Para la ética de la libertad la eutanasia es perfectamente legítima para todas las partes implicadas con su consentimiento voluntario.
La eutanasia es etimológicamente la buena muerte: consiste en causar la muerte, con el mínimo dolor posible, de una persona o de un animal, normalmente para acabar con su sufrimiento o para poner fin a una situación terminal irreversible. En la eutanasia voluntaria la persona fallecida ha dado previamente su consentimiento explícito: lo ha pedido expresamente de forma deliberada, consciente y libre. En la eutanasia involuntaria (o no voluntaria) la involuntariedad no significa que la persona no quiera morir, sino que no puede expresar su voluntad en el momento de su posible aplicación: está inconsciente (coma potencialmente indefinido o irreversible, estado vegetativo), o demente, o es un bebé.
La eutanasia activa consiste en hacer algo para que la persona muera: es una intervención intencional, un acto ejecutivo suficiente para poner fin a la vida, como la inyección de un veneno o una sobredosis letal de una droga. La eutanasia pasiva consiste en dejar morir a la persona: no mantenerla artificialmente con vida, omitir o suspender un tratamiento médico necesario para prolongar una vida sin esperanza de curación (desconectar el soporte vital, evitar la distanasia, el encarnizamiento o ensañamiento terapéutico). La eutanasia indirecta es el resultado de algunos procedimientos médicos, como la sedación u otros tratamientos contra el dolor, que pueden acelerar la muerte del paciente como efecto secundario no intencionado.
La participación en un suicidio asistido es la colaboración necesaria con el suicidio de otro individuo, por ejemplo proporcionando un medio para que la persona acabe con su propia vida, como un veneno que la persona debe tomar por sí misma: se trata de ayudar a morir a quien no puede o no quiere hacerlo solo. No es lo mismo que la inducción al suicidio, que consiste en persuadir a una persona para que se suicide.
El suicidio asistido (cooperar con actos necesarios al suicidio) y la eutanasia activa voluntaria (causar la muerte) pueden parecer muy diferentes pero no lo son tanto: en la eutanasia voluntaria la persona que la recibe no es totalmente pasiva sino que debe al menos expresar su voluntad, y ese acto de declaración explícita del deseo de recibir la eutanasia puede utilizarse para activar un mecanismo automático que cause la muerte, el cual previamente ha sido preparado por un asistente.
En algunos casos se ha denominado inadecuadamente eutanasia a lo que en realidad ha sido el asesinato sistemático a gran escala por estados totalitarios (como los nazis) de discapacitados, enfermos incurables, niños con taras, miembros de diversas etnias, ancianos o adultos improductivos. Una crítica tramposa contra la legalización de la eutanasia es asociarla a estos hechos históricos como si fueran equivalentes o una consecuencia probable tras una presunta pendiente resbaladiza.
La persona que solicita la eutanasia o la asistencia al suicidio normalmente desea poner fin a su vida porque cree que es la única forma posible de evitar un sufrimiento insoportable que prevé que va a continuar o incluso empeorar: dolores agudos, fuerte depresión, cansancio vital (no encontrar sentido a la existencia, pérdida extrema de esperanza o ilusión). Normalmente la vida es buena y valiosa y la gente desea vivir, pero la vida no es un valor objetivo absoluto y en algunas circunstancias una persona puede preferir morir a malvivir: la muerte, según su propio criterio, es el mal menor.
El dolor o malestar suele estar causado por una enfermedad o discapacidad física o psíquica grave, incurable y a menudo terminal. En algunos casos el individuo pierde su autonomía o capacidad de control de forma brusca (tetraplejia por algún accidente) o gradual (enfermedades degenerativas de cuerpo y mente, como esclerosis o demencias), con posible incapacidad para moverse, asearse, respirar, ingerir alimentos, o controlar esfínteres: su vida deja de tener sentido o no quiere ser una carga para los demás. No todas las personas enfermas o discapacitadas solicitan la eutanasia: algunas deciden seguir viviendo. Los cuidados paliativos (analgésicos, sedación) o la atención a los dependientes pueden en algunos casos reducir o aliviar el sufrimiento y mejorar algo la calidad de vida del paciente, pero no hay garantía de que la mejoría sea suficiente.
Quien pide la eutanasia o la ayuda para el suicidio no lo hace por capricho sino porque suicidarse solo y por sí mismo le resulta imposible (por parálisis física o por inhibiciones psíquicas), desagradable o indigno: el intento de suicidio puede fallar y agravar la situación de la persona, el acto puede ser doloroso, o las consecuencias del mismo pueden dañar a otros (por el impacto físico de una caída, por el trauma psíquico por el descubrimiento inesperado del cadáver). Una eutanasia o un suicidio asistido, en compañía de los seres queridos, en un momento libremente elegido y en unas condiciones controladas, puede ser una opción mejor que la prolongación de la degeneración y del sufrimiento o que un suicidio desesperado, clandestino, trágico y en soledad.
La solicitud de ayuda puede causar un problema para quienes quieran ayudar pero no deseen participar en ella, por ejemplo por algún conflicto moral. Los seres queridos pueden enfrentarse a un dilema desgarrador por la impotencia ante la situación, la gravedad de la decisión por el carácter irreversible y definitivo de la muerte, y la tensión entre deseos contradictorios (quieren ofrecer ayuda, pero no causar la muerte).
