónyuges se intercambian promesas de exclusividad o fidelidad sexual; ciertos grupos exigen lealtad y exclusividad a sus miembros, los cuales no pueden formar parte de otros grupos en competencia (mafias, bandas criminales, iglesias); algunas empresas exigen a sus empleados dedicación exclusiva.
Estas relaciones son alianzas cooperativas duraderas entre partes que aceptan ciertas restricciones por los beneficios que obtienen a cambio: seguridad, estabilidad, pertenencia a un grupo, exclusividad mutua (aceptas el monopolio o monopsonio del otro porque el otro acepta los tuyos). Las restricciones contractuales que aceptan las partes involucradas (A y B se comprometen y obligan de forma libre y voluntaria) son diferentes de las imposiciones por terceros (C coacciona a B para que sólo pueda relacionarse con A).
La defensa es especial
La especialización implica relaciones de interdependencia. Si te especializas en algo y no sabes hacer por ti mismo otras cosas que necesitas o deseas, entonces dependes de otros para conseguirlas y estos otros tienen cierto poder sobre ti. Como seguramente ellos están en la misma situación, tú tienes cierto poder sobre ellos. Si puedes elegir entre varias alternativas, cada una de ellas tiene menos poder sobre ti, o tú más poder de negociación sobre ellos.
Se obtiene seguridad por la capacidad de resistir los intentos ajenos de causar daño (seguridad pasiva, como los escudos o murallas, o puramente defensiva), y por la capacidad de causar daños en represalia contra los agresores potenciales.
Con la fuerza sucede algo particular: el panadero, como panadero, sólo puede venderte pan o negarse a hacerlo. El militar, como militar, puede defenderte, no hacer nada, o atacarte. La defensa es especial porque su externalización y cesión a especialistas es muy peligrosa. La defensa requiere la capacidad de utilizar la fuerza, el poder de hacer daño, y este es fácilmente invertible: puede usarse para uno o contra uno, puede defenderte o atacarte. Tu proveedor de seguridad puede transformarse en tu causa de inseguridad. Si un agente puede defenderte, seguramente también puede atacarte. Si tú sólo tienes riqueza y nada de fuerza, y el otro es fuerte, ¿qué le impide utilizar su fuerza para quitarte tu riqueza?
Un individuo o grupo que quiera sobrevivir y prosperar necesita cierta capacidad propia de usar la fuerza para defenderse de posibles ataques. La ayuda de otros puede ser un complemento, pero no la fuente principal de la seguridad. Las alianzas defensivas son posibles, pero en ellas todos los participantes aportan cierta capacidad bélica. Es posible pagar para que otros te defiendan, pero estas relaciones pueden parecerse más a chantajes de los poderosos sobre los débiles que a relaciones voluntarias en un mercado libre.
Los fuertes pueden someter a los débiles y a menudo lo hacen. Esto no sucede, o lo hace en menor medida, si los fuertes se preocupan por el bienestar de los débiles, normalmente porque son sus familiares, sus amigos, miembros de algún grupo por el cual sienten afecto.
Los grupos humanos como unidades de convivencia (igual que muchos grupos animales), y especialmente los más primitivos, como las tribus, son colectivos que consiguen incrementar la capacidad de uso de la fuerza para utilizarla en el ataque o la defensa frente a otros grupos y la caza o protección frente a animales. La defensa es algo que el grupo hace casi exclusivamente para sí mismo: rara vez se externaliza y no suele hacerse para otros. El grupo como agente colectivo actúa o trabaja para sí mismo: su organización económica es de cooperativa de producción y consumo de la defensa.
Dentro del grupo puede haber especialización: no todos luchan (no todos pueden o quieren, otras tareas deben ser atendidas), aunque probablemente todos contribuyen de algún modo (manteniendo a los combatientes, aportando materiales o recursos financieros), y quizás los que lo hacen tienen un estatus social especial o superior (y pueden llegar a abusar de él y convertirse en opresores internos).
El soldado normalmente sólo sirve a su grupo; puede servir a otros grupos si estos son aliados, definiendo así un grupo mayor; el soldado también puede cambiar de grupo mediante emigración o asimilación (un grupo entero absorbido por otro). Cuando el militar sirve al enemigo es un traidor y si es descubierto y capturado será duramente castigado por ello.
Los mercenarios son posibles, pero son más la excepción que la regla: pueden ser un complemento en las labores defensivas pero no el único o principal recurso. Los mercenarios pueden serlo a título individual (un soldado que trabaja para diferentes grupos) o colectivo (un grupo humano especializado en la guerra, como los gurkas).
También son posibles las naciones poderosas o imperiales que proporcionan servicios defensivos a otras: normalmente no se trata de relaciones entre iguales sino que hay dominadores y dominados. Puede suceder que un imperio defienda a naciones ajenas como parte de la defensa propia, simplemente para que no caigan en poder de algún imperio enemigo que así se volvería más poderoso.
