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‘Feria’ de Ana Iris Simón, y la baja natalidad

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El autor liberal de mi juventud fue Jean-François Revel. Su libro Conocimiento inútil seguramente sea la mejor iniciación para una persona joven que aspira a entender la sociedad, ya que imprime una sana desconfianza por todo lo que rodea a la política. La mentira es la primera fuerza que rige el mundo, saberlo no te convierte en inmune a la manipulación, pero ayuda bastante.

Izquierda y antiamericanismo

Aunque no todo era aprender de Revel. También tenía frases que me dejaban confuso. Por ejemplo, esta:

La certeza de ser de izquierdas descansa en un criterio muy simple, al alcance de cualquier retrasado mental: ser, en todas las circunstancias, de oficio, pase lo que pase y se trate de lo que se trate, antiamericano.

Para mí era raro escuchar que la izquierda se basa en ser antiamericano porque la mitad de las personas con fobia a los EEUU que conocía en ese momento no eran de izquierda. ¿Esto significa que esas personas, que tenían ideas conservadoras que los encuadran en la derecha, eran en realidad izquierdistas? Con el tiempo aprendes que las cosas son algo más complicadas y que hay ideas que pueden convivir en ambos lados. De hecho, hay ideas que pueden habitar en casi todas las ideologías, y el antiamericanismo casi lo ha conseguido.

Los rojipardos y su mundo

Todo esto viene a propósito de un artículo que leí el mes pasado: Los ‘rojipardos’ y su mundo de Javier Benegas. Es una crítica acertada al culto que cierta derecha está haciendo de una periodista de izquierdas: Ana Iris Simón. El libro de Simón tiene una virtud: retrata fielmente lo que era una familia manchega de izquierdas en los noventa, dejando testimonios como esta frase de su abuelo:

Antes todo esto era un secarral, luego lo dejaron más apañao, plantaron los pinos y pusieron los merenderos. Fue el PSOE.

Ana Iris Simón

Las obras públicas no las hace el ayuntamiento, ni la diputación, ni la Junta, ni el Estado; las hace el PSOE. Ese partido omnipresente desde la transición, al que hay que votar cuando se pone un lazo negro por la muerte de Miguel Ángel Blanco, y cuando negocia con sus asesinos. Cuando financia la corrida de toros del pueblo, y cuando vota en el Congreso junto con los animalistas. Cuando va en la cabeza en la procesión de la Virgen, y cuando organiza la exposición de arte moderno donde se la ridiculiza.

Modernidad mala y modernidad fetén

Siempre es bueno que esa España tan nuestra, y que, por suerte, va quedando atrás, sea inmortalizada para que los historiadores del futuro puedan entender muchas cosas que hemos vivido estas décadas. Pero hasta ahí llega el valor de Feria. No hay por donde coger el resto del libro, dejando aparte el respeto que nos pueda merecer los recuerdos que cada uno tenga de su infancia y familia.

Al final, las críticas sociales que se pueden leer no dejan de retratar las contradicciones en las que vive la izquierda en el siglo XXI. Los parques de bolas y el Burger King son partes de la modernidad que hay que rechazar, ya que son imposiciones del liberalismo. En cambio, estudiar periodismo y emparejarte con un politólogo que se llama París debe ser la modernidad buena, que nos viene de otro lado. Pero lo importante no es lo que nos cuenta esta autora, sino la influencia que pueda tener en la derecha y de la que trata Javier en su artículo. Y aquí voy a intentar complementar su reflexión.

Tres tipos de simonitas

Yo distingo tres tipos de derecha en aquellos que se ven atraídos por las ideas de Simón:

Los rojipardos, que voy a limitar a las personas que genuinamente tienen una ideología que los lleva a rechazar el libre mercado y la globalización. Se llega al núcleo de este grupo por dos vías: conservadores que se han estudiado, quizá en exceso, la historia española y han llegado a la conclusión que nuestra decadencia llegó por la aparición de liberalismo (anglófilo y/o masónico). Y progresistas que con los años han derivado en una visión moral más conservadora y nacionalista española.