La eutanasia involuntaria es problemática: de forma temporal o permanente el individuo afectado no es una persona consciente capaz de expresar su voluntad. Algunas situaciones duran horas o días (una sedación terminal), otras pueden prolongarse durante años (coma, demencia). En casos como comas o estados vegetativos puede haber dudas sobre el nivel de consciencia del individuo, su capacidad de experimentar y comunicarse, y la posible reversibilidad de la situación. Ciertos estados de inconsciencia se deben a la sedación por situación terminal de enfermedades incurables (cáncer); otros comas se deben a accidentes, y es posible mantener al paciente en un estado vegetativo durante mucho tiempo. Las incertidumbres en una situación de coma no implican que haya que mantener con vida al paciente a cualquier coste: en algunos casos unos pacientes recuperan la consciencia y ellos y sus seres queridos valoran positivamente los recursos empleados, pero en otros casos los pacientes permanecen indefinidamente en coma y los recursos empleados son malgastados; que un paciente tenga un nivel no nulo de consciencia no quiere decir que valore su experiencia como algo positivo.
Hay algunas formas posibles para decidir sobre la aplicación o no de la eutanasia involuntaria que respetan la voluntad de la persona en su estado consciente íntegro: un adulto puede haber expresado antes su preferencia, tal vez formalmente en un testamento vital, o haber delegado su decisión en otra persona, normalmente un ser querido. En estos casos son otras personas las que solicitan o rechazan la eutanasia como representantes o tutores legales en nombre de otro. El conflicto es posible cuando existen varias partes con opiniones contrapuestas que no se ponen de acuerdo: parientes, médicos, poderes públicos. Los bebés enfermos incurables, incapaces de razonar y hablar, son casos especialmente problemáticos: los progenitores o tutores legales normalmente velan por su interés y pueden decidir en su nombre, pero en algunos casos pueden prolongar su sufrimiento al aferrarse a vanas esperanzas en curas o milagros sin fundamento; los padres pueden sentir más amor y angustia, pero los médicos tienen más conocimiento de la situación y su posible evolución.
En algunas enfermedades neurológicas degenerativas, como la demencia senil de tipo Alzheimer, el individuo está consciente y se comunica pero ha sufrido un deterioro psíquico grave por pérdida de memoria (no saber quién es, no recordar a sus seres queridos), de modo que ya no es la misma persona mentalmente sana y competente que existía previamente. Algunas personas pueden solicitar la eutanasia para evitar la degeneración de esta demencia, pero si la enfermedad avanza lo suficiente la persona inicial esencialmente deja de existir y se transforma en otra diferente que es dependiente y tiene sus capacidades cognitivas alteradas, pero que quizás prefiera seguir viviendo así: hay entonces el dilema de qué voluntad tener en cuenta.
La posible aplicación de la eutanasia no tiene por qué estar restringida al ámbito de situaciones terminales o agónicas al final de la vida: esto implicaría discriminar contra quienes tienen graves sufrimientos psíquicos que son compatibles con la supervivencia, como una depresión grave persistente o una tetraplejia. Una cuestión clave relacionada con la eutanasia es determinar, siempre con conocimiento limitado e imperfecto, si un sufrimiento es temporal o permanente, si existe alguna cura para una enfermedad o un proceso de alivio natural, y si merece la pena o no aguantar en espera de una situación mejor. Algunas fuertes depresiones se pasan con el tiempo, pero otras patologías persistentes. Un tetrapléjico puede deprimirse inicialmente y mejorar después, o puede desear morir de forma consistente. Los seres queridos pueden intentar animar a una persona para que sea paciente y aguante hasta su mejoría.
Como la muerte es definitiva y los muertos no piensan ni sienten ni actúan, es imposible arrepentirse de haber recibido una eutanasia. Algunas personas vivas pueden sentir alivio por no haberse suicidado o por no haber solicitado la eutanasia en algunos casos como depresiones profundas. Sin embargo la posibilidad del cambio de opinión en el futuro no justifica la prohibición de actuar según la opinión presente. También es posible no cambiar de opinión, sufrir de forma inútil y arrepentirse de no haber pedido la eutanasia antes.
Los médicos suelen estar involucrados con la eutanasia porque quienes la solicitan suelen ser enfermos. Los farmacéuticos suelen estar involucrados con la eutanasia porque una forma común es la ingestión o la inyección de algún veneno. Sin embargo la eutanasia o la asistencia al suicidio no tienen por qué ser realizadas por un médico o por un farmacéutico: basta con disponer de un veneno, o con realizar alguna otra acción que cause la muerte (asfixia por ahogamiento, trauma por el disparo de un arma de fuego).
Para la ética de la libertad la eutanasia es perfectamente legítima para todas las partes implicadas con su consentimiento voluntario. Cada individuo es por defecto dueño de sí mismo (autoposesión o autopropiedad) y es libre para decidir sobre su propia vida y su propia muerte: tiene derecho a vivir pero no la obligación de seguir viviendo; puede disponer de su vida como desee, solo o con la ayuda pactada con otros.
La eutanasia no es una agresión maliciosa y puede ser un acto de piedad, de empatía con el sufrimiento ajeno, o incluso de amor. Si es cruel causar un sufrimiento innecesario, no practicar la eutanasia en ciertas circunstancias extremas puede ser considerado como una forma de crueldad pasiva al no hacer algo para evitar un sufrimiento inútil.
La legitimidad ética de la eutanasia no se basa en un cálculo utilitarista de maximización del bienestar o de minimización del dolor para todos los afectados: no se trata de realizar imposibles o absurdas comparaciones o compensaciones de la reducción del dolor de unos con el incremento del dolor de otros.
Cada persona puede interactuar de forma libre y voluntaria con otros con el consentimiento mutuo de ambos y sin coaccionar o agredir a nadie. Un individuo puede pedir a otro que le ayude a morir y la otra persona puede aceptar o negarse. Los contratos o compromisos formales exigibles pueden utilizarse para modificar las obligaciones, las prohibiciones y los derechos que afectan a los individuos involucrados por ellos: una persona puede obligarse a realizar una eutanasia, puede prohibirse realizar una eutanasia, o puede comprometerse a no pedir o recibir nunca una eutanasia.