Las alianzas defensivas son posibles pero no están exentas de problemas: un aliado puede incumplir su compromiso de ayuda, o ayudar de forma insuficiente, o incluso traicionar la alianza y convertirse en agresor. Para garantizar la cohesión y cooperación militar las alianzas tienden a transformarse en uniones políticas más fuertes.
En el mercado las empresas pueden distribuir sus productos a larga distancia si los costes de transporte son asumibles; sin embargo no todos los servicios son comercializables a larga distancia. Otra propiedad especial de la defensa es su carácter local: las murallas protegen a los que están dentro; los proyectiles funcionan mejor si se lanzan más cerca; los ejércitos no pueden defender a los protegidos si están lejos de ellos o si no controlan el territorio.
Competencia
Si las reglas de la libertad, la propiedad y la no agresión legitiman o no el uso de la fuerza (de la capacidad de hacer daño), esto indica que la capacidad de utilizan la fuerza es un bien especial.
La competencia comercial o profesional en mercados libres, aunque sea contra otros, es una actividad pacífica y legítima: uno se ofrece para servir a otros, para cooperar con otros; es competir para ser los mejores socios o partícipes en relaciones de intercambio y ser así los elegidos por los demás.
Existe también la competencia violenta, la lucha física, el combate para destruir o dañar al otro. La posibilidad del conflicto violento es una realidad biológica y humana. Los grupos humanos (al igual que muchos grupos animales) existen no sólo por la división del trabajo y la especialización, sino por la posibilidad de unir o sumar esfuerzos para tener más capacidad bélica, más fuerza ofensiva, mejores defensas, más potencial de ataque y defensa en relación a otros grupos humanos. La fuerza permite defenderse de otros, pero también conquistar, esclavizar o someter a otros.
En un mundo anarcocapitalista de intercambios de mercado para la defensa se dan ambas formas de competencia: empresas bélicas (ejércitos privados) competirían (se supone que pacíficamente) contra otros ejércitos como oferentes del servicio que consiste en competir militarmente contra potenciales agresores, es decir quizás algunos de esos mismos ejércitos si deciden no respetar las reglas del mercado libre.
Por lo general una pequeña empresa puede competir contra empresas más grandes y vencerlas (o al menos sobrevivir y prosperar) si es más eficiente: su crecimiento reflejará su éxito en el mercado, pero no la hará necesariamente más eficiente. Pero un pequeño ejército (siendo todos los demás factores iguales) será derrotado por un ejército más grande: la competencia militar tiende a generar pocos actores grandes, poderosos, que eliminan físicamente a sus adversarios o los asimilan. En el mercado importa mucho la capacidad o eficiencia relativa; en la guerra importa mucho la capacidad total o absoluta.
Para evitar dañarse mutuamente e incrementar su poder, dos o más ejércitos pueden decidir cooperar en lugar de competir entre sí. Esta capacidad de cooperación puede utilizarse para ser mejores defensores en el mercado, pero también para ser mejores agresores y opresores.
Que los grupos compitan o no violentamente unos contra otros depende de que quieran y puedan hacerlo: que perciban posibles beneficios de la victoria en la guerra en comparación con la paz; las relaciones comerciales y de amistad pueden incrementar los costes o pérdidas de la guerra y así desincentivarla. Una posibilidad problemática es la existencia de un poder hegemónico que impida agresiones entre agentes subordinados: sin embargo este poder dominante puede fácilmente abusar de su posición y convertirse en agresor sistemático.
Los ideales éticos de libertad son difíciles de conseguir en la realidad. Las normas éticas exigen que la defensa esté justifica y sea proporcional. Sin embargo los individuos o grupos, aunque puedan afirmar o creer que su conducta es ética, frecuentemente trampean y tuercen la interpretación de los hechos a su favor: cuando se tiene la capacidad de usar la fuerza es muy probable que se abuse de ella en mayor o menor medida. Además los agentes que contratan servicios defensivos probablemente quieren principalmente que estos sean eficientes y eficaces, y sólo de forma secundaria que cumplan reglas éticas contra potenciales agresores.
Más: réplicas sobre el anarcocapitalismo y sus problemas
9 Comentarios
http://etrusk.blogspot.com.es
http://etrusk.blogspot.com.es/2013/08/la-constitucion-radical-del-siglo-xxi.html
http://etrusk.blogspot.com.es/2008/05/definition-of-freedom.html
Francisco, en una sociedad
Francisco, en una sociedad anarcoliberal habría tres sujetos diferenciables de poder. En primer lugar cada individuo tendría el derecho y la capacidad (gracias a nuestro amigo Samuel Colt) de defenderse. En segundo lugar, estarían la multitud de empresas privadas de seguridad que se quisieran crear. Y en tercer lugar habría un hegemón, que por las características de la seguridad, la defensa y la justicia sería indispensable. Como bien dices, este hegemón podría volverse tiránico y opresivo. Pero eso solo iría en su propia contra, pues la unión de los ciudadanos con las empresas de seguridad en una joint venture que tuviera por finalidad acabar con el hegemón, de seguro que tendría éxito.
