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Feminhisteria y feministerio

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Las feministas radicales hacen trampa, engañan, mienten, se hacen pasar por víctimas y aseguran que las mujeres están oprimidas por el machismo.

Feminhisteria y feministerio

Feminhisteria y feministerio: uso del lenguaje inclusivo y equitativo, con una palabra de género femenino, colocada además en primer lugar, y otra de género masculino; es una expresión que concentra información relevante en solo dos términos clave para entender el feminismo radical hegemónico.

Feminhisteria: histeria feminista, o feminismo histérico. La exageración, la distorsión, la excitación acelerada, el hiperactivismo catastrofista, irreflexivo y acrítico, son características esenciales del feminismo antiliberal hegemónico en la actualidad. No se trata de que la mujer sea histérica por su propia naturaleza, como insinúa la etimología de ese término al referirse a la matriz o útero: la histeria como neurosis no es algo exclusivamente femenino.

Las auténticas víctimas de agresiones, que obviamente existen, gritan por pánico y dolor para llamar la atención y pedir ayuda. Las feministas radicales hacen trampa, engañan, mienten, se hacen pasar por víctimas y aseguran que las mujeres están oprimidas por el machismo, el patriarcado y el capitalismo. Hablan en nombre de todas las mujeres, a quienes no representan, y se proclaman altruistas y heroicas defensoras de las débiles y vulnerables frente a los malvados y poderosos opresores. Chillan, protestan, repiten eslóganes, acusan sin pruebas, estigmatizan a sus rivales, se felicitan unas a otras, practican el postureo ético y hacen ostentación de su presunta superioridad moral. Su lenguaje es visceral, pasional y manipulador: tal vez porque el pensamiento razonado y riguroso, del que parecen no ser capaces, mostraría sus errores y falacias. El feminismo es bueno y todo lo que se le oponga es malo por definición: los que crispan, desunen y odian son los otros, los críticos del feminismo radical.

Ejemplos de feminhisteria: el eslogan “Nos están matando”; las referencias a la distopía “El cuento de la criada” al tratar la legalización de la gestación subrogada, las restricciones al aborto, o el partido político Vox; el análisis de la prostitución como algo siempre forzado y esencialmente violencia y esclavitud.

Una alternativa a la feminhisteria es la feministoria: las feministas radicales afirman que están haciendo historia, y esto es parcialmente cierto; sin embargo la historia no consta solamente de eventos positivos, y el feminismo radical claramente no lo es, aunque se considere a sí mismo “progresista”; por otro lado las historias de las feministas radicales tienen mucho de drama o tragedia, y esto es porque tienen mucho de cuentos o ficciones, y además de baja calidad.

Feministerio: politiqueo y demagogia feminista, o ministerio del feminismo. Lo personal es político, lo sexual es político, lo reproductivo es político, lo familiar y doméstico es político: todo debe quedar politizado y colectivizado, sin ningún lugar para la libertad individual, la responsabilidad y la tolerancia. El feminismo liberal se critica por imposible, contradictorio, o propio de ricas insolidarias que no practican la sororidad. El feminismo radical es hoy una herramienta electoralista y sectaria para alcanzar el poder político y expandir la coacción estatal. Tras el fracaso del socialismo y el comunismo se ha convertido en parte fundamental de la ideología antiliberal y de las políticas de identidad empleadas para polarizar, motivar y aglutinar a los votantes.

Sirve como excusa para la búsqueda de todo tipo de privilegios en forma de cuotas o subsidios y subvenciones a individuos, grupos de interés y redes clientelares corporativistas a costa del bolsillo de los contribuyentes. Hay ministerios o secretarías de la mujer o de la igualdad: no de la igualdad ante la ley sino mediante la ley. También abundan institutos, observatorios, fundaciones, organismos, informes y talleres para la formación en perspectiva de género (está mal decir ideología de género): teóricamente muchos son no gubernamentales, pero están enchufados a los presupuestos, bien regados con dinero público y siempre exigen más.

El feminismo antiliberal es marxista, intervencionista, estatista, posmoderno, colectivista, socialista, comunista, de izquierda o de extrema izquierda: decreta de forma obsesiva que el feminismo debe ser anticapitalista y opuesto al liberalismo (o al neoliberalismo, lo que suene peor). Es autoritario e intolerante: pretende defender la libertad y no para de obligar y prohibir, de decir lo que se debe y no se puede hacer.

