No lo sé y, sinceramente, no creo que lo sepa nadie. Si nos atenemos a las intenciones de los nacionalistas con sus nuevos y proyectados estatutos de autonomía este proceso no tiene muy buen aspecto. A modo de replicantes, muestran un afán intervencionista descarado por imponer todo tipo de controles al inerme administrado que cae bajo sus respectivas jurisdicciones con la excusa de robar parcelas de poder al Estado central.
Tampoco el liberal podrá congratularse al ver cómo el gasto/endeudamiento, el número de funcionarios y las regulaciones crecen exponencialmente en todas las autonomías, lo que puede llevar a un serio deterioro del mercado. Además, es preocupante la falta, a su vez, de descentralización de competencias y de recursos de las CC AA a favor de las corporaciones locales. Si a esto sumamos la grosera discriminación ejercida sobre todo lo que "huela" a castellano por parte de ciertos poderes autonómicos o la amenaza fascistoide (que en demasiados casos ha acabado en criminal eliminación física) que emplean como baza política algunos nacionalistas de "pata negra" sobre la vida y hacienda de los no domesticados bajo su credo, el panorama es ciertamente desolador.
No obstante, pese a la ausencia de una teoría austríaca del Estado, es posible (no probable) que el resultado final a largo plazo del proceso liberticida de descentralización autonómico español sea diferente al proyectado por los políticos. Los procesos sociales no siempre responden de la manera a cómo les gustaría a sus planificadores.
Traigo a colación lo que el moralista escocés Adam Ferguson escribió en sus Principles of Moral and Political Science a propósito de su análisis del paso del sistema feudal a los burgos libres en Inglaterra:
Los barones de Inglaterra […] no sabían que las concesiones (charters) arrancadas a su propio soberano se habrían de convertir en la base de la libertad del pueblo al que ellos deseaban tiranizar.
Tal vez mecanismos no previstos en esta carrera por el poder de las autonomías como la competencia fiscal, la amenaza del voto con los pies, la nueva estructura de incentivos que se forma a posteriori, el temor a las deslocalizaciones de empresas, a la fuga de inversiones y talentos (al traspaso de la riqueza, en suma) hacia otros territorios sea lo que retuerza y desfigure finalmente los diseños totalitarios de estos nacionalismos con "hambre de balón".
La derrota del PP en las pasadas elecciones generales del 9-M se debió a diversos factores. Uno de ellos fue no tomar la descentralización de los poderes del Estado como estrategia propia y fuera a remolque renuente del PSOE. Los malos resultados reiterados del PP en Cataluña y, últimamente, en el País Vasco muestran que tiene un problema de envergadura. El pedir a un partido conservador que tome la iniciativa sobre cambios del reparto del poder político territorial es estéril (como mucho emulará de mala gana al PSOE, nunca innovará). España es mucho más que el "Estado español". En casi todos los ámbitos, el PP es inmovilista. En definitiva, no es un partido liberal.
La historia de los pasados siglos nos muestra que los nacionalismos no traen nada bueno para el liberalismo, pero lo novedoso en estos momentos es que estamos en una era de crecientes intercambios comerciales (globalización) y de ideas (internet) a escala planetaria. Las guerras y los conflictos son ahora demasiado caros; pese a que su erradicación es imposible, no salen generalmente a cuenta. La competencia entre unidades administrativas diversas y no muy extensas en un entorno mundial y de interconexión progresiva tal vez, a la postre, resulte ser un inesperado aliado del liberalismo y un freno, por fin, eficaz a las tendencias expansionistas de los gobiernos. Regresaríamos, pues, a Montesquieu (el poder sólo es frenado por el poder) o a la conveniencia de la "difusión del poder" de la que habló Lord Acton.
Podría ser que ni los diversos nacionalistas, ni los no nacionalistas comprendamos muy bien o preveamos hacia dónde nos lleva este acelerado (y delicado) proceso actual de descentralización del poder político español que se está desplegando delante de todos nosotros. Se nos abre una gran interrogante. He esbozado una respuesta hipotética favorable a las posiciones liberales, si bien pudiera perfectamente no ser así. Nuestro futuro, por tanto, está abierto.
Sabemos gracias a Popper que no todos los acontecimientos sociales tienen su génesis en acciones y proyectos intencionados de los individuos (el psicologismo o voluntarismo en el terreno social quedó mortalmente herido tras él). Hayek, por su parte, nos recordaba que la función esencial de las ciencias sociales consiste en explicar los efectos no intencionados de las acciones intencionadas; es decir, el estudio de las consecuencias no deseadas de acciones humanas que pretendían otra cosa. El sagaz Menger ya observó que éste era un problema interesante y harto curioso, seguramente "el más curioso de todos los problemas de las ciencias sociales".
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