Por otro lado, si los ciudadanos se volvieran una horda salvaje e irracional que quisiera linchar a una minoría, o cometer cualquier salvajada, el hegemón junto con las demás empresas, impondrían el orden. Y si las pequeñas empresas se unieran en un cartel para derrotar al hegemón y gobernar despóticamente, el hegemón contaría con el apoyo de la gente, y juntos tendrían muchos números para ganar.
Hay por tanto un equilibrio, en el que habría un orden igual o mayor al actual, y la situación más plausible es que empresas pequeñas de seguridad traten de forma oculta de vulnerar la ley, pero que en cuanto sean descubiertas terminen proscritas y con sus activos incautados por aquellos que les hagan frente.
Por otro lado el hegemón del que hablo (creado a partir de la policía y el ejército actuales), recibiría su ventaja competitiva de los recursos de un fondo soberano de inversión, que se aseguraría de que las necesidades defensivas están suficientemente cubiertas; por lo que si su forma de actuar no es la adecuada, dichos fondos podrían financiar a otras empresas.
Capella, de esto tienes que
Capella, de esto tienes que leer más, de momento estás muy verde.
El Estado no es malo porque
El Estado no es malo porque suponga un perjuicio para los consumidores, sino porque ejerce violencia sobre los pacíficos. Aunque los monopolios estatales fueran eficaces en el sentido de garantizar la mayor prosperidad, y aun bienestar, de sus súbditos, seguiría siendo condenable a juicio de los que consideramos la libertad o principio de no agresión el valor supremo. Entiendo que quienes juzguen la libertad no como un fin en sí mismo sino como acaso un buen medio para otra cosa se planteen el tipo de preguntas utilitaristas de Capella. Otros preferimos en todo caso vivir a salto de mata que de perrillos falderos en el paraíso.
El argumento central de la crítica anarcocapitalista contra el Estado no es que se trate de un monopolio ineficiente, que también, sino violento. Mal empieza Capella. El anarcocapitalismo tampoco cuestiona, faltaría más, el gobierno o la dirección libremente asumida de asuntos comunes ni asimila la mera inexistencia de competencia con el monopolio coactivo. Se pregunta Capella si no confundiremos la única gestión posible de lo común con el monopolio, pero su conjetura se autorrefuta: si no cabe otra empresa provisora del servicio ¿qué necesidad existe de expulsar mediante violencia a los competidores?
Siendo verdad que una coalición o empresa sólo puede tener un órgano de gobierno, no lo es que todos debamos integrarnos en una concreta. Capella esclarece un supuesto mixti fori entre problemas de gestión e información empresarial y otros de monopolio que sólo él ha aventurado, es decir, nos descubre la pólvora: si vives solo en una isla no padecerás problemas de monopolio –viene a decir con pródigo circunloquio-, a lo sumo de corrupción y molicie. Ya, y tampoco si te esclaviza un único amo, pero no supone gran consuelo ya que la cuestión es otra: nos incomoda que nos esclavicen.
Y entre tanta paja aparece el grano hobbesiano: si Dios es trino y uno, el misterio estatal le supera de largo. Siendo legión, estamos solos ante el peligro, o sólo podemos evitar la agresión sufriéndola. Todo muy lógico. Como la seguridad es el bien principal o especial, no puede ser provista por la paz del Mercado y precisa de la agresión del Estado. De una lógica aplastante, como se ve; lo incomprensible sería, por ejemplo, el respeto que reina en el club anárquico de los Estados.
Existen sólo dos formas de interacción biológica: la cooperación y la agresión. Entre iguales, las ventajas de la primera sobre la segunda resultan obvias y terminan imponiéndose por mera selección natural. El Estado surgió y se consolidó porque ofrecía servicios de seguridad, es decir, por su evidente carácter de precursor del Mercado, no por su violencia irresistible y capacidad de aterrar. Sin una mayoría suficiente persuadida por instinto y raciocinio de las bondades de la cooperación frente a la guerra nunca habríamos superado el orden tribal. No hemos, sin embargo, erradicado la guerra porque nos debatimos entre el cálculo racional inmediato o táctico, que puede circunstancialmente aconsejar la agresión en entornos de información deficiente, y el estratégico que la condena. Como evolucionamos y nos dirigimos hacia la era de la información plena, la agresión, incluida la estatal, dejará de ser una opción razonable y sostenible.
