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Experimentando la teoría del control de precios en Cuba

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Es indudable que Cuba tiene grandes atractivos turísticos. Se puede visitar La Habana Vieja, bañarse en sus paradisíacas playas o hacer senderismo por Viñales. Pero para un economista, y más si es de la escuela Austriaca, y más aún si está familiarizado con la teoría de control de precios de Mises, Cuba tiene un atractivo adicional, me atrevería a decir que excepcional, que será difícil que pueda experimentar en algún otro país abierto al turismo.

La pista de la experiencia la da la existencia del ministerio de Finanzas y Precios, ubicado en la plaza de Cervantes de La Habana Vieja. En efecto, en Cuba hay controles generalizados de precios, lo cual da una oportunidad única para conocer de primera mano los efectos que Mises predice en su teoría.

Una intervención que provoca más intervención

Rápido recordatorio: Mises razona que, al establecer un precio por debajo del precio de mercado, si el gobierno quiere que efectivamente se cumpla su objetivo (esto es, que la gente pueda adquirir el bien al precio regulado) tendrá que ir ampliando el ámbito de su intervención hasta llegar a regular toda la economía con planificación central. Esto ocurre por etapas, la primera de las cuales son las ventas forzadas, lo que hace que el stock del bien se agote, puesto que la carencia de rentabilidad impide su renovación.

Pero eso lleva al desabastecimiento del bien, puesto que a su vez los productores dejarán de producirlo, a menos que se regulen los precios de los factores productor que requiere el bien a efectos de mantener su rentabilidad. Esta nueva regulación de precios desencadena procesos similares en nuevos bienes y sucesivamente hasta que al gobierno no le queda más remedio que regular todos los precios y todas las cantidades que se producen, con lo que se entra en una planificación central y el caos completo en la economía.   

Cuba: un caso único

En todos los países hay controles de precios, pero sus consecuencias son difíciles de experimentar en el día a día por el ciudadano, puesto que afectan a bienes duraderos y sus efectos tardan en notarse. Por ejemplo, la regulación de precios máximos a que están sometidos los servicios mayoristas de telecomunicaciones en Europa ralentiza los despliegues e innovaciones respecto a otras áreas geográficas, pero tarda en tener efectos directos sobre nuestra actividad. Es posible que la red vaya mal algún día, pero normalmente no lo atribuimos a que se van reduciendo las inversiones en bienes duraderos como consecuencia del control de precios. Si no se quitan estos controles, seguramente en unos años estos malos funcionamientos se generalicen, y echaremos la culpa a que los operadores no invierten, sin reparar en que dejaron de invertir porque había tal control de precios.

Por eso es tan única la experiencia cubana, porque aquí sí están estos controles de precios aplicados a todos los bienes, a los que consumimos cada día y a los que son más duraderos. Y podemos experimentar desabastecimientos, por ejemplo, de huevos o de agua embotellada, cosa casi imposible de vivir en países sin estos controles.

Llenar el depósito por 5 euros…

Empecemos por un primer control de precios, que es básico para el resto del artículo: el gobierno cubano fija el cambio entre la moneda local (peso cubano) y las divisas cuya conversión autoriza. Así, el cambio del Euro está fijado en 120 pesos cubanos. Este “precio” está por debajo del de mercado, que valora el Euro en bastante más (140-160 pesos durante mi estancia). ¿Desaparece la provisión de Euros? No, puesto que se deja funcionar al mercado informal y en éste si se llega al precio libre. Mientras el gobierno cubano no trate de forzar el cumplimiento del tipo regulado de cambio, seguirán fluyendo las divisas, incluido el dólar, cuya utilización está prohibida. O sea, que aunque hay un control de precios, este no es efectivo y no tiene consecuencias para el mercado.

Con este tipo de cambio, ya seremos capaces de analizar la situación de un bien tan preciado como la gasolina, sobre todo para quien está tratando de recorrer la isla en un auto de “renta”. El litro de gasolina especial está fijado en 30 pesos cubanos, que al cambio son 20 céntimos de euro. Sí, relean la frase anterior todas las veces que hagan falta para creérselo. Puedes llenar el depósito por 5 euros.

Si haces la cola

A ese precio, la gasolina está muy por debajo de su valor incluso en términos de poder adquisitivo cubano. ¿Cuál es la consecuencia? Desabastecimiento, colas y racionamiento, y eventual deterioro y abandono de las instalaciones. El número de gasolineras es muy reducido. El conductor pasa al lado de gasolineras sencillamente desmanteladas, otras con los temibles conos y cadenas que informan visualmente de ausencia de combustible, y cuando por fin encuentra alguna con los surtidores abiertos, no necesita verlos para saber que es así, pues la larga cola de vehículos esperando a poner gasolina actuará como heraldo.