Repite de forma acrítica e irreflexiva eslóganes y dogmas de fe absurdos que sirven como señal de pertenencia leal a un grupo cohesionado cuyos miembros compiten por demostrar su alto estatus como virtuosos progresistas. Defiende que las diferencias entre hombres y mujeres no existen o que son constructos sociales arbitrarios resultado de la educación sexista para el control patriarcal del hombre sobre la mujer: todo es cultural o sociológico; nada es biológico, natural, genético o innato. Manipula el lenguaje con descaro y no le preocupa mucho el conocimiento de la verdad porque su activismo político se basa en el engaño y el autoengaño y en ignorar o distorsionar los hechos para imponer sus valores, sus criterios y sus intereses sobre los demás.

Asegura que las mujeres están oprimidas y explotadas por el patriarcado y que todos los hombres son machistas: si alguna mujer no está de acuerdo es que está alienada, abducida, no tiene la conciencia correcta. Afirma que las mujeres que escogen voluntariamente ciertas cosas (prostitución, gestación subrogada, dedicación a la familia, preferir ciertas profesiones a otras) no lo hacen de forma realmente libre: no son autónomas, están obligadas por la necesidad o la presión social (los estereotipos, las expectativas ajenas); lo que esas mismas mujeres digan sobre sus propias decisiones no importa, no es válido y no debe tenerse en cuenta.

Feminismo y liberalismo

La libertad individual significa respeto a derechos de propiedad (especialmente la posesión de uno mismo), rechazo a la violencia y la amenaza de la misma, y derecho a compensación por daños sufridos; también implica la posibilidad de contratar con otros y la obligación de cumplir los acuerdos voluntariamente pactados. Libertad es responsabilidad y tolerancia: responsabilidad para asumir las consecuencias de las decisiones tomadas, reparar los posibles daños causados y no vivir a costa de los demás; tolerancia para respetar las decisiones ajenas que no supongan agresiones o violaciones de la libertad de nadie.

El feminismo ha sido un movimiento muy positivo y compatible con el liberalismo en la medida en que ha trabajado por la libertad de la mujer y por la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres. La causa de la libertad de la mujer es parte de la causa más amplia de la libertad del ser humano. El liberalismo defiende los derechos y deberes individuales de la mujer igual que los del hombre porque son los mismos: el sexo o el género son irrelevantes para el carácter de sujeto ético o la ciudadanía política.

Las mujeres tienen múltiples semejanzas con los hombres y también presentan diferencias en cuanto a sus capacidades y sus intereses que no son meros constructos culturales impuestos por la sociedad. Estas diferencias no implican un trato moral o legal distinto, ni a favor ni en contra. El liberalismo se basa en la igualdad ante la ley, no mediante la ley, y rechaza derechos especiales o privilegios de unos a costa de otros. Hombres y mujeres son complementarios y pueden cooperar voluntariamente sin necesidad de constituirse en clases o grupos enfrentados según su sexo.

La historia pasada de la humanidad, y el presente en algunos países, muestra abundantes ejemplos de agresiones, sumisión o discriminación legal contra las mujeres. Las mujeres pueden tener problemas específicos por su mayor vulnerabilidad frente a los hombres y su carácter de víctimas ante ciertos ataques contra su libertad como las violaciones, la esclavitud sexual, los abusos o acosos sexuales y las agresiones físicas, desde el maltrato hasta el asesinato. En algunas sociedades menos desarrolladas se dan fenómenos como la mutilación genital a niñas, los ataques por rechazo de propuestas afectivas, sexuales o matrimoniales (desfiguraciones con ácido), los matrimonios forzados y de menores, los castigos discriminatorios y violentos por adulterio (como la lapidación), el control de la conducta, la vestimenta o la actividad sexual de la mujer, o su sumisión a su padre, a sus hermanos o a su marido.

Algunas agresiones son especialmente problemáticas porque se cometen en el marco íntimo de relaciones familiares, afectivas y de convivencia doméstica: están relacionadas con conflictos de parejas, con el paso del amor al odio, los celos, las infidelidades, los rechazos, las rupturas. Sus perpetradores y sus víctimas pueden ser tanto hombres como mujeres en parejas heterosexuales u homosexuales. Dada la diferencia relativa en fuerza y agresividad física, normalmente los daños sufridos por la mujer atacada por un hombre son mayores.

La agresión violenta es algo ilegítimo y rechazado por todos, especialmente los liberales, y existen mujeres víctimas de la misma, al igual que hombres. Sin embargo las feministas radicales parecen dar importancia exclusiva a las mujeres como víctimas y a los hombres como atacantes, e incluyen en las categorías de agresión o de violencia hechos muy diferentes a los daños físicos, como la conducta verbal, o simplemente inventados, como la presunta violencia estructural opresora contra las mujeres.