Capella especula con que la defensa debe ser autónoma, pues no te puedes fiar de otros, siempre tentados a agredirte, para su suministro. Quién es uno y quién el resto vendría determinado por la consanguinidad, la tribu o el espíritu nacional, no está muy claro, pero siempre se trataría de una especie de instinto o reflejo subconsciente que nos salvaguardara de la traición o cálculo malicioso. Bien, aceptémosle que un negro no puede defender a un blanco ¿refuta eso la anarquía o posibilidad de libre elección de seguridad dentro del clan homogéneo? No parece percatarse de que no ha formulado una objeción seria contra el anarcocapitalismo, sino algo parecido a una conjetura identitaria –a saber, que la manifiesta superioridad de algunos grupos les incentivaría al ataque sin que a los inferiores quedara otra alternativa que el sometimiento- irrelevante al caso, pues sólo tiene sentido hablar de defensa entre iguales; no tiene objeto rebatir la especialización en la defensa, en favor de la propia o autónoma, por ser desiguales y experimentar poderosos alicientes para atacar al cliente, ya que el inferior sería siempre sojuzgado sin que encontrara ninguna utilidad en la autarquía. Resumiendo: entre iguales, siempre será posible especializar la defensa, y si somos diferentes, la defensa por cuenta propia del inferior resulta ineficaz por definición.
Que la defensa sea un bien especial, el bien por antonomasia o el principal, de ningún modo puede significar que, en flagrante contradicción, sólo deba ser suministrado por un agresor monopólico independiente de la voluntad del beneficiario. Eso constituye un razonamiento grosero y falaz, en contra además de lo que entiende Capella por “especial” en el apartado anterior: que la defensa no se puede externalizar ni confiar a terceros.
Comete Capella un error lógico básico cuando aventura que en un orden de defensa de mercado se daría una tensión entre dos formas independientes de competencia, la bélica y la pacífica, cuando por hipótesis o premisa inicial la capacidad militar estaría siempre subordinada a la ética o respeto de las reglas del mercado libre. En efecto, suponer que pueda resultar más beneficioso atacar que cooperar, lo que sólo ocurre cuando se goza de superioridad absoluta, implica que no ha lugar al mercado sino a la dominación. O una cosa o la otra, pero A y no A son imposibles a la vez. No se puede sostener que nos interesa agredirnos para obtener el servicio especial “defensa” –en cuyo caso nada ganaríamos si un tercero nos violenta a su vez para impedírnoslo-, pero cooperar para conseguir cualquier otro bien o servicio, pues significa que lo relevante y determinante de la acción no es la naturaleza de los sujetos sino la del objeto, lo cual podría ser cierto en un caso muy particular, como la disputa por un bien vital dramáticamente escaso, pero nunca en general.
El ideal anarcocapitalista no supone en absoluto confiar el orden social a la buena voluntad de la gente. Se trata de una defectuosa crítica, tan recurrente como ingenua, en la que tampoco se cuida de incurrir Capella. El anarcocapitalismo lejos de enervar el sistema de premios y castigos, de incentivos y represalias, que controla la delincuencia lo depura y refuerza con la eficacia del Mercado y una ética consistente. La trampa y la corrupción son consustanciales al Estado. El riesgo moral de defraudar las expectativas liberales que suscita la capacidad de usar la fuerza siempre será menor en un medio que en principio las reconozca y admita el desmarque que otro que las desprecie y además esté basado en clientelas cautivas. El mayor riesgo del anarcocapitalismo es que termine degenerando en… ¡lo que ya padecemos! La transición al anarcocapitalismo tampoco produciría ningún vacío de poder que alentara la proliferación de bandas criminales o mafias; las estructuras estatales de seguridad no serían desmanteladas sin más, sino que se tornarían empresas compitiendo por clientes
La conducta racional no es un caprichoso objetivo a perseguir, como correr tras una escurridiza liebre, del que pueda convenir desistir ante la excesiva dificultad. Los principios, por definición, no se adaptan a las circunstancias ni se mudan por otros si no satisfacen a corto plazo. Al igual que sería absurdo manifestarse escéptico con una norma porque siempre habrá quien desee y pueda infringirla, cuestionar un coherente principio de no agresión como pretende Capella con sus divagaciones no representa ninguna crítica seria.
A anónimo tal vez le da
A anónimo tal vez le da vergüenza que sepamos cuál es su nombre real. Qué pena.
Asegura que empiezo mal: ¿dónde habré leído yo algo así?
Él decide por qué el Estado es malo: sólo hay una razón, la suya, que el Estado es violento con los pacíficos; si hay otras razones no deben estudiarse, supongo.
No entiende que la libertad es una circunstancia, y una circunstancia que no siempre es un fin en sí mismo; uno lucha por su libertad porque así tiene menos restricciones a la hora de intentar alcanzar sus objetivos valiosos; si te quitan la libertad de hacer cosas que no te importan, tal vez no luches por esa libertad.
Anónimo quizás cree que mi artículo es exhaustivo y que no hay nada más que decir sobre el Estado, lo que no es el caso: tal vez no sabe limitarse a analizar un problema particular en profundidad sin divagar e intentar hacerlo todo a la vez.