Los médicos no tienen ningún privilegio o rol ético especial en la eutanasia: si su conciencia moral les plantea objeciones, o si consideran que su juramento hipocrático se lo prohíbe, pueden negarse a participar en ella. Un médico puede informar a su paciente de su situación y de posibles tratamientos alternativos, y evaluar o estimar si su enfermedad es curable o no, terminal o no: sin embargo su experiencia profesional no le otorga ningún derecho especial para decidir en su nombre o para prohibir la eutanasia a un paciente; el médico no tiene por qué ser su testigo, ni el garante de su voluntariedad, ni el certificador de su padecimiento, ni el protector de sus intereses.
Que el individuo sea libre y dueño de sí mismo no significa que esté aislado o que sus actos no puedan afectar a los demás: la propia muerte puede doler a otros, y la eutanasia puede repugnarles moralmente. Sin embargo el dueño es quien tiene derecho a decidir sobre su propiedad sin más límite que no agredir violentamente a los demás y cumplir los contratos libremente pactados. Quien pide la eutanasia no es necesariamente un egoísta que no piensa en los demás: puede tener en cuenta y lamentar el posible dolor que cause a sus seres queridos, pero no existe ningún deber ético, exigible por la fuerza, de evitar a toda costa dolor afectivo a los demás, y los seres queridos tal vez pueden comprender la decisión de quien prefiere morir en ciertas circunstancias extremas.
Aunque suela camuflarse como preocupación benevolente por el bienestar de todos, y especialmente de los más débiles, la prohibición de la eutanasia es un ejemplo claro de intolerancia, de autoritarismo y de falta de respeto por la libertad ajena. Quienes crean que la eutanasia es una mala idea pueden intentar convencer a los demás mediante la persuasión, o incluso mediante el repudio de quienes participen en ella, pero no tienen ningún derecho a prohibirla.
La eutanasia o la asistencia al suicidio pueden parecer éticamente problemáticas porque la gente tiene reacciones morales intuitivas irreflexivas, no razonadas o mal argumentadas. Normalmente, y como simplificación útil pero incompleta e imprecisa, la vida es sagrada o intocable, matar está mal y conviene castigar a los asesinos para desincentivar los asesinatos y proteger a sus víctimas: la gente casi siempre desea vivir, los códigos morales y legales prohíben el homicidio y los individuos tienen fuertes inhibiciones morales instintivas contra el asesinato. Sin embargo la eutanasia y la asistencia al suicidio son casos especiales y diferentes del asesinato: el criminal mata en contra de la voluntad de su víctima y dispone unilateralmente de su vida, mientras que quien practica la eutanasia hace el bien a quien se la pide y su relación es consentida por ambas partes.
“No matar” puede parecer una norma fundamental muy obvia contra un mal muy grave, pero en realidad es un caso particular de “no hagas a otro lo que este no quiere que le hagas”: la expresión más completa y correcta sería “no mates a otro en contra de su voluntad”. El asesinato es un crimen grave porque casi siempre los individuos desean no ser asesinados, y el asesino tiene algún interés en causar la muerte de su víctima (por odio, resentimiento, celos, venganza) o lo hace para conseguir otra cosa sin importarle el daño causado (robar, eliminar un testigo). En la situación especial de la eutanasia la persona que la pide desea morir, y quien la realiza normalmente lo hace por compasión.
Que haya o no demanda social por la eutanasia y su legalización, o que los países donde la eutanasia es legal sean minoría, son hechos irrelevantes para su juicio ético: ni la opinión popular ni el derecho positivo son fuentes de legitimidad; toda persona tiene derecho a no pedir la eutanasia y a no practicarla, pero ningún derecho a entrometerse en las interacciones libres ajenas. La eutanasia es responsabilidad de los participantes voluntariamente involucrados en ella, y no del resto de la sociedad o del Estado, el cual no debe ni prohibirla, ni fomentarla (como método de control de población o de reducción de gastos sanitarios), ni proporcionarla: aunque sus costes son muy pequeños, algunos contribuyentes podrían considerar que están financiando algo que encuentran moralmente repugnante.
La legalización de la eutanasia no significa que la ley o la sociedad en su conjunto determine cuándo o en qué circunstancias una vida deja de ser digna de ser vivida: significa que cada individuo puede decidir al respecto por sí mismo. Es la persona que pide la eutanasia quien decide, según sus circunstancias y valoraciones particulares subjetivas, que su vida ya no merece la pena. Legalizar la eutanasia no es animar a nadie a que la pida ni decidir que la vida de otros no tiene sentido.
Un posible argumento contra la eutanasia es que el derecho a la vida es inalienable. El problema de esta idea es que es un tópico falaz: la inalienabilidad correctamente interpretada se refiere a que nadie puede despojar a otro de un derecho sin su consentimiento, pero todos los derechos son alienables con el consentimiento de su poseedor. En la eutanasia voluntaria una persona da a otra permiso o derecho para disponer de su vida.
No hay ninguna contradicción terminológica o conceptual en el derecho a morir. El derecho suele ser a algo bueno, valioso, querido, para proteger intereses y bienes, y eso parece encajar mal con la muerte como algo normalmente malo o no deseado. Sin embargo hay circunstancias particulares en las cuales la muerte es el mal menor, y en realidad el derecho no es a lo bueno sino a elegir libremente la mejor o menos mala, según la valoración personal subjetiva, entre las alternativas disponibles, que en algunos casos pueden ser todas malas. La eutanasia puede ser algo triste y lamentable, pero esto no justifica su prohibición para así evitar el mal.
