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Gobernanza

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Tengo que reconocer que no me gusta demasiado esta palabra, aunque últimamente se ha puesto de moda. Su éxito, al parecer, surgió con Gorbachov y el final de la Unión Soviética: en algún momento se refería a la necesidad de "crear un conjunto de reglas para organizar las sociedades humanas a escala planetaria". Después, decenas de sociólogos y politólogos aprovecharon ese término para hablar sobre cualquier cosa, principalmente de mecanismos de gobierno mundial. Así creo que lo han empleado algunos dirigentes como Obama o Zapatero… Sin embargo, el Diccionario de la Lengua Española nos ofrece una acepción que no está del todo mal: "arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía". Aquí no se habla de instituciones, sino de un arte de gobernar que, por su respeto hacia el individuo y el mercado, incluso podríamos admitir desde una óptica liberal…

Más recientemente ha vuelto a surgir esa idea en torno a algunos documentos de la Santa Sede. Ya apareció en la encíclica Caritas in veritate (2009) de Benedicto XVI (quien, a su vez, citaba un texto de Juan XXIII: Pacem in terris); y hace apenas cuatro meses se recogía también en un documento del Pontificio Consejo Justicia y Paz sobre "La reforma del sistema financiero y monetario internacional" (que, por cierto, ha suscitado un interesante debate; aunque no voy a tratar de ello ahora).

Resulta casi divertido leer algunos titulares de prensa al tiempo de la Encíclica: "El Vaticano: un gobierno mundial para salvarnos del liberalismo" (sic). Y es que ciertos progres laicistas no tuvieron problema en defender por una vez al Papa desde su interpretación, claro, de este Documento: una denuncia contra el canibalismo político internacional (por supuesto, del mundo capitalista). En otro sentido, las referencias a una "autoridad mundial" han despertado cierto recelo entre los defensores de la libertad. Veamos qué puedo escribirles al respecto, teniendo en cuenta que es un asunto que no se despacha en los poquitos párrafos que permiten estos Comentarios.

Parece que Ratzinger, en la Encíclica, de ninguna manera invoca una "autoridad pública con competencia universal" en la política o en la economía (lo que sería una especie de gran Leviatán…). En Caritas in Veritate  el Papa habla más propiamente de "gobernanza" (es decir, de reglamentación, en latín moderamen) de la globalización, a través de instituciones subsidiarias y estratificadas. Esto no tiene nada que ver con un gobierno centralizado del mundo: Benedicto XVI explica bastante bien ese respeto hacia la acción individual frente a cualquier intervencionismo del Estado: "La subsidiaridad, al reconocer que la reciprocidad forma parte de la constitución íntima del ser humano, es el antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismo paternalista. Ella puede dar razón tanto de la múltiple articulación de los niveles y, por ello, de la pluralidad de los sujetos, como de su coordinación. Por tanto, es un principio particularmente adecuado para gobernar la globalización y orientarla hacia un verdadero desarrollo humano. Para no abrir la puerta a un peligroso poder universal de tipo monocrático, el gobierno de la globalización debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples niveles y planos diversos, que colaboren recíprocamente" (CV, 57).

Es importante ese cuidado en el empleo de los términos, como se puso de manifiesto en un reciente Seminario del Capítulo Económico de AEDOS (Asociación para el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia) sobre la referida Encíclica. Allí pude escuchar algunas precisiones del Dr. Andrés-Gallego en torno al concepto latino (y alemán) de auctoritas, distinto del de potestas, y que resultan a veces difíciles de distinguir en castellano. Sin embargo, es imprescindible su correcta utilización para interpretar cabalmente el documento. El profesor Rubio de Urquía señalaba además tres dimensiones muy pertinentes a la hora de leer un texto del magisterio como Caritas in veritate: aquí es preciso comprender qué sea un documento de la Doctrina Social de la Iglesia y cuál es su relación con otras ciencias humanas; después, hay que delimitar esos conceptos de poder, gobierno, estado o gobernanza; y finalmente, debemos abordar la racionalidad económica desde unas perspectivas más complejas (para los que nos movemos en otros paradigmas) de la gratuidad y del don.

Termino recordando la intervención del académico Dalmacio Negro, quien señalaba con cierta ironía que la Iglesia no entiende bien el concepto de Estado. Claro, porque en la tradición política europea, el estado nunca se identificaba con la "civitas" o la "res publica". Es fruto de la Modernidad esa confusión entre lo personal y lo colectivo, resultado de una filosofía individualista. La soberanía popular es un derecho natural que tiene el hombre, unido a esa característica tan profunda como es la sociabilidad (el "zoon politikon" de Aristóteles), y no el premio de un pacto político que luego hemos llamado democracia.

Dalmacio Negro también se refirió a una propuesta que aparece en la Encíclica a propósito de la subsidiaridad; y que, sensu contrario, nos permitiría aventurar una interpretación atrevida de ese término (casi cercana al anarcocapitalismo): dejar que sean los individuos quienes decidan el destino de sus impuestos, explorando mecanismos de cooperación entre los hombres: "Una posibilidad de ayuda para el desarrollo podría venir de la aplicación eficaz de la llamada subsidiaridad fiscal, que permitiría a los ciudadanos decidir sobre el destino de los porcentajes de los impuestos que pagan al Estado. Esto puede ayudar, evitando degeneraciones particularistas, a fomentar formas de solidaridad social desde la base, con obvios beneficios también desde el punto de vista de la solidaridad para el desarrollo" (CV, 60).

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