No parece saber lo que es una refutación o cómo construir una. Si el Estado es el gobierno de lo común y sólo puede haber uno para cada común, analizar al Estado como monopolio no tiene sentido, y ahí está la confusión. Esencialmente el Estado no usa la violencia contra sus competidores (que puede hacerlo si con eso nos referimos a otros posibles gobernantes o Estados) sino contra sus propios ciudadanos.
“Siendo verdad que una coalición o empresa sólo puede tener un órgano de gobierno, no lo es que todos debamos integrarnos en una concreta.” Gran acierto: este es un problema tan grande que merece otro artículo sobre grupos e individuos; sólo lo menciono de pasada al referirme a los problemas de acción colectiva y de principal y agente.
Lo de “mixti fori” me lleva a conjeturar que Anónimo es abogado y muy de letras. Cree que he descubierto la pólvora con mi argumento, pero no ofrece ninguna referencia de quién la descubrió antes. Luego habla de vivir solo en una isla, ejemplo absurdo porque entonces no sólo no puede haber monopolio sino que tampoco necesitas un gobierno de lo común.
“Y entre tanta paja aparece el grano hobbesiano: si Dios es trino y uno, el misterio estatal le supera de largo. Siendo legión, estamos solos ante el peligro, o sólo podemos evitar la agresión sufriéndola. Todo muy lógico. Como la seguridad es el bien principal o especial, no puede ser provista por la paz del Mercado y precisa de la agresión del Estado. De una lógica aplastante, como se ve; lo incomprensible sería, por ejemplo, el respeto que reina en el club anárquico de los Estados.”
Una tontería detrás de otra. Anónimo tiene serios problemas de comprensión lectora y una gran facilidad para inventarse cosas donde no las hay. Es difícil tomarlo en serio.
“Existen sólo dos formas de interacción biológica: la cooperación y la agresión. Entre iguales, las ventajas de la primera sobre la segunda resultan obvias y terminan imponiéndose por mera selección natural.”
Anónimo pretende informarme de cosas que yo enseño a otros, qué bien. Tal vez es un poco ingenuo al creer que la cooperación termina ganando; quizás no entiende el problema, ni cómo funcionan la evolución y la selección natural.
“El Estado surgió y se consolidó porque ofrecía servicios de seguridad, es decir, por su evidente carácter de precursor del Mercado, no por su violencia irresistible y capacidad de aterrar.”
El Estado “ofrece” servicios de seguridad: ¿no hemos quedado que el Estado se impone de forma violenta? ¿El Estado de verdad es un precursor del mercado?
Anónimo tal vez no entiende que no sólo se trata de cooperar o guerrear: es posible cooperar para guerrear. Cree que “Como evolucionamos y nos dirigimos hacia la era de la información plena, la agresión, incluida la estatal, dejará de ser una opción razonable y sostenible.” Es un sueño muy bonito aunque algo ingenuo, y lo de la información plena, que suena muy neoclásico, deja mucho que desear: quizás sería mejor plantearlo como posibilidad en lugar de cierta necesidad.
Yo no he escrito que no te puedas fiar de otros, ni que siempre estén tentados a agredirte, ni que un negro no pueda defender a un blanco. Anónimo carece de inteligencia para entender lo que he escrito o de escrúpulos a la hora de inventarse cosas.
Anónimo asegura que no he formulado una objeción seria contra el anarcocapitalismo: al que no quiere ver da igual lo que le muestres. También afirma que entre iguales siempre será posible especializar la defensa, y no se da cuenta de que la especialización crea desigualdades.
Anónimo no sabe lo que es una contradicción ni una falacia y vuelve a insistir en la idea de agresor monopólico. Lo de razonamiento grosero suena a maleducado. Ni siquiera se entera de que lo especial de la defensa es que es un bien invertible (fácilmente transformable en un mal).
Anónimo insiste en que cometo un error lógico básico: como no sabe lógica ni argumentar ve en mí todos los errores que él comete, los proyecta o se los inventa.
Su análisis del ideal anarcocapitalista revela que no sabe lo que es un equilibrio evolutivamente estable.
Cree que cuestiono un coherente principio de no agresión, que genero divagaciones y que no hago ninguna crítica seria.
¿Por qué los más intelectualmente incompetentes no se darán cuenta de su incompetencia intelectual? Quién pudiera tener críticos de calidad, que además dieran la cara…
Señor Capella, yo no pretendo
Señor Capella, yo no pretendo decidir por qué el Estado es malo. Se queja de mi deficiente comprensión lectora pero la suya parece francamente mejorable. Simplemente señalo que, con independencia de las muchas razones que haya para rechazarlo, lo primordial es que se pueda o no de hecho rechazar. Esta imposibilidad, que usted soslaya en su análisis, ya convierte a priori al Estado en algo nocivo y repudiable de plano, y frente a ella carece de importancia que el mismo sea o no un buen gestor de la defensa común. Si es tan buen gestor o en la práctica el único posible ¿por qué tal organización material no puede ser escogida o surgir libremente? Esta claro que lo que caracteriza al Estado no es una concreta aptitud material (al alcance y superable por una agencia de libre elección) sino la imposición violenta, por lo que si se admite debemos tragar la rueda de molino de que para vivir seguros primero hay que sufrir agresión. Entienda que muchos abominemos de esa concepción particular de “seguridad” y prefiramos vivir tal vez en grave riesgo pero libres, así nos sentimos seguros, antes que hacerlo en una jaula.
