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Estamos esperando a Godot

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En 1952 se publicaba en francés la obra de teatro de Samuel Beckett Esperando a Godot. En ella, dos extraños y absurdos personajes esperaban a un tal Godot, que no se sabe quién es, para qué le esperan y si finalmente aparecería.

La trama de esta pieza de teatro del absurdo representa, a mi entender, la actitud de los españoles y, tal vez, los ciudadanos de otros países, frente a la desesperante situación económica que vivimos.

Vladimir y Estragón, los protagonistas, identifican perfectamente ese inmovilismo, esa pasividad ciudadana que adolece nuestro mundo civilizado. Nos miramos los unos a los otros esperando que Godot, el Estado, haga algo, aparezca, nos motive, nos solucione la papeleta. La diferencia es que nuestro particular Godot no es tan invisible como el de Beckett. Ha utilizado nuestro dinero, y sigue haciéndolo, para rescatar a una banca ajena al ciudadano y demasiado cercana al poder político, a pesar de ser pública y de tener como uno de sus objetivos la acción social. Me refiero a las cajas, por supuesto. Nuestro Godot de todos los partidos ha sido elegido por Vladimir y Estragón, que ahora se ven enroscados e inmóviles, en medio de la serpiente y a punto de ser devorados por ella, asfixiados, o ambas cosas.

A pesar de ello, nosotros, los Vladimir y Estragón del siglo XXI, seguimos sentados al borde del camino, esperando que el Estado sancione nuestros actos, formalice nuestra actividad económica, reconozca nuestro derecho de propiedad.

Por cuestiones laborales, he leído la crítica que el presidente del Instituto Juan de Mariana y futuro Rector de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, Gabriel Calzada, le hizo en mayo del 2004 al libro de Hernando de Soto, reputado economista peruano, The Mistery of Capital. Tengo que agradecer a Mauricio Ríos que llamara la atención sobre esta reseña y este tema.

Hernando de Soto explica que, a fin de cuentas, la economía informal, tan frecuente en países emergentes, con instituciones poco sólidas o altos niveles impositivos, aunque genera un sistema espontáneo de normas y derechos de propiedad, no consigue que se genere riqueza porque el capital es estéril; lo que él llama dead capital.

Básicamente, la idea es que si la propiedad no es reconocida por el Estado, los bancos no van a permitir el acceso al crédito y el emprendedor informal, aquel capaz de desarrollar la acción empresarial más allá de las trabas e intereses políticos, no va a poder acceder al sistema financiero.

Pero Hernando de Soto no considera la posibilidad de que, precisamente por eso, las economías informales den paso a un sistema financiero alternativo libre. Libre no de normas, que son fruto natural de las relaciones humanas, sino libre de la manipulación estatal, de la extracción interesada de la riqueza del individuo, y de las alianzas perversas entre las grandes corporaciones bancarias y los Estados. Esas alianzas que tienen una gran responsabilidad en la situación que vivimos.

La sanción estatal, que parece ser un permiso divino que concede la gracia al ciudadano para tomar decisiones, asegura principalmente el engorde de las arcas del Estado y, como vemos cada día, no necesariamente para atender al necesitado, o para crear un marco adecuado para el desarrollo de empresarios, autónomos y trabajadores. Más bien, los ingresos del Estado son destinados a proyectos aparentemente interesados en el vaporoso bien común, pero que afianzan el poder del trío maléfico compuesto por los gobiernos, las empresas al servicio del régimen y la banca estatalista, sea privada con privilegios, sea directamente pública.

La actitud de Hernando de Soto es una justificación para que la ciudadanía siga esperando a Godot, sentada al borde del camino.

El final de la obra es una muestra de lo que apunto. «Qué, ¿nos vamos?», dice uno de ellos. «Sí, vámonos», responde el otro. Y ambos permanecen inmóviles, como nosotros, esperando la aprobación divina, la licencia de apertura, la subida de impuestos, y la recuperación económica.

Un error, en toda regla. 

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