Derechos, deberes y prohibiciones éticas son formas de expresar normas de conducta para minimizar los posibles conflictos entre personas y permitir el desarrollo individual y social. Estos conceptos legales sólo son aplicables a sujetos éticos existentes en cada momento, unos respecto a otros, como agentes que actúan y como receptores de los efectos de diversas acciones: no tiene sentido exigir obligaciones o aplicar protecciones a entidades inexistentes, sea porque son ficciones imaginarias, porque ya han muerto o porque aún no han nacido. Las personas que no existen no tienen problemas, no actúan, no prefieren, no valoran la realidad, no toman decisiones, no participan en ningún conflicto. Nuestros antepasados ya fallecidos tuvieron derechos pero ya no los tienen. Nuestros descendientes aún no nacidos tendrán derechos pero aún no los tienen. Los personajes de ficción sólo existen en la ficción.
La única norma ética universal, simétrica y funcional es el derecho de propiedad (junto con el cumplimiento de los pactos contractuales). Las personas inexistentes no pueden ser propietarios de nada real (ni controlan bienes ni pueden tener y expresar preferencias ni sufrir daños) y no pueden comprometerse a nada con nadie.
Sin embargo a menudo los seres humanos incluyen seres inexistentes (ancestros, divinidades, generaciones futuras) en sus argumentaciones morales por diversos motivos: ciertas normas culturales se transmiten como sabiduría de generación en generación; la creencia en espíritus con capacidades de vigilancia y recompensa o castigo refuerza el cumplimiento de normas cooperativas; la atribución del origen de las normas a agentes benevolentes y poderosos que no forman parte del grupo puede servir para evitar conflictos de interés entre cooperadores igualitarios o para justificar falazmente el dominio de los poderosos sobre los explotados.
Los seres humanos no actúan conforme a lo que es estrictamente real, sino según sus representaciones mentales imperfectas, que no abarcan toda la realidad y pueden incluir entidades irreales, recuerdos de personas ausentes o proyecciones imaginarias. En la mente de un individuo coexisten memorias de personas reales con representaciones de personalidades inexistentes, que también tienen intereses y transmiten órdenes o peticiones.
La reflexión ética es posible, pero mucha gente ignora la filosofía y la ciencia de la moral, no se pregunta por la razón de las normas o da respuestas erróneas a su sentido. Dadas las capacidades, limitaciones y especializaciones de la mente humana, a mucha gente le resulta más fácil pensar en las normas morales como resultado de la acción intencional de personas concretas que transmiten órdenes en lugar de analizar las normas como conceptos abstractos despersonalizados.
Los sentimientos morales de los humanos son valoraciones procesadas inconscientemente y percibidas como normas de conducta (inhibidores o activadores) que en general no tienen características de universalidad y simetría y pueden ser ocasionalmente (o sistemáticamente) disfuncionales. Estos imperativos morales pueden ser instintivos (genéticos) o resultado de la transmisión cultural, en especial durante la infancia del individuo.
Aunque las normas éticas son universales y simétricas, la continuidad de la especie humana es claramente particular y asimétrica: los progenitores transmiten sus genes e invierten recursos en sus hijos, quienes durante bastante tiempo no pueden mantenerse por sí mismos. Además los adultos son por lo general más fuertes y sabios que los niños, de modo que los padres suelen transmitir ideas y dar órdenes a los hijos (deberes, prohibiciones), y estos buscan su protección y tienden a asumir las indicaciones recibidas (para obtener premios o evitar castigos), llegando eventualmente a hacer suyas las reglas recibidas de sus mayores (progenitores y miembros destacados de la tribu).
Cuando los niños se hacen adultos siguen obedeciendo las indicaciones de sus mayores aunque estos hayan muerto, los honran y mantienen sus compromisos con ellos, lo cual origina un culto a los ancestros: la memoria de personas pasadas y sus ideas influye sobre la conducta moral actual. Este culto puede ser impersonal (los antepasados en general) o particularizarse en algunas figuras sobresalientes (héroes, jefes, personajes carismáticos). Dadas las exigencias de poder y sabiduría de la persuasión moral es fácil que lo histórico se transforme en mito o leyenda. La creencia en espíritus sobrenaturales vigilantes con poder para premiar y castigar refuerza la influencia de las normas morales sobre el control de la conducta.
Cada individuo actúa según sus contenidos mentales, pero esos contenidos pueden ser resultado de interacciones con otros sujetos (las conductas individuales no están completamente descorreladas, cada uno influye sobre las decisiones de los otros). Mediante la comunicación lingüística los miembros de un grupo pueden intentar manipularse unos a otros implantándose programas mentales que dirijan su comportamiento. Estas influencias mutuas permiten la coordinación social: la presión de la conformidad hace que los contenidos morales sean mayoritariamente uniformes y las acciones previsibles.
Las normas morales pueden percibirse como impersonales (simplemente haz esto o no hagas eso otro) o como órdenes que expresan la voluntad de alguien que tiene suficiente poder para premiar o castigar y capacidad de vigilancia para comprobar que sus deseos se cumplen (si no fuera así, la orden podría ignorarse). En ocasiones una persona puede camuflar sus preferencias personales y realizar afirmaciones morales como si fueran hechos objetivos básicos e irrefutables que deben ser aceptados por todos. En otros casos es posible reforzar la aceptación de un mandato cuyo sentido no se entiende (o no se quiere aceptar) explicando que procede de una persona fuerte, sabia y bondadosa (o astuta y malvada si se teme un castigo).
Si un miembro de un grupo pretende actuar como fuente de las leyes es posible que surjan conflictos de interés al imponer sus preferencias particulares. Disponer de una referencia normativa externa frente a la cual todos los individuos están en situación de igualdad puede servir para evitar este problema. Pero en los grupos humanos suele haber asimetrías de poder: los fuertes pueden someter a los débiles e imponerles su voluntad. Para evitar revueltas y afianzar su poder los poderosos pueden recurrir a la superstición popular y declarar que gobiernan por mandato divino: son simplemente representantes de una voluntad más alta a la cual todos deben someterse.
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