Los críticos de la legalización de la eutanasia protestan y argumentan que hay que promover el amor, el altruismo, la entrega y los cuidados mutuos, y que estos faltan presuntamente por culpa de la sociedad hiperindividualista, consumista, hedonista, materialista, solitaria, insolidaria, egoísta, solo preocupada por la eficiencia. Hablan mucho de amor, entrega, altruismo, cuidado y solidaridad sin que esté claro que ellos mismos realmente los practiquen: tal vez se trata de un discurso destinado a mejorar su reputación e imagen pública como presuntas buenas personas.
La legalización de la eutanasia no implica condenar a los dependientes o incapacitados ya que no es un castigo contra ellos y no les obliga a nada. Quienes teman que algunas familias no puedan costearse los cuidados de un enfermo incurable o un discapacitado son libres para asumir ellos los costes, aportar sus recursos económicos de forma altruista y ayudar a los necesitados. La legalización de la eutanasia no significa que la sociedad se desentienda del sufrimiento de los más vulnerables: no es meramente un parche ante la desatención personal, la falta de solidaridad o la escasez de recursos para los cuidados paliativos a los enfermos terminales. Quien quiera ayudar al necesitado, que intente hacerlo con sus propios medios o asociándose libremente con otros y sin obligar a participar a nadie, y sin olvidar que quien decide si le basta o no esa ayuda es cada individuo en situación de escoger si vivir o morir.
Como en cualquier realidad humana, en la eutanasia pueden cometerse abusos: puede ser conveniente utilizar algún sistema de control que ofrezca ciertas garantías o protecciones. Un posible elemento de este sistema es la expresión consciente, razonada, reiterada, consistente y ante testigos de la voluntad de quien desea morir: aunque la persona libre no tiene por qué justificar ni explicar las decisiones que toma, esta declaración puede ser un requisito de quien practica la eutanasia para ser mostrar prudencia ante una situación muy delicada y para no ser acusado de asesinato. Otro posible elemento de control es la evaluación por un médico del sufrimiento del solicitante o del carácter terminal de su enfermedad: esto tiene el problema de que el criterio del médico se considera más importante que la voluntad del individuo, el cual ya no es libre para decidir por sí mismo.
La legalización de la eutanasia no es ningún empujón catastrófico hacia una presunta pendiente resbaladiza que lleve al asesinato de los socialmente inútiles, los enfermos o los ancianos. Es posible y relativamente fácil ofrecer garantías de que las eutanasias se realizan conforme a la voluntad de quienes la piden expresamente (como testigos o protocolos de actuación), en los casos de eutanasia voluntaria, o según sus testamentos vitales o el criterio de sus seres queridos, en los casos de eutanasia involuntaria.
Aunque la aplicación de garantías para comprobar y confirmar la voluntariedad de la eutanasia parecen algo netamente positivo, las garantías excesivas pueden incentivar a algunos enfermos a solicitarla y realizarla antes por miedo a no poder hacerlo más adelante: en los casos de demencia progresiva el paciente va perdiendo la capacidad de razonar y comunicarse de forma efectiva, por lo cual puede preferir adelantar la eutanasia para no llegar a la situación en la cual la repetición clara y consistente de la confirmación es imposible, y por lo tanto la persona queda atrapada en su demencia.
Prohibir la eutanasia porque podría haber abusos o asesinatos equivaldría a prohibir las relaciones sexuales voluntarias porque eso podría desembocar en violaciones, o a prohibir el comercio porque podría haber estafas o robos. Las apelaciones apocalípticas a distopías en obras de ficción, como mundos superpoblados en los cuales se asesina de forma legal o mediante conspiraciones secretas, no son argumentos serios sino apelaciones a sesgos cognitivos que impiden el razonamiento correcto.
Un bulo persistente contra la legalización de la eutanasia es que muchos ancianos huyen en masa de países donde esta es legal por miedo a que se la practiquen sin su consentimiento: la difusión de estas historias falsas o falaces muestra la credulidad, la incompetencia intelectual y la deshonestidad de estos críticos, poco interesados por el rigor intelectual.
Que la cantidad de eutanasias o suicidios asistidos crezca en los países donde estos son legales no es ningún problema ni ningún fracaso social sino simplemente la expresión de los deseos de las personas y el resultado de los cambios institucionales y culturales en un mundo progresivamente más secular y más respetuoso de la libertad individual.
La libertad de quien pide la eutanasia o la asistencia al suicidio es meramente la ausencia de coacción o prohibición, poder decidir sin ser forzado por otros. Las circunstancias determinantes como el dolor o el sufrimiento no invalidan el consentimiento informado y son parte esencial de la motivación de la solicitud.
Una preocupación de críticos de la eutanasia es que algunas personas pueden verse influidas por otras para aceptar recibirla: sin embargo esto no es ninguna violación de la libertad individual, y si es posible verse influido para aceptar recibir la eutanasia en contra de la propia voluntad también es posible verse influido para rechazar recibir la eutanasia en contra de la propia voluntad.
Algunas personas promueven la legalización de la eutanasia (o el suicidio asistido) porque desean esa posibilidad para sí mismos o sus seres queridos, en el presente (discapacitados graves, enfermos terminales) o en el futuro, pero no obligan a otros en circunstancias semejantes a tomar su misma decisión. Las personas que promueven la prohibición de la eutanasia no la quieren para sí mismos ni sus seres queridos, pero además coaccionan mediante la violencia de los poderes públicos a todos los demás. Quien pide la eutanasia aplica sus preferencias de forma pacífica a sí mismo, mientras que quienes quieren prohibirla las aplican por la fuerza a todos los demás.