Creo que en sus elucubraciones subyace una definición particular y concreta de “seguridad”, como determinada situación material, de la que no parece ser consciente. Le propongo otra más general y abstracta, y por ello más objetiva: seguro está quien no tolera ninguna agresión y la combate resueltamente. Se pueden esbozar dos elementales argumentos de por qué mi definición propicia un equilibrio evolutivamente más estable que sus prejuicios: céteris páribus, el libre es por definición más versátil y adaptable a entornos hostiles que el esclavo; el primero puede probar y comportarse, si le conviniera, como el segundo, pero no a la inversa. Además, la libertad de los agentes causa el orden espontáneo o procesamiento de información que mejor favorece la supervivencia.
Más difícil de demostrar sería que la obligación de ignorar las agresiones estatales reporte exclusivos beneficios generales a largo plazo. Desde luego, usted ni lo ha intentado más allá de aventurar conjeturas y digresiones, pero sí comete, con toda su presunción de magisterio, clamorosos errores de bulto, como asegurar que la libertad es una circunstancia no siempre importante en sí misma sino supeditada al interés de hacer cosas concretas. O sea, que si uno tiene más interés en violar a la vecina que ella en evitarlo, habría que considerarlo a la hora de sopesar si procede o no, pero da igual que te prohíban salir de casa, total, con el frío que hace hoy… Antes de subirse por las paredes y tratar de desacreditar a quien le señala traspiés le convendría medir las consecuencias lógicas de sus afirmaciones.
Yerra también cuando corrige la concepción weberiana del Estado, como monopolio de la violencia física legítima, considerándolo, benévolamente, el mero gobierno de la propiedad común. Claro, razona, sobre lo mío sólo puedo mandar yo, de Perogrullo; pero para que el Estado se atribuya propiedad o soberanía antes ha tenido que expropiarla a sus legítimos titulares, con lo cual pasaría de venial monopolista a directamente esclavista ¡Valiente exoneración del Estado pretende!
El eufemismo “gestor de lo propio” no representa en este caso ningún paliativo o ventaja sobre la calificación de “monopolista”. Juega usted con la ambigüedad del término “común”, que connota o sugiere “lo que a todos pertenece” pero que en el presente contexto a todas luces denota algo muy diferente, “lo que ha usurpado el Estado”, pues no consta contrato de cesión o fatal condominio. Claro está que si existiera ese inexcusable indiviso propio y genuino que precisara de un tratamiento empresarial (como sería el caso, por ejemplo, si un genio maligno hubiera confinado a la humanidad en una gigantesca nave intergaláctica condenada a vagar por el universo) tendría sentido hablar de la necesidad de un legítimo gobierno de lo común restringido a la empresa. Pero, señor Capella, la Tierra no se puede pilotar ni hay necesidad de ello. No estamos fatalmente condenados a emprender ninguna insoslayable odisea colectiva. Si pretende justificar el Estado por esa vía tendría que concretar la naturaleza teleológica que le presume y explicar sus tan variopintas maneras de manifestarse, porque para administrar la tierra y los bienes naturales comunes no se requiere de un ejecutivo; nada positivo o acción coordinada se precisa -no hay ninguna dirección ni destino universal hacia el que todos debamos encaminarnos- sino, como mucho, de un acuerdo de mínimos negativo, un principio básico de derechos de propiedad y no agresión
Le responderé a algunas preguntas y cuestiones que formula. Que el Estado se imponga de forma violenta no es óbice para que pueda ofrecer a su vez malos y caros servicios de seguridad contra terceros; de hecho hace ambas cosas sin ningún problema. No es una expresión afortunada, pero creo que el Estado podría tener un aspecto precursor o estimulador del mercado en ciertas zonas o situaciones en el sentido de propiciarlo al pacificarlas. Nadie niega la necesidad de agencias pacificadoras sino el monopolio arbitrario. No es cierto que sin monopolio (o usurpación de soberanía) no sea posible una defensa eficaz; no existe razón por la que las agencias de seguridad de libre adhesión fueran más proclives a atacarse entre sí que los estados actuales y, desde luego, aquéllas tendrían menos posibilidades de violentar a clientes conscientes, prestos a solicitar el amparo de la competencia, que las tienen los gobiernos sobre súbditos acríticos. Por otra parte, debería resultar evidente para alguien tan perspicaz como usted que la especialización no crea desigualdades definitivas sino relativas, coyunturales, transitorias, compensadas y fácilmente reversibles.
