George Mason defendió un Estado de derecho con división de poderes, soberanía popular y una justicia independiente.
Este verano pasado tuve ocasión de conocer la Universidad George Mason, cerca de Fairfax (Virginia): aparte de otra localización más urbana en Arlington, allí dispone de un espléndido Campus que aloja a más de treinta mil estudiantes en medio de modernos edificios e instalaciones deportivas. Dos premios Nobel de Economía han dictado clases en la GMU: James Buchanan y Vernon Smith, desde un Departamento de Economía en el que ahora Peter Boettke dirige el F.A. Hayek Program for Advanced Study in Philosophy, Politics and Economics. Algunos miembros de nuestro Instituto han estudiado en esta Facultad, que ofrece la heterodoxa perspectiva Austriaca de la Economía (Boettke, actual Presidente de la Mont Pelerin Society, es profesor de Economics and Philosophy), como recoge una cita de Hayek en la pared de entrada a los despachos: “Nobody can be a great economist who is only an economist” (acaba de traducirse en Unión Editorial un Manual de Economía Austriaca contemporánea, coordinado por Boettke). Por cierto, que la máxima autoridad de la GMU es el ingeniero español Ángel Cabrera.
Pero no quería (solamente) animar a nuestros jóvenes lectores a que completen allí alguno de sus cursos universitarios… sino también escribir sobre ese personaje. Porque su nombre proviene de uno de los Founding Fathers de la Independencia norteamericana: al igual que George Washington, Mason fue un rico hacendado de la plantación Gunston Hall, vecina a la finca Mount Vernon donde reposa el primer Presidente de los EE.UU. Simpatizó pronto con la causa independentista, y es famoso por haber redactado la Declaración de Derechos de Virginia (1776), una pionera Carta sobre cómo la libertad de todo ser humano está intrínsecamente unida a su naturaleza.
Se considera un antecedente de la más famosa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de la Revolución Francesa (1789), y estuvo inspirada en la Bill of Rights inglesa de 1689. En ella George Mason pronuncia algunos de los principios del orden liberal que defendemos aquí: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad; de prensa y religión; o las garantías de un Estado de derecho con división de poderes, soberanía popular y una justicia independiente. Es cierto que Mason convivió con la esclavitud, y los especialistas analizan cómo interpretar históricamente esa gran paradoja.
También es famoso por su actitud negativa para la firma de la Constitución norteamericana de 1787: durante las reuniones de la Convención de Filadelfia manifestó su recelo por el excesivo poder que otorgaba al Presidente y Cámaras de Representantes. Lo cierto es que su nombre no aparece en el documento que se conserva con enorme respeto en los National Archives de Washington, y tal vez por ello George Mason estuvo relativamente olvidado durante el siglo XIX y parte del XX: sin embargo, hoy sabemos que sus “objeciones” a esa Constitución sirvieron de base para la Carta de Derechos de los EE.UU. que elaboraría James Madison, y que dio origen a las primeras Diez Enmiendas de 1791.
Pues bien, este apretado resumen de la historia constitucional de los EE.UU. me sirve de introducción para compartir con ustedes una pequeña línea de trabajo en la que ando metido: buscar (si los hubo) posibles antecedentes escolásticos en los fundadores del pensamiento político norteamericano. Desde luego que no vamos a resolver esta interesantísima cuestión en las pocas líneas de nuestros Análisis, aparte de que es algo ya tratado desde hace casi un siglo por diversos autores; o más recientemente les hemos escrito aquí en relación al estudio del Dr. Ángel Fernández sobre Juan de Mariana y su conocimiento por el segundo presidente, John Adams.
Entiendo que puedan pensar: “estos pesados quieren llevar la Escuela de Salamanca a todas partes…”. Cierto que sí, pero siempre después de una rigurosa investigación académica: para este caso del pensamiento político, por ejemplo, está cada vez más acreditada la influencia que tuvo Francisco Suárez sobre John Locke y otros autores liberales renombrados. De forma directa o indirecta; reconocida u ocultada por ellos, lo cierto es que las ideas de Suárez sobre la soberanía popular y los límites del poder político aparecen casi “calcadas” en algunas obras posteriores. Y particularmente, como estudió en su momento Rafael Termes, en las obras de los clérigos y pensadores que viajaron como pioneros a las colonias de Gran Bretaña en América (recomiendo leer su: “Francisco Suárez y The Fundamental Orders de Conneticut [1639]”).
Son varias las formas de refrendar esta hipótesis: por ejemplo, buscando escritos de autores escolásticos en las primeras bibliotecas norteamericanas, como hizo Ángel Fernández con el citado Presidente Adams. Otra vía de acceso es el seguimiento de una obra inglesa de gran difusión: el Patriarca, de Robert Filmer. Se trata, paradójicamente, de un alegato en defensa del derecho divino de la autoridad real en tiempos de Jacobo I y Carlos I de Inglaterra, cuya argumentación se construye como crítica a los escritos de Francisco Suárez o Roberto Belarmino, opuestos al absolutismo. Sabemos que el Primer Tratado sobre el Gobierno de Locke iba en contra de Filmer, por lo que necesariamente tuvo que conocer a nuestros Doctores. Más aún: en la biblioteca personal de Thomas Jefferson se encuentra un ejemplar del Patriarca con anotaciones suyas. La cuestión sería desgranar si algunas de las citas escolásticas pueden tener continuidad en el pensamiento de Jefferson o George Mason, cuya biblioteca también es accesible al investigador: ¡en ello estamos!
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