Durante las últimas 5 semanas, el mundo ha sido testigo de una buena sacudida electoral en el país más poderoso del mundo, Estados Unidos. En mi último artículo hablaba sobre la destrucción mutuamente asegurada que implicaba una repetición electoral del binomio Trump-Biden. Desde entonces, las cosas han cambiado mucho.
En estas semanas, el presidente actual renunció a una eventual nominación por parte de su partido, la vicepresidenta Kamala Harris dio un paso al frente, tomó las riendas de la campaña y se hizo con la nominación del Partido Demócrata. Adicionalmente, en la acera de enfrente, Donald Trump recibió un disparo en el oído que por unos centímetros no le cobró la vida y en estos últimos días, también obtuvo la adhesión del candidato independiente Robert Kennedy Jr.
En la acera demócrata, una especie de esperanza colectiva parece haberse adueñado de los partidarios con la renuncia de Biden y la posterior nominación de Harris. Ella podría convertirse en la primera mujer presidenta del gigante norteamericano. Sin embargo, en tan sólo unas semanas, Harris se ha visto en la tesitura se rearman una campaña electoral que pueda ganar, y que trae otra incógnita: no se sabe mucho de la candidata.
Su fortaleza es su perfil como fiscal, perseguidora de delitos y defensora del cumplimiento de las leyes. En contra, su fuerte abrazo hacia la cultura woke cuando intentó alcanzar la nominación demócrata en 2020. También su mal manejo de la crisis fronteriza que enfrenta el país (reto que le encomendó Biden) y su aparente falta de conocimiento de temas económicos e internacionales.
Estados bisagra
En las tiendas republicanas, los defectos y virtudes del candidato se conocen ampliamente. Las he analizado en un artículo anterior para el IJM. Ni siquiera un intento de asesinato han logrado cambiar la polarizadora e hiperbólica retórica de Trump. Cuenta con precios altos y una crisis en la frontera sur como puntos a su favor (al ser el candidato opositor). Pero el hartazgo que significa Trump para muchos ciudadanos junto con sus ataques personales y avanzada edad (sin tomar en cuenta sus atentados constantes contra la institucionalidad democrática del país y amor por la autocracia como concepto y praxis política) le ponen un camino empinado para reelegirse.
Con este escenario en mente: ¿quién se supone ganará? La llave la tienen los llamados estados bisagra: Michigan, Pensilvania, Wisconsin, Georgia, Arizona, Nevada y Carolina del Norte. Harris ha remontado mucho en las encuestas y actualmente tomando en cuenta los distintos sondeos. Pero ambos candidatos se encuentran en un empate técnico. Nada es seguro cuando un puñado de votos en 7 estados pueden mover tanto el péndulo.
¿Se puede prever cómo gobernaría el ganador? Esto resulta casi tan difícil de predecir como el ganador en sí mismo. No solamente debido a que del estilo de administración e ideología de Harris se sabe poco y la imprevisibilidad de Trump es una constante. También porque la composición de las cámaras legislativas está en el aire. Para que cualquiera pudiese gobernar con relativa facilidad, necesitaría una “trifecta perfecta” es decir, controlar la Casa Blanca, la Cámara de Representantes y el Senado.
Un debate televisivo
Si se pierde el control sobre alguno de esos elementos, la ecuación arrojaría como resultado una parálisis total. Es prácticamente imposible vislumbrar colaboración bipartidista en el escenario político estadounidense actual. ¿Qué se puede esperar en los dos meses restantes de campaña? Suponiendo que los eventos atípicos como renuncias de candidatos e intentos de asesinato hayan finalizado, se espera una campaña constante de ataques y reproches, exacerbada por anuncios televisivos y posts partidarios en redes sociales por parte de miles de cuentas (muchas falsas).
También queda la variable de lo que pueda hacer cada candidato en un debate televisivo cara a cara que sin duda tendrá a todo el país en vilo. Algo sí es seguro: el candidato que resuene más con los votantes independientes y suburbanos en los 7 estados clave es el que ganará. El resto del tablero (i.e., los otros 43 estados) probablemente se acomodarán como de costumbre. Otro elemento que es seguro es la incertidumbre que habrá sobre quién gane las elecciones. Pues al no saberse qué hará cada candidato si gana, cualquier apuesta es válida. Algo nada beneficioso para la economía y tejido social de un país, sobre todo cuando éste es la primera potencia del mundo.
Ver también
Estados Unidos: destrucción mutua asegurada. (Andrés Ureña).
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!