Mire, martillo de herejes, podría darle más leña, pero por hoy ya me he cansado, la verdad. No se enfade por que le haya desmontado su “brillante” idea, y vea el lado positivo: estamos cooperando; yo me divierto, no diré que atizándole en toda la cresta, pero sí desengañándole un poco, y usted ordena ese lío que tiene en la cabeza.
Saludos anónimos.
“El Estado no es malo porque
“El Estado no es malo porque suponga un perjuicio para los consumidores, sino porque ejerce violencia sobre los pacíficos.”
¿Se lee y entiende usted a sí mismo? ¿De verdad usted no decide por qué el Estado es malo?
Hay muchas cosas de las que mi análisis, como todo análisis, no trata.
Si es el Estado fuera un buen gestor de la defensa común, ¿no sería escogido libremente? ¿Qué sentido tiene hablar de las elecciones individuales cuando se trata de una decisión colectiva?
¿De verdad que una agencia privada lo va a hacer siempre igual o mejor que un Estado? ¿Algún tipo de evidencia empírica? Recuerde que tiene que ser siempre así.
“Entienda que muchos abominemos de esa concepción particular de “seguridad” y prefiramos vivir tal vez en grave riesgo pero libres”. ¿Han demostrado ustedes con sus acciones esta preferencia o se trata de meras declaraciones verbales que podrían ser falsas? Suena muy valiente lo de vivir en grave riesgo, tal vez usted hasta lo imagina en sus sueños de aventura.
Veo que insiste en que soy inconsciente, yerro y tengo prejuicios: cuánto aprendo de usted.
“seguro está quien no tolera ninguna agresión y la combate resueltamente” No basta querer, hay que poder. El libre, si se queda solo, va a ser menos fuerte que un grupo donde todos estén más o menos cohesionados. Los órdenes espontáneos son muy interesantes, pero hay entornos donde funcionan mejor los órdenes planificados: un ejército es un ejemplo de ello.
Sobre la libertad como circunstancia deseable o no, voy a ponerle un ejemplo sencillo que hasta usted podrá entender: como yo no quiero fumar, la prohibición de fumar no me molesta, e incluso en parte me beneficia porque no me gusta el humo del tabaco. Aún así promuevo la libertad de fumar cada uno en su propiedad, pero sólo por consistencia general, no por interés particular. Con lo de la violación a la vecina se le están cruzando los cables más de lo normal.
Yo no necesito hacer mucho para desacreditarlo: lo consigue usted solo. Probablemente por eso no da su nombre, insisto, que se nota mucho.
Yo no corrijo a Weber y su concepción del Estado negándolo, sino que lo aclaro y preciso. Lo de la benevolencia de considerar al Estado como gestor de la defensa común es algo que usted se inventa con su incompetencia o desfachatez habitual: veo que no sabe usar el lenguaje meramente descriptivo y explicativo e intenta colar valoraciones donde no las hay.
Dice usted que sobre lo mío solo puedo mandar yo: añado lo que usted torpemente ignora, que es que sobre lo nuestro mandamos nosotros; la propiedad colectiva es posible, a veces es legítima, y entonces no hay ninguna expropiación ni esclavitud. Y es que los grupos existen, actúan y tienen cosas. Tema distinto es quién forma parte de cada grupo, sí, ahí está el problema.
Con lo de contrato de cesión y el fatal condominio, me estoy imaginando a las tribus primitivas que torpemente ignoraban estos procedimientos al apropiarse colectivamente de algo. Lo de que a todos pertenece tal vez no se da usted cuenta de que no me refiero, por sentido común, a toda la humanidad, sino a todos los miembros del grupo, o sea al grupo. Haga un pequeño esfuerzo por ser sensato al entender.
Las respuestas a mis preguntas no dan para un aprobado, lo siento. No se moleste en intentarlo otra vez. No hace usted más que repetir los topicazos del anarcocapitalismo más ingenuo, sectario y desconectado de la realidad, que sólo llevo algo más de veinte años oyendo y leyendo. Sobre que la especialización no crea desigualdades definitivas sino reversibles: claro, de eso se trata, de que todo el mundo sea más o menos capaz de defenderse; está usted a punto de enternderlo. La especialización y externalización de la defensa deja de ser un problema cuando no las hay, o cuando todo el mundo es algo especialista en defensa.
Me divierte que piense usted que me ha dado leña, que ha desmontado mis ideas: el que no sabe, no sabe que no sabe; lo curioso que tienen las discusiones, es que los más bobos pueden creer que las han ganado; pero si creen que las han ganado, ¿por qué no dan su nombre para recoger el premio y la gloria?; no me extraña que esté cansado, esto debe de suponer un gran esfuerzo para usted, así que descanse, por favor, no se vaya a lastimar.
Ya le gustaría a usted ser hereje, que me encantan: pero se queda usted en tonto; y pesado.
