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Expo Zaragoza 2008, agua y desarrollo insostenible

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Dicen que son los dictadores los que tienen querencia por emular a los antiguos faraones y llenar la tierra de sus sufridos súbditos de gigantescos y costosos monumentos erigidos en los lugares más inverosímiles. Lo cierto es que las democracias tienen también un elevado número de proyectos faraónicos a sus espaldas pero con una diferencia: mientras que el dictador la levanta y punto, que para eso es dictador, la democracia tiene que explicarlo y de esa manera entramos en el turbulento mundo de la hipocresía como táctica política. Es posible que uno de los macroproyectos lúdico-políticos más repetidos por parte de los demócratas de pro sean las Exposiciones, ya sean universales, internacionales o vecinales. El presidente, el alcalde, el gobernador gusta dejar impronta de su labor a costa de los contribuyentes, que para eso le han elegido.

En algo más de dos años disfrutaremos en España de la Expo Zaragoza 2008 de la que se dice que "será la celebración Internacional de la fecunda relación del agua y las comunidades humanas, en un proyecto global, eficiente y solidario. De ahí, que el proyecto se construya sobre un concepto indisoluble: AGUA y DESARROLLO SOSTENIBLE". Y lo cierto es que la romanza, aunque un tanto hortera, es atractiva para muchos.

El sempiterno cambio climático y las sequías más o menos periódicas que vive la Península Ibérica son dos razones más que suficientes para dotar a tan histórica ciudad de una exposición políticamente correcta. Los organizadores, es decir, el Ayuntamiento que dirige el socialista Juan Antonio Belloch, tenía otra razón poderosa. La llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero supuso la derogación del Plan Hidrológico Nacional, medida del anterior gobierno del Partido Popular, no menos intervencionista, que pretendía dotar a España de un plan general de reparto de recursos hídricos a través de una serie de infraestructuras y trasvases de ríos tan caudalosos como el Ebro a zonas deficitarias pero necesitadas de agua como el turístico Levante español. Nada que ver con el libre mercado. La oposición frontal de los zaragozanos, y en general de aragoneses y catalanes, a que les tocaran su Ebro creó una impresión de egoísmo e insolidaridad inapropiada para los intereses socialistas. Una Exposición basada en el agua es ante todo una buena medida de expiación de la culpa. También lo es para gastar dinero a espuertas.

Si una cosa nos enseñó la Exposición Universal de Sevilla de 1992 fue que las medidas referentes al control de gasto público son una quimera, una utopía imposible de conseguir. Lo cierto es que cuando el control es público, el amiguismo, la arbitrariedad y en general la corrupción termina por adueñarse de la situación. Da lo mismo que sea una Exposición, el urbanismo o los parques eólicos. La ubicación de la Expo Zaragoza requiere alguna actuación en el río. Al situarse en un meandro que suele sufrir con cierta asiduidad las acometidas y las subidas de caudal del Ebro, la necesidad de un azud, de una pequeña presa que controle el caudal, es más que un capricho. Pero necesario no quiere decir ni mucho menos rentable y la rentabilidad no es un concepto que maneje el político con asiduidad.

Endesa, la eléctrica dominante en la zona, mucho más preocupada de las OPAs de Gas Natural y la alemana E.ON, desestimó realizarlo cuando descubrió que el coste que en el preacuerdo, ya deficitario, se elevaba a 24 millones de euros, se iba a casi duplicar hasta los 44. Si las cifras presupuestarias ya eran disparatadas, cuando se calculó que las pequeñas turbinas que se iban a instalar en la infraestructura, teniendo en cuenta las crecidas y los caudales medios del río, sólo generarían lo que un pequeño molino, se llegó a la conclusión de que el coste adecuado no sería de más de 3 ó 4 millones de euros y hasta ahí podíamos llegar. Por supuesto, el alcalde sufrió cierto desasosiego ante el abandono de la eléctrica. Su visión pública de la economía le hizo preguntarse cómo era posible que un empresario le creara este problema político. El concurso posterior quedó vacío ya que ninguna empresa estaba dispuesta a gastarse tanto dinero. Al final el mismo Ayuntamiento ha decidido tirar de erario público y acometer su construcción con un presupuesto inicial de 10,7 millones de euros.

Lo que está claro es la diferencia de criterio de uno y de otro, mientras que el empresario piensa en sus accionistas, en la rentabilidad, en el beneficio de aquellos que le apoyan con su dinero y su confianza, en sus clientes, el político no duda en gastarse el dinero de los contribuyentes en aventuras más o menos descabelladas, deficitarias y de dudosa utilidad. Y esto es sólo el principio, hasta 2008 restan unos cuantos meses de desarrollo insostenible, sobre todo para el contribuyente.

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