Me voy a referir con este sonoro octosílabo a un Coloquio Liberty Fund celebrado una semana atrás en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Ya les he escrito en más ocasiones sobre esos interesantes e intensos encuentros para dialogar sobre un tema, a partir de varias lecturas fijadas, que desde hace tiempo organiza con gran eficacia Lucy Martínez-Mont y su equipo de la Marroquín. En la presente edición el título elegido fue: Galileo Galilei y la libertad de pensamiento y de expresión. Para ello contábamos con varios textos relativos al proceso inquisitorial, cartas suyas y dirigidas a él, o fragmentos de algunas de sus obras, como el Sidereus Nuncius (El mensajero de las estrellas) y el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano. Saben también que los asistentes a estos coloquios recorren toda la geografía iberoamericana: en este caso había profesores y profesionales de Nicaragua, Chile, Argentina, Venezuela, Perú, Guatemala, o España. Además de otro profesor de la Rey Juan Carlos y un joven Máster en Economía Austríaca que trabaja en el Ecuador, he compartido viaje desde nuestro Instituto con Luis A. Iglesias, aparte de contar con la presencia de Gabriel Calzada, flamante Rector de la UFM que actuaba de moderador del Coloquio.
El caso Galileo es un paradigma de los efectos perniciosos causados por una intransigencia religiosa en temas de libertad de expresión e investigación científica, pero también de una obsesiva crítica llena de prejuicios contra la Iglesia Católica (resulta sorprendente la cantidad de personas que todavía piensan que el astrónomo italiano fue condenado a la hoguera por decir que la tierra se mueve…). Veamos todo ello en una apretada síntesis.
Galileo fue un notable profesor de matemáticas, física o astronomía en las universidades de Padua y de Pisa. Investigador curioso y apañado, construyó uno de los primeros telescopios técnicamente eficaces (aunque se discute su originalidad en la invención), con el que descubrió cuatro lunas de Júpiter, sus fases, o las montañas y superficie real de la luna. Persona cercana a los duques de Florencia, se movió en un peligroso circuito de altas esferas políticas y religiosas, lo que veremos tendrá relación con su Proceso.
Con esos y otros descubrimientos publicó el Sidereus Nuncius en 1610, viajando a Roma al año siguiente en medio de una formidable expectación y buena acogida. Conferenciante exitoso en el Colegio Romano de los jesuitas, el Colegio Pontifical o la Academia de los Linces, allí trabó amistad con el Cardenal Barberini, futuro papa Urbano VIII. Las cosas comenzaron a complicarse en 1616 por una condena relativa del libro de Nicolás Copernico (De revolutionibus orbium coelestium, 1543), lo que también incluía una prohibición a que Galileo explicase esta doctrina. El problema estaba en aceptar científicamente un heliocentrismo, opuesto a la vieja opinión aristotélica sobre la inmovilidad de la Tierra, supuestamente confirmada en la Sagrada Escritura.
Pasan los años, cambian los protagonistas y, después de varias disputas literarias, Galileo publica en 1632 su Diálogo en el que defiende la órbita terrestre alrededor del sol, confirmando que nuestro planeta no es el centro del universo. Con la ironía de ser enviado al Santo Oficio por el mismo Urbano VIII, tal vez molesto por sentirse aludido en el libro de Galileo, o bien presionado por otras razones políticas o teológicas. El caso es que el sabio florentino se vio obligado a presentar la famosa abjuración de 1633, por la que abandonaba "la falsa opinión de que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve y que la Tierra no es el centro del mundo y se mueve". Siendo un personaje famoso, y mayor, estuvo viviendo durante el Juicio en la embajada de los Medici en Roma, después se retiró al palacio del Arzobispo de Siena y finalmente a su casa en Arcetri (cerca de Florencia), donde moriría unos diez años después.
Durante el referido Coloquio sobre el Proceso de Galileo pudimos conversar y discutir muy animadamente en torno a la Iglesia y el avance de las ciencias; el propio desarrollo jurídico del caso; o su trasfondo teológico a partir de una llamativa cita de alguno de los muchos libros que existen sobre el tema: "Galileo acertó en lo religioso (al cuestionar una interpretación literal de la Escritura), mientras que el tribunal romano tuvo razón en la falta de una demostración empírica válida (para aquel momento) sobre el movimiento de la Tierra. Dos siglos y medio después, a partir del Vaticano II, hemos visto cómo entiende la Iglesia la interpretación de la Biblia (no como un libro de geografía, física o historia, sabiendo interpretar su mensaje religioso). Aunque esto ya lo dijo algún cardenal en tiempos de Galileo: "el Espíritu Santo nos enseña cómo se va al cielo, pero no cómo va el cielo".
En cualquier caso, con Galileo, Kepler o Newton se produjo una importantísima revolución científica que cambiaría los paradigmas de la física (al menos, hasta el modelo actual). Y me preguntaba si no es posible esperar algo parecido en la cada vez más obsoleta y matematizada ciencia económica: ¿no podemos aspirar a un debate serio, riguroso y abierto en torno a los alcances o límites de las propuestas Austríaca y Neoclásica? Parece que discutir el equilibrio general y la teoría de la información perfecta; o defender la desregulación y potenciar la libertad en la elección humana es una terrible herejía… A veces pienso que hoy día encontramos alrededor muchas inquisiciones muy parecidas a las de Galileo: eppur si muove!
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