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Gobernanza como excusa del mal gobierno

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Desde la década de los ochenta, los ingenieros sociales intentan que el término gobernanza abandone los manuales que idean en las facultades de sociología y se trasladen al acervo de la gente común. Para ello, de forma periódica se asoman a las tribunas de periódicos influyentes explayándose en las bondades de la gobernanza mundial sin demasiado éxito. Pero, ¿qué hay de nuevo en la gobernanza?

Si algo caracteriza al término gobernanza es su calculada ambigüedad. Si acudimos al Diccionario de la lengua española de la Real Academia encontraremos una acepción antigua que la define como “acción y efecto de gobernar o gobernarse” alejada de la actual “arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía”.

Más que un nuevo concepto nos encontramos con la redefinición de uno ya existente, una palabra que se moldea para adecuarla al contenido que los científicos sociales quieren, convirtiendo la acción indeterminada de gobernar en una manera concreta de gobernar. Con esta pequeña trampa de las palabras se consigue que un término sin contenido político en sí mismo adquiera connotaciones y una agenda específica. No merece la pena resaltar que el sano equilibrio entre Estado, sociedad civil y mercado se antoja como una utopía inalcanzable dada la naturaleza del Estado, caracterizado como competencia desleal tanto de la sociedad como del mercado -si es que son realidades diferentes-, cuyo punto de equilibrio solo se encuentra cuando los ha aniquilado o regulado hasta monopolizarlos.

Por otro lado, el alcance de la gobernanza es prácticamente ilimitado dada la vaguedad en sus definiciones. Hay gobernanza mundial para que los políticos encuentren recursos con los que controlar las actividades que traspasen las soberanías estatales pero también hay gobernanza local para llenar de regulaciones los nichos cercanos que todavía conservábamos y creíamos privados. Nada escapa a la gobernanza, incluso en el tiempo del relativismo puede hablarse de una gobernanza islámica para justificar el buen gobierno de acuerdo a las leyes de Alá.

Las fronteras de los estados parecen no ser suficientes para esta glotonería reguladora y se introducen nuevos actores que, al influir en la sociedad, deben ser regulados. Cualquier asociación espontánea o iniciativa que se produzca al margen del Estado debe encauzarse a través de esta visión estatista. Los factores económicos, qué menos, tampoco se quedan al margen y deben incluirse en la gobernanza. Todo, para que los poderes estatales puedan acometer sus desarrollos legislativos sin control, pues los presupuestos ya no tienen que aprobarse por mayorías, ni someter a los representantes al escrutinio de los electores, la única medida que cabe es su adecuación a la gobernanza.

La gobernanza no es más que un último intento por justificar la intromisión de la política en ámbitos que no siempre habían estado a su alcance y lo que tradicionalmente se había conocido como mal gobierno. Así, la imposibilidad efectiva de poner en marcha el sueño totalitario de un gobierno mundial sin competencia se aferra a la idea de una gobernanza global que no requiera de instituciones formales sino de estos controles difusos y objetivos ideales a las que tan acostumbradas nos tiene el positivismo que plasma los derechos, ya no de tercera, sino de cuarta generación, convirtiendo el deber ser en norma para transformar la realidad y, muy en concreto, al hombre, cuya naturaleza tozuda no siempre se pliega a los designios que dicta la vanguardia iluminada por la nueva religión del progresismo. 

No es de extrañar entonces su creciente uso en el mundo de la dictadura de la corrección política en el que la Ciencia Política analiza la realidad siempre y exclusivamente bajo el prisma del estatismo. El buen gobierno que había preocupado a los filósofos desde la Antigüedad es ya un parámetro de la ciencia del progreso y como tal no admite opiniones encontradas pues la verdad revelada no puede ser puesta en entredicho. Así, bajo un nuevo nombre se esconde la tiranía de siempre, la voluntad del poder político de escapar de cualquier tipo de control o supervisión; una nueva envoltura llamativa para el mismo caramelo envenenado de siempre.

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