Los asesinatos, las violaciones y las agresiones contra la integridad física son crímenes violentos especialmente graves. Pero la violencia física no es lo mismo que la llamada violencia psicológica en forma de insultos, menosprecios, comentarios desagradables o no deseados. Contra la violencia real la víctima puede quedar indefensa por su incapacidad física de defenderse de forma efectiva; las ofensas verbales pueden resultar dolorosas, pero se resuelven con cierta facilidad ignorando al interlocutor, alejándose de él, o mostrando al público el tipo de persona que es poniendo en conocimiento de otros su comportamiento. Las mujeres son libres y capaces para escoger con quién se relacionan y para abandonar a quienes las desprecian.

Las feministas radicales se apropian del lenguaje para imponer su terminología con el asunto de la violencia de género, que solo incluye las agresiones de hombres contra mujeres en una relación de pareja: excluye las agresiones de hombres contra mujeres fuera de la relación de pareja (violaciones o abusos sexuales contra desconocidas) y las agresiones de pareja de hombres contra hombres, de mujeres contra mujeres o de mujeres contra hombres.

Si los poderes públicos tienen como una de sus funciones principales la defensa de las personas ante posibles agresiones con mecanismos preventivos y punitivos, tiene sentido que se concentren recursos para la protección de los individuos más vulnerables y amenazados, que se controle a los agresores potenciales y se castigue con dureza a los agresores efectivos, y que se compense a las víctimas con cargo a sus agresores. Sin embargo la ley justa no puede discriminar según el sexo de las personas: no puede ni privilegiar ni perjudicar a hombres o mujeres por el mero hecho de ser hombres o mujeres; no puede castigar más a un hombre que a una mujer por los mismos hechos y resultados; las leyes que afectan a todos deben tratar a todos por igual. La ley justa tampoco puede atribuir motivaciones generalizadas a todos los casos sin conocer su realidad, como el presunto machismo en todas las agresiones contra mujeres y la esencialmente inexistente opresión patriarcal de la mujer.

El sexismo y el machismo como actitudes y conductas son posibles, y hay individuos con opiniones denigratorias contra las mujeres. Pero aunque resulte desagradable para muchos, parte esencial de la libertad individual consiste en poder elegir con quién uno quiere relacionarse o no, y esto incluye la posibilidad de discriminar de forma sistemática por algún rasgo como el sexo; para luchar contra el sexismo también es posible discriminar o boicotear a aquellos que tienen actitudes o conductas sexistas y promover cambios culturales espontáneos sin necesidad de intervencionismo estatal.

No es cierto que los hombres estén matando a las mujeres. Ni todos los hombres son agresores por el mero hecho de ser hombres, ni todas las mujeres son víctimas por el mero hecho de ser mujeres. La violencia contra la pareja íntima se concentra contra la persona concreta por el carácter específico de la relación afectiva, y no se produce contra individuos aleatorios del sexo adecuado. Las agresiones no se deben al machismo ni al patriarcado, y más bien reflejan la dificultad de erradicar completamente la violencia y la incompetencia de los poderes públicos (políticos, legisladores, policías, jueces, burócratas, funcionarios), que son incapaces de realizar de forma eficaz y eficiente sus funciones más elementales de protección de los ciudadanos.

En países avanzados y desarrollados como España las mujeres viven seguras y mejor que en otras partes del mundo donde son agredidas o discriminadas sistemáticamente: el feminismo radical es especialmente activo donde es menos necesario. La situación de las mujeres puede mejorar, igual que la de cualquier ser humano, pero no con menos sino con más libertad para todos.

La sociedad libre, el libre mercado y el capitalismo son beneficiosos para las mujeres. En la sociedad libre la mujer es un sujeto ético autónomo y responsable con los mismos derechos y obligaciones que el hombre, ni más ni menos. Es dueña de sí misma, tiene derechos de propiedad y puede contratar voluntariamente con otros. No es tratada como una menor de edad que debe ser tutelada, como una dependiente incapaz de valerse por sí misma, o como una víctima sistemática que necesita protección especial. Es libre en su actividad sexual y puede vivir sola, en pareja o con quien quiera, casándose o no, y teniendo hijos o no.

En el ámbito económico el libre mercado es el mejor sistema para el avance y la emancipación de la mujer. Le permite ser productiva y creativa y decidir según sus preferencias y capacidades si quiere emprender o trabajar y en qué, o si prefiere dedicarse a su familia y su hogar, o combinar ambas cosas, siempre asumiendo de forma responsable los costes y las consecuencias de sus decisiones, como el posible menor avance profesional en caso de dedicar más tiempo a lo personal y doméstico, o un menor salario por menos horas de trabajo o por dedicarse a profesiones menos demandadas. En su actividad laboral el mercado competitivo la recompensa con un salario determinado esencialmente por su productividad igual que lo hace con el hombre. La discriminación positiva es injusta y fomenta la sospecha de que algunas mujeres tienen ciertos cargos de responsabilidad no por su capacidad sino por su sexo.