Un concepto del que típicamente se abusa en filosofía y bioética es el de dignidad: el problemático y aparentemente positivo concepto de dignidad se aplica al debate ético de la eutanasia tanto a favor como en contra: cada parte considera que es un concepto cuya interpretación (que normalmente no se explicita) les da la razón.
Que la eutanasia (y el suicidio) acabe con la vida, y que la vida sea necesaria para que tenga sentido la libertad, no implica que la eutanasia sea contraria a la libertad y por lo tanto deba estar prohibida. La libertad puede utilizarse para limitarse o anularse a sí misma mediante los contratos: se asumen obligaciones o prohibiciones y se entregan derechos. Un individuo puede usar su libertad para destruirse a sí mismo: la autonomía puede aplicarse de forma recursiva, reflexiva o autorreferente para destruirse a sí misma. La eutanasia implica la destrucción o finalización de la vida del individuo que libremente la ha recibido: la autonomía o capacidad de tomar decisiones de un ser vivo sirve legítimamente para terminar con esa vida y esa autonomía; no se trata de una violación de la libertad (aunque hay un muerto no hay ninguna víctima), sino del uso de la libertad de una persona para autodestruirse, y al dejar de existir la noción de libertad deja de tener sentido.
Gran parte de los malos argumentos contra la legalización de la eutanasia son de origen conservador y religioso: los dioses dan y quitan la vida y la voluntad individual es irrelevante; el sufrimiento es visto como un justo castigo a los pecados, como una forma de expiación o como una prueba para medir la fe del creyente. Los creyentes se escandalizan, se indignan, protestan contra la degradación y la decadencia de la civilización, y profetizan catástrofes futuras por el abandono de la fe y la caída en el relativismo moral: con sus creencias absurdas y su fanatismo muestran su lealtad a su propio grupo y su rechazo a sus enemigos; se felicitan unos a otros, se sienten bien por su presunta superioridad moral y son indiferentes al dolor que causan con su intolerancia contra la libertad ajena.
La vida no es ningún don divino y no pertenece a ningún dios. Decir que solo el dios de cada religión es dueño de la vida puede servir para inhibir ciertas conductas de los creyentes y conseguir que los seres humanos no se maten unos a otros (lo cual casi siempre sucede en contra del interés y de la voluntad de las víctimas), o para evitar suicidios por situaciones de desesperación que tal vez puedan superarse. Pero estas creencias religiosas están basadas en engaños (los dioses son construcciones imaginarias inexistentes, sin referentes reales), y en algunas situaciones, como la de la eutanasia, son liberticidas, fomentan la intolerancia, resultan disfuncionales y provocan sufrimiento inútil.
En cuestiones como la eutanasia los conservadores muestran que no son liberales, que son intolerantes, y que las libertades que les interesan son principalmente económicas pero no morales o personales; los progresistas o socialistas muestran cierto respeto por algunas libertades.
Una crítica de los conservadores a la eutanasia es que promueve o es ejemplo de una presunta “cultura de la muerte”. Como la muerte es algo con connotaciones negativas, los prohibicionistas autoritarios e intolerantes quieren estigmatizar a quienes promueven la libertad de todos acusándoles de fomentar o preferir la muerte a la vida. Se trata de un juego de palabras tramposo que se fija en algo obvio, como que la eutanasia tiene que ver con la muerte y matar a alguien, pero obviando elementos esenciales, como permitir la libertad del individuo y evitar la degradación y el dolor asociados a seguir con vida. La expresión “cultura de la muerte”, junto con la oposición a la legalización de la eutanasia y otras descalificaciones típicas (relativismo moral, nihilismo), pueden servir como señales de buena reputación y de pertenencia a un grupo de gente de bien frente a los rivales o gente de mal.
Referencias
– Por la legalización de la eutanasia:
Asociación Derecho a Morir Dignamente – Libres Hasta el Final
Suicidio, suicidio asistido y eutanasia involuntaria, de Albert Esplugas
Ética y eutanasia, de Francisco Capella
– Contra la legalización de la eutanasia (por lo general argumentos entre malos y pésimos):
MuerteDigna.org: Luis de Moya, sacerdote capellán en la Universidad de Navarra (Opus Dei) y tetrapléjico.
“La Eutanasia mata”. Nuevo argumentario sobre la eutanasia de e-Cristians (Josep Miró i Ardévol)
Hazte Oír – Citizen Go – Actuall
José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián
– Otros:
Libro (no leído por el autor) relacionado con la eutanasia: Morfina Roja: Toda la verdad sobre el caso del doctor Montes, las “sedaciones terminales” y la eutanasia que promueve el PSOE, de Cristina Losada.
Casos famosos: Ramón Sampedro, María José Carrasco, Vincent Lambert, Eluana Englaro, Terry Schiavo. Niños: Charlie Gard, Alfie Evans. Doctor Jack Kevorkian.
Cine: Mar adentro (Alejandro Amenábar), Million Dollar Baby (Clint Eastwood), Amor (Michael Haneke).
18 Comentarios
Yo no creo que los males del
Yo no creo que los males del mundo humano puedan solucionarse con más legislación. Siendo peligrosamente optimista, confieso que creo que hay alguna remota posibilidad de que alguno de los males de la humanidad puedan reducirse al eliminar la legislación, siendo plenamente consciente de que podrían aparecer otros.
Cualquier momento es bueno para morir. Cualquier lugar sirve. Cualquier causa produce el mismo resultado. Algunos se entristecen, otros se alegran, otros se muestran indiferentes, otros fingen que les importa. Qué más da. ¿Por qué tenemos que regularlo todo? ¿Por qué estamos tan obsesionados con dominar la naturaleza, amaestrarla, conquistarla, doblegarla, esclavizarla? ¿Tan fatuos somos que realmente creemos poder vencer a la muerte amenazándola con burocracia?