Luego están los enfadados con el mundo. Personas de derechas desencantadas con la sociedad, que quieren estar enfadados y muestran su enfado públicamente porque les permite ganar notoriedad entre otra gente enfadada. Lo que provoca más enfado. Y así sucesivamente hasta que se rompa la cadena.

Por último, tenemos a la derecha junior. Son las personas que, bien por edad o porque se habían dedicado a vivir su vida, tienen poca experiencia en el mundo político y al iniciarse nace en ellos un anhelo, casi enfermizo, por compartir espacios en común con personas de izquierda que puedan ver como razonables. Este último grupo es interesante, porque, a diferencia de los otros dos que se encuadran en un extremo, existe en todas las variantes de la derecha. Desde el centrista que comparte las últimas declaraciones de Alfonso Guerra, hasta el liberal que no se pierde un artículo de Juan Soto Ivars.

La influencia de Ana Iris Simón

Algunas personas pueden que se ofendan al dar estos ejemplos. Nada más lejos de mi intención. Leer a personas razonables de izquierda es algo muy recomendable. El problema es hacerlo porque son de izquierda y contar con que ello les da más autoridad. Es una fase por la que se pasa y, con suerte, se suele superar rápido. Aceptar que la izquierda no es la fuente de todo mal, a la vez de que no necesitas pagarle vasallaje intelectual alguno, es señal de madurez, y esa llega con el tiempo y la reflexión.

Una vez listadas las tres categorías nos podemos hacer una idea de la influencia real de Ana Iris Simón en la derecha. El rojipardismo es algo que siempre va a existir, pero por sus propias características suele tener poco recorrido. Es un club que, una vez dentro, se tiende a competir en quién añora épocas más lejanas y tiene como referentes a personajes más peregrinos. Lo digo desde el cariño, ya que tengo buenos amigos en ese mundillo con los me río bastante sacando ejemplos del extremo al que conservadores y liberales pura sangre llevan a veces nuestras respectivas ideas.

La suerte de aprender los principios

Por otro lado, tanto los enfadados con el mundo como la derecha junior son personas que normalmente están atravesando una fase de su vida, y, por tanto, sí pueden ser fácilmente influenciables. O, dicho de otro modo, pueden enraizar en ellos ideas bastante erróneas que les cueste años superar.

No todo el mundo ha tenido la suerte de leer a Revel (o a Hayek o a Thomas Sowell) en su juventud, así que desde el liberalismo se debe hacer un esfuerzo por facilitar la introducción a nuestras ideas a las personas que llegan en circunstancias peculiares a cuestiones filosóficas y políticas. Lo que ahora desde el mundo empresarial se llama hacer mentoring.

Javier Benegas

Voy a utilizar como ejemplo una parte del artículo de Javier que me parece que merece una ampliación enfocada para un público no liberal:

Los integrantes de esta generación recurrirían a la idealización del pasado, su tradicionalismo y convenciones, para condenar el presente, olvidando que el pasado dista mucho de ser idílico, y que antes, por ejemplo, se tenían hijos, más que por devoción cristiana, por pura necesidad: porque hacían falta brazos que ayudaran en el campo. Por eso, según los hijos podían valerse por sí mismos y levantaban dos palmos del suelo, se les llevaba a la faena.

No digo que no existieran vínculos afectivos entre padres e hijos, sino que la procreación no tenía como fin principal satisfacer deseos emocionales u obligaciones morales. Era una necesidad bastante más material de lo que se reconoce. Esta idea de necesidad sobrevivió por inercia en nuestros padres, que habían sido educados en un mundo antiguo, hasta acabar agotándose en nosotros, porque nosotros ya no trabajamos de sol a sol, sino que gozamos del privilegio del ocio.

Javier Benegas. Los ‘rojipardos’ y su mundo. The Objective.