3 Comentarios

  1. Perfecto,magnífico estudio.
    Perfecto,magnífico estudio.

  2. «So far as feminism seeks to
    «So far as feminism seeks to adjust the legal position of woman to that of man, so far as it seeks to offer her legal and economic freedom to develop and act in accordance with her inclinations, desires, and economic circumstances — so far it is nothing more than a branch of the great liberal movement, which advocates peaceful and free evolution. When, going beyond this, it attacks the institutions of social life under the impression that it will thus be able to remove the natural barriers, it is a spiritual child of socialism».

    El feminismo o defiende la igualdad de oportunidades, y por tanto no aporta nada nuevo al liberalismo, o defiende la imposición de la igualdad de resultados, y por tanto es lo peor del socialismo.

    La defensa del individuo es liberalismo. Todo lo demás sobra. Y la histeria feminista es simplemente liberticida.

    • Sí, muy bien, pero debe
      Sí, muy bien, pero debe quedar constancia de que la igualdad de oportunidades se refiere única y exclusivamente a la igualdad ante la ley, es decir, a similares reglas de juego, no a que todos dispongamos de idénticos medios para culminar un objetivo, en cuyo caso estaríamos preconizando una encubierta igualdad de resultados. Sin este matiz, la distinción entre esta última y la de oportunidades deviene espuria y capciosa en vez de potenciar la causa liberal.

      Las oportunidades entendidas como medios materiales no caen del cielo. Alguien tiene que crearlas con trabajo y esfuerzo, siendo por tanto un resultado del que no es justo todos participemos por igual con independencia del mérito que acreditemos. Por otra parte, tampoco sería razonable ni posible intentar compensar de alguna manera las oportunidades que sí nos ha otorgado graciosamente la naturaleza, como atributos y dones personales para ciertos desempeños. La diversidad de facultades y especialización de funciones complementarias constituye gran ventaja económica y social para una mejor coordinación y adaptación a entornos y circunstancias variables, no un desaguisado que debamos corregir.

      Cuidado, el socialismo redistribuidor –incluido el feminismo- no tiene ningún problema en renunciar prima facie a la igualdad de resultados y hacer suya esta malentendida igualdad de oportunidades que les sigue facultando para toda clase de arbitrariedades, privilegios y discriminaciones en aras de nivelar unas condiciones de partida natural y necesariamente disímiles, utopía que por supuesto nunca se cumple pero así les garantiza un perenne y lucrativo intervencionismo.

      Se trata de gocemos de idénticas oportunidades, no haciéndonos artificialmente iguales a la fuerza, para lo que no existe ninguna razón moral, sino erradicando la concreta violencia que nos pueda hacer artificialmente diferentes, para lo cual sobra y basta la igualdad ante la ley.

      Por eso el socialismo –y su excrecencia o hijuela menor, el feminismo actual, ya que el movimiento primigenio era simplemente liberalismo femenino que sus detractores repudiaron como algo sectario o “mujerista”- desprecia esencialmente la ley genuina que, al considerarnos igual de dignos e inviolables, frustra su intervencionismo basado en beneficiar a unos perjudicando a otros. Estos recalcitrantes intervencionistas tachan la estricta igualdad ante la ley –pilar básico de un estado de Derecho- de inútil formalismo burgués; es más, de férreo obstáculo a sus tejemanejes en pos de la “igualdad real”, socorrido comodín cuyo significado real a nadie importa. Para demostrar la “desigualdad real” argüirán desigualdad de resultados, que si no logra seducir a los más avisados pronto sustituirán –mediante falacia del blanco móvil- por la de oportunidades, sustentada en imponderables circunstancias y confusas entelequias dizque patriarcales, cuando no sutilísimas causas ocultas (micromachismos y otras zarandajas, imaginación no les falta) que convertirían a las mujeres, tan o más capacitadas que los hombres, paradójicamente en menores de edad necesitadas de ayuditas.

      Desde luego, les inmuniza un círculo lógico inexpugnable: aseguran muy ufanos que las mujeres son exactamente iguales a los hombres y así se manifestarían si no existiera una solapada discriminación que las aliena. ¿Y cómo demuestran que existe esa discriminación? Coño, pues porque de lo contrario no habría las desigualdades que hay, que pareces tonto.

      Los feministas son ciegos al anterior fallo lógico, pero este otro lo ven al instante: un hombre cuenta a sus amigos que su párroco es un santo porque habla todos los días con Dios. Los amigos escépticos le preguntan: «¿Y tú cómo lo sabes?». «Porque me lo ha dicho él mismo». «¿Y cómo sabes que no te engaña?». «¿Cómo me va a engañar un hombre que habla todos los días con Dios?».


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