El gran peligro es el de siempre. Que no haya elección. Que elijan por ti. Que los «profesionales» de la salud (esos sí que están esclavizados) se vean obligados a hacer algo que no quieren hacer para no perder su trabajo y su licencia. Malditas licencias.
¿Por qué el PSOE y Ciudadanos están tan a favor de legalizar la eutanasia y tan en contra de legalizar todas las drogas o de legalizar la prostitución? No me lo creo. No tiene nada que ver con la libertad. Será una licencia más el morirse.
Qué será de esa puequeña parte de la realidad que es el mundo humano cuando ya solo queden en él los filisteos administrativos, ayunos de sentidos y privados de todo pensamiento.
Sr Capella:
Sr Capella:
¿Como puede Ud hablar de libertad, pretendiendo «legitimar» conductas individuales mediante la «legalización» que solo es la hemiplegia moral del establishment, de aplicación compulsiva, monopólica y punitiva?
¿Como puede hablar de libertad quien dice que «los conservadores no son liberales y » solo muestran interesarse por cuestiones económicas» mientras que «los socialistas muestran cierto respeto por algunas libertades»? ¿Sera un lapsus por aquello de la superioridad moral de la izquierda?
Los argumentos contra la «legalización» de entornos privados, individuales, no «son malos argumentos conservadores o religiosos» Es pura , valiente y sublime defensa de la libertad individual.
¿Como puede finalmente Ud, abogar por la libertad cuando deja translucir su servil cultura estatista al escribir «Estado» con mayúscula» y dios con minúscula ?
Por respeto a la libertad de expresión, que tanto molesta a todo progre y fundamentalmente en defensa de elementales valores morales de la libertad, debo decir que lamentablemente Ud , en el presente articulo, demuestra la independencia de criterio ideológico de una ameba.
Suavizando mi abstracción
Suavizando mi abstracción aristotélica, o primera impresión, sobre el escrito del señor Capèlla , que me recordó a un articulo del celebre socialista, Jose Garcia Dominguez, de Libertad Digital, aclaro mi discrepancia con el autor de este articulo
Desde el contexto biológico , la vida no puede diseccionarse de lo ético-espiritual, porque como afirma John Ecles, premio nobel en neurofisiologia «la vida, incluso para la medicina avanzada, es algo misterioso y sagrado que debe ser tratada con sumo cuidado». La eliminación de la vida por acción u omisión (activa o pasiva) depende de la aprobación del propio afectado …si este estuviera lucido… Los problemas de conciencia del medico que tome la decision de terminar con la vida de alguien, surgen de la tenue y dudosa linea divisoria entre la «buena muerte» o el liso y llano crimen.
Desde el punto de vista ético o religioso: La propia Iglesia Católica (con las mismas mayúsculas del «Estado» de Capella) ha cambiado su concepto sobre el suicidio asistido , no por su procedimiento objetivo en si, sino por sus dudas de sobre la responsabilidad moral de estados de animo de seres exaltados por el sufrimiento o inermes por su situación vegetativa.
Por ultimo Capella, como racionalista positivista, ¿habrá reflexionado que método de análisis es el correcto? para que el legislador «legalice» el suicidio asistido. Yo no lo se , tampoco lo sabría Feyerabend. Pero tengo algunas pistas que vislumbran una misión imposible: Un análisis en base a la teoría de «conjuntos matemáticos» , nos conduciría a un «conjunto» de ideas abstractas, que por ende se incluye a si mismo. Sería un conjunto vacío ( …de ideas..) Se pretendería hacer un catalogo de biblioteca (Borges) que incluya todos los catálogos de principios medicos y éticos que legitimaria la eutanasia. Este nuevo catalogo (llamemoslo B) incluiría al compendio de todos los catálogos existentes en la biblioteca , A= A1 A2 A3 . Pero ahora tendríamos un catalogo B= A, A1 A2 A3 en el que B no esta incluido. Ergo deberíamos repetir el proceso ad infinitum y jamas llegaríamos a un catalogo (Codex legal?) que incluya todos los catálogos o parámetros necesarios. Quiza Russell , si viviera, nos explicaría su «paradoja» .
ESTIMADO SR. CAPELLA; DICE VD
ESTIMADO SR. CAPELLA; DICE VD : «Para la ética de la libertad la eutanasia es perfectamente legítima para todas las partes implicadas con su consentimiento voluntario. Cada individuo es por defecto dueño de sí mismo (autoposesión o autopropiedad) y es libre para decidir sobre su propia vida y su propia muerte: tiene derecho a vivir pero no la obligación de seguir viviendo; puede disponer de su vida como desee, solo o con la ayuda pactada con otros.»