Creo que a diferencia de
Creo que a diferencia de usted, gran hombre, no me interesan los premios y la gloria. No tengo ninguna necesidad de trampear ni ser deshonesto porque nada me juego y para mí el debate, como la libertad, es un fin en sí mismo y no un medio de alcanzar algo. ¿Podría usted sinceramente decir lo mismo?
He intentado ceñirme al tema e ignorar su mera descortesía, pero dos no pueden dialogar si uno no quiere y está claro que usted pretende compensar su debilidad argumental con desprecio, insultos y descalificaciones, como puede comprobarse. A continuación, pondré algunos ejemplos de su manifiesta insolvencia dialéctica.
“¿Qué sentido tiene hablar de las elecciones individuales cuando se trata de una decisión colectiva?” Una decisión colectiva no es otra cosa que mero agregado de elecciones individuales, ¿no se había percatado, Mente Privilegiada? El Estado no se caracteriza en absoluto por ser independiente de elecciones individuales, sino por la violencia que ejerce sobre el díscolo. Pretende usted que sin esta violencia es imposible una defensa eficaz, pues las deserciones debilitan al grupo, pero según el individualismo metodológico, que le sonará, lo colectivo no tiene entidad propia, o sea, el individuo no debe estar subordinado en principio a intereses ajenos (¿lo cuestiona?) y la debilidad del grupo sólo es relevante en tanto que supone debilidad del individuo. Es decir, las deserciones de otros debilitan al individuo –este es el análisis correcto- por lo que se cuidará de pertenecer a grupos que no exijan dicho compromiso contractual. Por consiguiente, para garantizar una defensa eficaz no se precisa iniciar la violencia sino exigir el cumplimiento de un contrato explícito. Esto es un argumento como Dios manda y no su filatería barata.
“¿De verdad que una agencia privada lo va a hacer siempre igual o mejor que un Estado? ¿Algún tipo de evidencia empírica? Recuerde que tiene que ser siempre así”
Me temo que sería capaz de exigir evidencias empíricas al mismo Euclides, osada es la ignorancia. Me limito a deducir corolarios y teoremas, tan simples como que las clientelas cautivas no incentivan la mejora del servicio ¿Cuántas evidencias empíricas necesita para aceptarlo?
“¿Han demostrado ustedes con sus acciones esta preferencia o se trata de meras declaraciones verbales que podrían ser falsas? Suena muy valiente lo de vivir en grave riesgo, tal vez usted hasta lo imagina en sus sueños de aventura” Pues si son falsas nos perjudicaremos ¿o no tenemos derecho a perjudicarnos? ¿Molesta usted a sus vecinas porque sus rechazos podrían ser falsos? Qué peligro tiene.
“No basta querer, hay que poder. El libre, si se queda solo, va a ser menos fuerte que un grupo donde todos estén más o menos cohesionados. Los órdenes espontáneos son muy interesantes, pero hay entornos donde funcionan mejor los órdenes planificados: un ejército es un ejemplo de ello” Nadie está libre de sufrir agresiones, pero el que se resigna a ellas está excitando la depredación. El libre puede pertenecer a un cohesionado, mediante contrato, grupo de libres, pero en un grupo de resentidos esclavos la lealtad es más dudosa. Por otra parte, no dudo de la necesidad de planificar empresas particulares y concretas, para eso están los empresarios que a nadie coaccionan y que bien pueden ser militares.
“Aún así promuevo la libertad de fumar cada uno en su propiedad, pero sólo por consistencia general, no por interés particular.” Está usted recogiendo velas, pero no tiene la gallardía de reconocerlo. Afirmó que la libertad no siempre es un fin en sí mismo, dando a entender que lo importante es alcanzar objetivos valiosos, en apoyo de la tesis de la libertad como medio; pero es evidente que no ser agredido, la libertad, no sirve de suyo para alcanzar ningún objetivo: simplemente por que no te molesten no consigues nada, tendrás que levantarte de la cama, digo yo. Usted confunde la libertad con poder y eso es un DIS-PA-RA-TE.
Y ya me cansé. Podría seguir sacudiéndole estopa de la buena pero ya estoy harto de darle lecciones gratis y además empiezo a sentir lástima de usted, tan vulnerable. Espero que al menos haya aprendido cómo se comporta un caballero, con educación y sin insultar, porque ese estilo faltón y prepotente suyo sólo trasluce su inseguridad y tal vez una infancia desgraciada. ¿Que yo también me he burlado y le estoy vacilando? ¡Pues qué quiere si me lo pone a huevo!
En lo sucesivo, le castigaré con el látigo de mi indiferencia. Hala
Pchs… Un consejo de amigo aunque no lo somos: consiga que borren todo esto, no le favorece nada
Buenas tardes. Una pena no
Buenas tardes. Una pena no poder asistir mañana al coloquio con García Paramés. Una pregunta personal: ¿sigue confiando en Bestinver o va a cambiar al nuevo fondo de Paramés? Muchas gracias. Saludos, David Luengo.