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¿Hay un aumento del autoritarismo en la Unión Europea?

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La Unión Europea pasa por un momento delicado, en el que su propia existencia puede correr peligro, al menos con el modelo que conocemos actualmente. La UE está en conflicto con sus partes, como el Sacro Imperio Romano tuvo conflicto entre el emperador y los príncipes que le elegían. Cuando sólo era la CEE, llegaba a acuerdos de carácter económico sin que sus organismos interfirieran en las políticas de los Estados que la componían. Se podía poner en duda si el acuerdo era lo suficientemente bueno o no, pero una vez firmado, era un consenso que se llevaba a una práctica que se podía analizar. Mientras, las cuestiones políticas, geoestratégicas o de carácter interno en cada país iban por sus propios e interesados derroteros. Es cierto que podía haber avisos o peticiones, pero no dejaban de ser eso, meros “consejos”. Cuando surge la UE, lo hace con una tara, una similar a la que no supieron resolver sus líderes cuando se crearon los Estados Unidos de América. De la misma manera que los conflictos de los Estados y el Gobierno federal dieron pie a su guerra civil, de una manera menos violenta, las instituciones que gobiernan la UE han entrado en conflicto con algunos países que la forman.

Cuando cayó el bloque soviético, muchos países vieron en la UE un lugar donde medrar, donde poder lamerse las heridas del comunismo y acceder al libre mercado, donde podrían desarrollar sus ansias de libertad, si se me permite tan hortera expresión. Todos los países centroeuropeos de la órbita soviética se integraron en la UE. También otros que habían formado parte de la URSS, como las tres repúblicas bálticas, Estonia, Letonia y Lituania, lo hicieron y algunos lo intentaron, como Ucrania. Un proceso similar pasó en los países que surgieron de la descomposición de Yugoslavia; Croacia y Eslovenia son miembros de pleno derecho del club. Sin embargo, una cosa son las hipótesis de partida y otra, la práctica. Con el tiempo, la burocracia soviética fue sustituida por la de Bruselas y las nuevas generaciones que no sufrieron la tragedia del comunismo se están preguntando qué está pasando en sus países, a los que Bruselas les impide ser ellos mismos, resurgiendo cierto grado de nacionalismo, que bien reivindica su historia y tradición como principal aspiración o bien busca otras alianzas con viejos enemigos/aliados.

No hace mucho, Polonia declaró inconstitucionales varios puntos en los artículos 1 y 19 del Tratado de la UE, invalidándolos y denunciando que “el intento de interferir en el ordenamiento judicial polaco por parte del TJUE viola los principios del Estado de derecho, el principio de supremacía de la Constitución y el principio de preservación de la soberanía en el proceso de integración europea” Algo similar ha ocurrido en la Hungría que dirige el poco apreciado Viktor Orban. Las políticas húngaras que ha lanzado su primer ministro han encontrado enfrente a las instituciones bruselenses, al considerar que son contrarias a la legislación de la UE para el colectivo LGTBI. A Orban le han encontrado también enfrente en temas tan delicados y mediáticos como la inmigración o la manera de afrontar la pandemia del Covid-19. Es evidente que esta situación ha provocado que Polonia tenga en Hungría un aliado

En ambos casos, se ha puesto en jaque la jerarquía jurídica que existe en los países que forman parte de la UE, en los que las legislaciones nacionales deben cumplir, o al menos no oponerse, a las que emanan desde Bruselas. ¿Deben los príncipes plegarse al emperador o debe este ser el que haga caso a los príncipes? ¿Existe en este caso un emperador? ¿Quién es? El verdadero problema es que se está imponiendo un contexto en el cual las actitudes más autoritarias se imponen frente a las que más respetan la libertad y la propiedad. Y no es que uno de los bandos tenga en esto más razón que el otro, el problema es que en ambos se están imponiendo actitudes autoritarias (1). 

No soy fan de la conservadora Polonia ni de la Hungría que pone en solfa una serie de libertades básicas, como la de prensa. Como tampoco soy muy fan en España de que el gobierno socialcomunista u otros regionales, de signo contrario, mantengan el sistema que se inmiscuye en los medios de comunicación, ya sean públicos o privados. No soy fan y no los miro con neutralidad, pero he de reconocer que la actitud de la UE con estos dos países es la de un déspota al que le molesta que le lleven la contraria e invoca su puesto jerárquico para imponerse. No busca el consenso o el diálogo, sino la imposición. 