SU INCONTINENTE VERBORREA CARENTE DE PRECISION Y CLARIDAD ES ALGO YA PROVERBIAL Y, ADEMAS, SIEMPRE TRUFADA DE PSEUDOCIENCIA ¿SERA QUE ALGUNO DE LOS ALGORITMOS DE SU CEREBRO ESTA MAL DISEÑADO O AUTO- RECONFIGURADO?; A VER, SI CADA INDIVIDUO ES (SIC) :»PARA LA ETICA DE LA LIBERTAD………….CADA INDIVIDUO ES POR DEFECTO DUEÑO DE SI MISMO» ; PERO SI LO ES POR DEFECTO, ENTONCES ES QUE TIENE UNA CARENCIA, UNA TARA O DEFICIENCIA QUE LE IMPIDE SER «COMME IL FAUT» PARA ALCANZAR OTRA ETICA NO DEFECTUOSA O SUPERIOR O PERFECCIONADA, DONDE ALCANZARIA EL «TELOS» PARA EL QUE FUE DISEÑADO, CREADO O FINALIZADO Y QUE SERIA CONFORME CON SU NATURALEZA, YA SEA ALGORITMICA, NO ALGORITMICA ( QUIZAS CON UNA MATEMATICA MAS SOFISTICADA, PERO DESCONOCIDA ) O BIOLOGICA; PERO AQUI HAY UNA CONTRADICCION LOGICA INSOLUBLE, PORQUE ONTOLOGICAMENTE, NO SE PUEDE SER UNA COSA Y SU CONTRARIA, ES DECIR, NO SER, (A ES A; ÉL ES LO MISMO QUE SI MISMO O PARA CONSIGO MISMO, SI «A» TIENE CONSCIENCIA); PERMITAME AÑADIR UN DIGRESION A MODO DE PREGUNTA RETORICA ¿CREE VD. QUE UNA MAQUINA DE TURING PUEDE LLEGAR A ENTENDER, COMPRENDER O TENER CONCIENCIA DEL PRINCIPIO DE IDENTIDAD Y DE SUS COROLARIOS? PARA ELLO SE PRECISA CONSCIENCIA, UN YO, UNA IDENTIDAD, UN «SENTIR» QUE SIENTO; EN SUMA, INTELIGENCIA HUMANA, VALGA LA REDUNDACIA. ¿QUE TIENE QUE VER ESTO CON LA INTELIGENCIA COMPUTACIONAL O ALGORITMICA , MAS CONOCIDA POR IA (ARTIFICIAL)? TENDRA VD QUE REFUTAR A GÖDEL.
POR LO DEMAS ESTOY DE ACUERDO CON VD. EN LO REFERENTE AL PARRAFO MENTADO.
Deja internet.
Deja internet.
Y TU PASATE A TWITER O COMO
Y TU PASATE A TWITER O COMO SE LLAME, SE ADAPTA MEJOR A LOS CORTITOS COMO TU
¿PREGUNTO? ERES UN TAL
¿PREGUNTO? ERES UN TAL CAPELLA O UN EPIGONO SUYO? ; TE HAGO UNA PROPUESTA , TU ME DICES QUIEN ERES Y YO HAGO LO MISMO; Y A PARTIR DE AHI DEBATIMOS SOBRE LO QUE TU QUIERAS; ES DECIR, EMPEZAMOS A ARGUMENTAR, PORQUE EN ESTE SITIO, ESTOY OBSERVANDO QUE ALGUNOS ARTICULISTAS , PAGADOS DE SI MISM0 O ENCANTADOS DE HABERSE CONOCIDO , COMO EL SR. CAPELLA, RESPONDEN «AD LIBITUM»; NORMALMENTE, CUANDO LOS COMENTARIOS SON LAUDATORIOS; ESTA ACTITUD, DEMUESTRA UNA PERSONALIDAD BASTANTE NARCISISTA , PROPIA DE LOS ACADEMICISTAS FATUOS Y QUE EN EL TERRENO DE LAS IDEAS SON INCAPACES DE BAJARSE DE SU TORRE DE CONTROL, PORQUE LES DA PANICO QUE ALGUIEN LOS OBLIGUE A ATERRIZAR.
Turgot : tu anónimo se sabe
Turgot : tu anónimo se sabe muy necio para debatir con tu lógica. Quienes no poseen la rica aleatoriedad de la naturaleza para razonar y argumentan con rígidos algoritmos son solo carcasas vacías que responden al estimulo de la lógica con un «cortito» exabrupto desconectado de una realidad multiforme y cambiante a la que nunca lograran aprehender. Quod natura non dat, Salmantica non præstat.
Qué falso debate el de la
Qué falso debate el de la eutanasia, plagado de imposturas e hipocresías, donde lo que menos importa es la libertad y la dialéctica, pero sí, en cambio, sin reparar en manipulaciones y falacias, meramente arrimar el ascua a la sardina en la guerra de trincheras que es la política.
Creo que la cosa no puede estar más clara: por supuesto que cada persona debe ser libre para decidir sobre su vida y su muerte pudiendo solicitar llegado el caso ayuda o asistencia para morir sin que nadie se lo impida de ninguna manera. Esto significa que el sufrimiento o la situación terminal irreversible resultan por completo irrelevantes; si un individuo decide quitarse de en medio, tiene todo el derecho aunque goce de la mayor felicidad o sólo sea un capricho. Pero eso no se llama eutanasia sino suicidio. En la eutanasia alguien decide acabar con la vida ajena y eso es un homicidio en toda regla con independencia de las mejores o peores intenciones. Yo puedo considerar con gran acierto que la vida de mi vecino es pura mierda y movido por la más sincera compasión darle lo que entiendo una buena muerte, pero si cuento con el consentimiento del interesado será suicidio –por lo que ni mis buenos propósitos ni la penosidad de su vida vienen al caso- y de lo contrario, homicidio. Eso de hablar de “eutanasia voluntaria” para referirse al suicidio resulta un oxímoron peligrosísimo, porque abre la puerta, por ejemplo, al asesinato masivo de los nazis. La eutanasia siempre es “involuntaria” por definición, es decir, consiste en arrogarse la decisión, justificada moralmente, de matar a otro y por tanto sin contar con su permiso, en cuyo caso hablaríamos de mera asistencia al suicidio, que siempre es legítimo y no precisa de coartadas morales (si, por ejemplo, el suicida fuese masoquista, podría contratar la más dolorosa de las muertes para poner fin a una vida felicísima sin que desde la ética de la libertad se pudiera objetar nada)
Por tanto, un liberal que se precie no puede tener ninguna duda al respecto: suicidio o asistencia al mismo, sí; eutanasia (que supone decidir más o menos paternalmente acabar con la vida ajena), no. No, porque la voluntad humana es substancialmente impredecible y no se pueden establecer baremos objetivos que determinen sin ningún género de dudas y para todo el mundo cuándo la vida ya no merece la pena; simplemente no podemos estar seguros de que alguien incapacitado para revelar una decisión no prefiera la vida pese a todo por extraño que nos parezca.