Y entonces aparece el racionamiento. Como hay claramente más demanda que oferta al precio regulado, se tienen que implementar criterios adicionales para repartir el combustible existente. A un observador no metido en la vida cubana, el criterio le parece aleatorio,  a definición del empleado: en alguna gasolinera te dejan poner 10 litros, en otras 20, en otras llenarlo y en otras no te dejan a ti, pero a otros sí. Insisto, esto es lo que ocurre en las que tienen, que muchas carecen directamente qué vender.

Este desabastecimiento de gasolina necesariamente tiene efectos directos sobre algo bastante importante para los individuos, como es el transporte, y en particular el transporte público.

Desabastecimiento

Lo ideal para este análisis sería empezar por el precio regulado de tal servicio. Desafortunadamente (a estos efectos) no monté en ningún autobús, por lo que no sé el precio de este medio. Lo que sí sé es que iban llenos a rebosar y, por lo que comentaba la gente, su aparición es completamente imprevisible. Ambas son buenas razones para no encomendarme a su uso para llegar a sitio alguno. Lo que sí utilicé es la “lancheta” de Casablanca, un ferry de pasajeros que cruza la bahía de La Habana. Su precio: 2 pesos cubanos. O sea, ni para cubrir los costes de imprimir el ticket si es que me hubieran dado alguno. Cabe pensar que el precio del autobús público no será mucho mayor.

De ser así, estamos en otro caso de precio muy por debajo de valor y posiblemente del coste de los factores de producción. Y ello explicaría el desabastecimiento evidente que sufre la isla, tanto más acusado conforme uno se separa de La Habana. El primer efecto ya se ha descrito: autobuses llenos a rebosar, y paradas repletas de gente, mejor dicho aceras llenas de gente que uno no sabe muy bien qué están haciendo, en respuesta a la incertidumbre absoluta sobre cuándo pasará el próximo autobús.

Avanzando hacia formas de transporte del siglo XIX

Ya fuera de La Habana, lo que te encuentras es gente a caballo y. esta es buena, carros de caballo ómnibus, como en los albores del siglo XX. Sí, la gente se sube y se baja de los carros, como aquí del autobús o del tren. Si bien los carros pueden cubrir razonablemente el servicio local, ¿qué ocurre con el regional? Aquí los carros no son viables por las distancias y el tiempo que les requiere cubrirlas. Y lo que tenemos es, junto al esporádico e imprevisible autobús, todo tipo de vehículos reconvertidos en transporte de pasajeros. Por supuesto, destacan esos coches americanos de los años 50 que tantas veces hemos visto en fotos de Cuba, pero hay muchas otras alternativas de transporte, entre las que destacan los camiones a cielo abierto, donde los pasajeros van de pie agarrados donde puedan.

Por supuesto, ninguno de estos vehículos presta servicio a precios regulados. Más bien, a tenor de lo que nos comentó alguna pasajera improvisada en nuestro asiento trasero, lo contrario, precios bastante abusivos, sobre todo a la vista del precio que tiene la gasolina.

Deterioro

Si avanzamos aguas arriba en la producción tanto de la gasolina como del transporte público, lo que deberíamos encontrarnos son instalaciones cada vez más deterioradas, puesto que no hay incentivo para reinvertir en una gasolinera o en un autobús con el que apenas somos capaces de recuperar el coste del combustible. Y así es, claro: ya me referí a las gasolineras desmanteladas y no quiero abundar en el estado de los baños de aquellas que estaban operativas. En cuanto a los buses, su grado de destartalado no invita al optimismo sobre la posibilidad real de que concluyan cada uno de los viajes que empiezan.

Más en general, es bien conocido y casi mítico el estado ruinoso de numerosos inmuebles en La Habana Vieja y el Malecón, por referirme a dos sitios turísticos que cabe pensar se cuidarán mejor que los barrios periféricos. No deja de ser una consecuencia más o menos directa de la imposibilidad de obtener rentabilidad de la producción a precios regulados, que impide la reinversión en activos.

Comercio minorista

Ahora tocaría hablar del comercio minorista, y en particular de las tiendas de alimentos. Pero creo que voy a dejar el ejercicio para el avezado lector. Deduzca él a partir de lo que ocurre con gasolina y gasolineras qué puede suceder en las tiendas si el precio de un huevo está fijado en 2,2 pesos cubanos y el del litro de leche en 0,25. Ahora pregúntese cómo saber si una tienda tiene mercancías. Y deduzca por qué, pese a ello, funcionan los restaurantes.

Los anteriores son meros apuntes de una situación bastante caótica, como siempre ha correspondido a los intentos de planificación central. El turista lo observa con curiosidad, incluso científica si es economista; pero cuando vuelve a su país, que aún no “disfruta” del socialismo en la misma medida que el paraíso cubano, el drama en aquella isla sigue. Porque su observación no es más  que otro día de incertidumbre para los cubanos.

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