Orban se opuso a las políticas migratorias de la UE, políticas que están comandadas por Alemania y que suponen la entrada, más descontrolada que controlada, de miles de inmigrantes que huyen de diversas guerras o situaciones difíciles. Encajar esto en el obligatorio Estado de bienestar europeo es difícil, aunque las quejas vienen por otros derroteros más polémicos, pues los inmigrantes traen una cultura distinta de la tradicional y esto estaría en conflicto necesariamente. Budapest y Berlín o París, además de Bruselas, se enfrentaron y siguen enfrentándose por ello. Sin embargo, cuando desde Austria se planteó algo similar, los alemanes atendieron sus peticiones. Algo similar ocurrió en Dinamarca, que ha creado una isla gueto para sus inmigrantes, saltándose muchos de los derechos fundamentales que algunos echan en cara al gobierno húngaro.

¿Es la UE un lugar donde todos los países son iguales entre ellos? Siempre habrá países más importantes en términos económicos y geoestratégicos, pero es cierto que uno de los principios básicos de la UE es tal igualdad. La realidad es que, durante muchos años, el eje francoalemán tuvo enfrente a los británicos, que buscaban no pocas veces la alianza con países “menores” para formar un bloque mayor. El ‘brexit’, por razones similares a las que ahora podría dar lugar a la salida de Polonia y otros países del Este europeo, dejó claro que en la UE manda Berlín, algunas veces en igualdad con París y otras, no (2). ¿Es el emperador el canciller alemán de turno? ¿Ha conseguido Alemania lo que no pudieron dictadores pasados, el control de Europa, al menos de la que forma parte de la UE? ¿Son los intereses de la UE más cercanos a los alemanes que a los de cualquier otro miembro del club? ¿Tiene la UE intereses propios?

Es posible que estas preguntas no tengan respuestas sencillas, pero están detrás de muchos agravios que sienten algunos países del Este, que se alejaron del oso ruso para acercarse al caracol europeo. Algunos de ellos se están planteando un cambio de aliados. Quizá es un cambio interesado, pues, al fin y al cabo, la Federación Rusa tiene algo que ellos necesitan a corto y medio plazo, gas y petróleo, pero también tienen un pasado común que se exterioriza en forma de paneslavismo, alimentado por una sensación de abandono y unas obligaciones inaceptables por parte de la lejana Bruselas. En este punto, quiero decir que las autoritarias ideas de los rusos tienen acomodo en estos países, como las autoritarias ideas fascistas las tuvieron en el periodo de entreguerras. Podemos agarrarnos a que es una situación temporal o circunstancial, pero social e individualmente se está asumiendo que la autoridad es más importante que la libertad para tener seguridad o sensación de ella, además de que se jalea el nacionalismo, como ideario donde el grupo es mucho más importante que el individuo, que se encuentra a su servicio. 

Es indiscutible que la UE tiene dificultades para reconciliar la igualdad formal de sus miembros, carece de una ciudadanía uniforme y organizada, y esta no percibe al espacio común como un entorno donde se identifique y que le otorgue un marco de defensa de sus libertades, respetando identidad, autonomía y diferencia. La soberanía está fragmentada y la implementación de las políticas depende de la colaboración de los miembros. Estas estructuras políticas fragmentadas y descentralizadas no se prestan al control democrático directo.

Puede que la UE se tenga que plantear dar un nuevo paso. La primera opción sería volver a un sistema básicamente económico, un mercado común, quizá que permita la libre circulación de personas, siempre y cuando tengan la nacionalidad de los del club, sin ninguna decisión política, en la que cada país tenga libertad para elegir qué modelo debe seguir y que, como mucho, cumpla un mínimo democrático. La segunda opción es que se pase a un sistema más integrado y federal, donde los países pierdan soberanía que pasara a un presidente europeo, un parlamento con más atribuciones que el de ahora, una verdadera división de poderes, igualdad entre ciudadanos más que entre países, y que la actual Comisión Europea desapareciera tal como se la conoce, pues ahora no es elegida por nadie ni están claras sus atribuciones (en la práctica, hace lo que quiere dentro de unos límites difusos). Otra opción es la desaparición, claro.