Considero una gran inconsistencia pronunciarse a favor de la eutanasia a la vez que se reconoce lo problemática que es. Se trata del viejo y recurrente problema de si el fin justifica los medios: lo que nunca justifica es la violación impune de la norma general y abstracta; en este caso, que no se puede matar a nadie excepto que se trate de un adulto capaz que lo haya solicitado expresamente. Si aun así alguien cree firmemente que debe matar a otro por su bien, pues a pasar por caja, que las heroicidades por definición no pueden salir gratis.
También afirmar que el socialismo muestra cierto respeto por algunas libertades confirma lo desorientado que se encuentra Capella: el socialismo es la negación absoluta de la libertad, que sólo manipula a conveniencia en las guerras que disputan entre ellos, y si algunos conservadores se muestran intolerantes en algunos aspectos es por lo que arrastran de socialistas.
EXCELENTE
EXCELENTE
Para empezar no sabia que el
Para empezar no sabia que el profesor Capella era ateo o agnóstico, o bueno eso es lo que deja ver en su escrito, lo mejor del presente articulo es su esbozo teórico acerca de la terminología del tema en cuestión (eutanasia, tipos, características, etc). Lo peor de éste articulo a mi juicio es cuando dice endiosando la razón humana y cayendo en un racionalismo exagerado :
«La vida no es ningún don divino y no pertenece a ningún dios. Decir que solo el dios de cada religión es dueño de la vida puede servir para inhibir ciertas conductas de los creyentes y conseguir que los seres humanos no se maten unos a otros (lo cual casi siempre sucede en contra del interés y de la voluntad de las víctimas), o para evitar suicidios por situaciones de desesperación que tal vez puedan superarse. Pero estas creencias religiosas están basadas en engaños (los dioses son construcciones imaginarias inexistentes, sin referentes reales), y en algunas situaciones, como la de la eutanasia, son liberticidas, fomentan la intolerancia, resultan disfuncionales y provocan sufrimiento inútil.»
No señor Capella, en el debate de DIOS no se puede afirmar con vehemencia que Dios no existe dado que no se puede demostrar su existencia pero tampoco su no existencia…hasta Bertrand Rusell desistió de tratar de justificar su ateismo refutando lo irrefutable …con respecto al tema de la eutanasia creo que hay que teorizar primero en el estudio de los contratos, y la moral objetiva que de ellos se derivan para tratar de comprender éste tema tan controvertido incluso entre los que amamos la libertad. De todas maneras se aceptan todas las posiciones. Saludos…
Muy cierto
Muy cierto
Sin entrar en las cuestiones
Sin entrar en las cuestiones religiosas y filosófica implicadas, desde el punto de vista jurídico y política la aceptación legal de la eutanasia y el suicidio asistido significa la destrucción de las implicancias del derecho a la vida.
La postura liberal clásica del derecho a la vida, libertad y propiedad implica que tales derechos NO SON DISPONIBLES, ESTO ES QUE NO PUEDEN SER ANULADOS VOLUNTARIAMENTE.
Si se acepta la eutanasia y suicidio asistido facultando a una persona a eliminar la vida de otra, el derecho a la vida deja de existir y queda destruido.
Si se acepta que alguien puede «contratar» su propia muerte, también habría que acepta que alguien «contrate» su propia esclavitud. Y así, se pueden poner otros ejemplos que demuestran el absurdo a que se llega por ese camino, TERMINANDO EN LA ANULACION JURIDICA Y POLITICA DE LOS DERECHOS DEL LIBERALISMO CLASICO.
Hay derechos inalienables, también para sus titulares.
EL RAZONAMIENTO DE SU
EL RAZONAMIENTO DE SU PENULTIMO PARRAFO, ES UN NON SEQUITUR FLAGRANTE, SI SE PARTE DE LA AUTOPOSESION O AUTOPROPIEDAD, VALGA LA REDUNDANCIA; LE RECOMIENDO QUE LEA LA ETICA DE LA PROPIEDAD PRIVADA, VALGA TAMBIEN LA REDUNDACIA.
DISCULPE, EL AUTOR ES HANS
DISCULPE, EL AUTOR ES HANS HERMAN HOPPE
Turgot: Estas hiper-
Turgot: Estas hiper- racionalizando a causa del sinsentido del autor de llamar a los derechos fundamentales , derechos «por defecto», en lugar de derechos inalienables , El termino por defecto, es el disparate de asimilar la naturaleza humana como programable por ecuaciones matemáticas (algoritmos)
Parece que el autor considera que el derecho a la vida, si bien inalienable, salvo mejor voluntad del «usuario» puede este enajenarlo , transferirlo o renunciar al mismo. Lucidos estaríamos, como diría Ortega.
Sin duda uno de los mejores artículos que he leído hasta ahora sobre la Eutanasia.
La eutanasia refleja un acto de libertad (derecho a poder disponer de tu cuerpo, vida y muerte) y como representación del derecho a una muerte digna. Yo soy dueño de mi vida, cuerpo, y muerte, nadie mas, por ello, tengo derecho a poder decidir cuando quiero seguir viviendo y cuando no. Porque como bien dices, algunos preferimos morir antes que malvivir.
Enhorabuena!
Hola una pregunta si están privado de libertad, con condena grande, pueden pedir la eutanasia.