Natalidad

Efectivamente, hay mucho romanticismo cuando se habla de la paternidad. No deja de ser lógico, ya que los sentimientos están vinculados a este proceso en los humanos, dado el dilatado periodo que se necesita para criar a un hijo. Pero en vez de llevarlo al lado contrario y hablar del materialismo, de traer hijos para que ayuden en el campo, voy a ir un poco más lejos y sentar una base que podría ayudarnos a enfocar mejor el problema: el estado natural del ser humano fértil es procrear siempre que sea posible.

¿Qué quiere decir eso? Que no tiene que existir una cultura, ni un proceso racional, que fomente la natalidad. Ya venimos equipados de serie con eso. Solo unas condiciones extremadamente malas (desnutrición o estrés) pueden llevar a las mujeres a perder su fertilidad. Que la cultura o la economía hayan fomentado hasta hace poco tener hijos es lógico. También ha fomentado la producción de alimentos calóricos y vivir lejos de letrinas. Nuestra forma de vivir suele ir de la mano de lo que le conviene a nuestros genes, no al contrario.

Las causas

Así que la clave no es por qué nuestros antepasados han tenido hijos, sino por qué hemos dejado de tenerlos. Javier da una buena razón: el aumento del ocio y la propagación de ideas estúpidas que éste provoca. En mi opinión hay algunas razones más: la percepción de falta de recursos (tenemos muchos más recursos que nuestros antepasados para criar a nuestros hijos, pero percibimos lo contrario), la profesionalización de las mujeres (años de mayor fertilidad ocupados en formación e inicio de carrera profesional) y perdida de familias amplias (abuelos demasiado mayores y dispersión geográfica).

Se puede discutir cada una de estas razones y dar más motivos. Lo importante aquí es entender que mitigar un instinto como el reproductor no es algo que pase por aprobar una ley en el BOE o porque Mercadona saque un nuevo producto. Es algo extremadamente complejo, y que está sucediendo a nivel global según se enriquecen las sociedades.

Como este argumento no habrá convencido a los escépticos, vamos a hacer el ejercicio de culpar al capitalismo, ya que en su afán de maximizar la producción provoca todos estos desbalances. En este escenario imaginario tenemos dos soluciones: la intervencionista y la liberal.

Las soluciones

La primera pasa por usar el Estado para externalizar el coste que tiene sacar de la producción económica a la mitad de la población durante parte de su edad fértil (que coincide con su edad más productiva). El resto de población tendrá que subvencionar vía impuestos esta merma en la productividad, creando descontento, emigración y todos los efectos que acompañan a una fiscalidad alta en país económicamente estancado.

La segunda pasa por persuadir a la población joven, mediante un cambio cultural, de que la paternidad es lo suficientemente valiosa como para renunciar, individualmente, a parte de sus ingresos. A cambio, sus hijos podrían ser excluidos en sus impuestos futuros del mantenimiento de las pensiones de aquellos que hayan optado por no tener descendencia.

Se puede optar por un híbrido entre las dos vías, mitigando con ello los efectos perversos de la primera opción. Pero al final la apuesta tiene que ir principalmente por uno de los dos caminos. En mi opinión ninguna de estas vías va a tener éxito, por pecar de simplistas. Pero mientras que la primera llevaría a una situación económica que la haría contraproducente, la segunda no le haría daño a nadie.

Es fácil: harás lo que yo te diga

Y es que al final con el problema de la natalidad nos encontramos con el mismo fenómeno que con el resto de los problemas sociales: unos tipos a los que se les da bien vender crecepelos prometiendo que la solución es sencilla y pasa por darles un poco de nuestra libertad. La nostalgia, el enfado y la frustración son vías de acceso a nuestra mente que saben usar bien. No solo no notamos el intento de engaño, sino que hasta elogiamos lo bien que comunican sus ideas.

Hay que aceptar que esto forma parte del juego, y simplemente estar alerta. Especialmente cuando los sentimientos que nacen en nosotros al leerlos es el pesimismo y autoflagelación. Ya que, como nos advirtió el maestro Revel, eso no conduce a nada bueno:

Clearly, a civilization that feels guilty of everything it is and does will lack the energy and conviction to defend itself

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