En cualquier caso, las actuales dificultades para tener una política que surja del centro y que reaccione para defenderse de los países díscolos, provocan que sus ideas, plasmadas en políticas, sean cada vez más lejanas a las ideas de la libertad, que sean imposiciones que molestan e irritan a la periferia. Corren malos tiempos para el europeísmo.

(1) Sería mucho más acertado dejar avanzar a cada régimen a su ritmo, quizá evitando desviaciones exageradas, pero no forzando, ya que suele provocar resistencia, al ver como una clara injerencia. Volviendo al espejo estadounidense, es como cuando EE. UU. impone de la noche a la mañana la democracia en países donde no existe la tradición institucional adecuada, generando rechazo y sensación de invasión, no de ayuda.

(2) Un ejemplo de ello es la polémica del gasoducto Nord Stream 2, donde Alemania ha impuesto sus intereses al del resto de socios, en especial a Polonia, que ha salido perjudicada para los suyos.

2 Comentarios

  1. Me ha gustado el análisis y estoy de acuerdo, pero deseo que aportar.

    Por más que leo y escucho a muchos que explican que no todos los nacionalismos son iguales, sigo creyendo que todos los nacionalismos exigen la supresión del individuo en favor del gobierno, con el pretexto del bien común y colectivo. Hay que salvar a la gente, incluso a aquellos que no quieren ser salvados, no importa el coste. Está claro, para mí, que muchos de aquellos que dicen ir en contra del nacionalismo también son ultracolectivistas.

    Uno prefiere la libertad médica* a la libertad de prensa o la libertad migratoria. Pero esa no es la elección. No nos dejan elegir nada. Da igual el centralismo europeísta-globalista o lo que sea que pronponga el evangelio de Orban y del difunto Kurz, trasladado al español según las epístolas del beato Abascal: aquí no se puede elegir la libertad en nada. La UE es como una aldea Potemkin, llevan décadas haciéndonos creer que somos ricos pero somos cada vez más pobres y con menos capacidad para capitalizarnos, para movernos y para expresarnos.

    No puedo abrir un banco, no puedo poner una universidad, no puedo educar en casa, no puedo elegir qué como ni a quién se lo compro, ni por cuánto, no puedo elegir no manchar mi página web con un innecesario aviso de espionaje político disfrazado de análisis de marketing. Y todo lo demás.

    Condeno por igual a los nacionalismos y a los globalismos. El patriotismo que exige al individuo que traicione su conciencia en cualquier asuntos es un veneno para cualquier país. Lo opuesto al patriotismo no es menos venenoso, como se ve.

    Como ejemplo: el etanol es peor que el THC porque es más perjudicial a corto, medio y largo plazo para la salud del toxicómano. Pocos disputan esto (Alex Berenson es la única persona digna de ser leída en este tema). Sin embargo, en Europa estamos más cerca de prohibir el primero (repitiendo la locura americana de hace un siglo) que de despenalizar el segundo. Y esto no puede ser responsabilidad de los rebeldes que no tienen ni poder, ni representación, ni voz, ni pueden votar con los pies, ni nada de nada. Creo que el fracaso europeo forma parte del mayor fracaso del proyecto imperial iniciado por Lincoln, que nos está arrastrando a todos al precipicio. Políticamente y culturalmente, no somos más que un apéndice vestigial del Leviatán yanki.

    Ese Leviatán ya ha asesinado a muchos inocentes, y callamos porque tenemos miedo y vergüenza. La historia rima cada día mejor. Es una pena.

    *Por libertad médica me refiero a lo más obvio, pero también a lo menos obvio: la libertad que necesitan los médicos, mal que les pese a muchos de ellos, que son demasiado serviles. Ellos también necesitan la disciplina de la libertad en su profesión: investigar, recomendar, atender las quejas, pagar lo que deban, etcétera. Todo eso en libertad. Si no quieren responsabilidad, los médicos deberían irse a repartir pizzas.

    ¡Viva el árbol de la quina y todas las plantas tropicales!

  2. Solo me permito un comentario referente a Hungria (pais que conozco bastante bien) la libertad de la prensa existe. Si entendemos por libertad de prensa que los medios de comunicacion libres ejercen sus actividades sin censura.
    Para desmostar este hecho aqui os envio algunos de los medios de comunicacion que critican y que estan abiertamente opuestos al gobierno:
    #ATV
    #Nepszava
    #HVG
    #Magyar Narancs
    #444.hu
    #index.hu
    Asi Ustedes mismos pueden averiguar y comprobar la realidad.


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