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Hipoteca ZP

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España es una fiesta. Desde que el presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero anunció que no se presentaría a las próximas elecciones generales, los españoles respiran aliviados. La población ha visto cómo el máximo responsable de la política económica prometía quitarse de en medio, el PSOE vuelve a mirar con optimismo los comicios y el PP cree haber descabezado al único candidato posible del socialismo español. Todos contentos, luego algo falla.

Zapatero se irá, sí, dentro de un año, pero ha prometido legislar hasta el último día aplicando su agenda de transformación social en todos aquellos ámbitos en los que los españoles no nos comportamos tal y como la utopía igualitaria ordena. La Ley de Igualdad de Trato y la de la Muerte digna serán sus prioridades en estos doce meses en los que aplicará las medidas económicas impuestas para intentar no llevar a la quiebra a todo un país. No importan las renuncias tácticas en materia de ‘ayudas’ y otras ‘conquistas sociales’ concedidas graciosamente por el Estado si el sacrificio puede evitar la zozobra de todo el sistema. La prioridad es apuntalar la estructura y, mientras tanto, continuar con el plan a largo plazo que nos hace menos libres y más dependientes. La guinda de una agenda mucho más amplia en la que Zapatero ni es el primero ni será el último.

Más allá de la hipoteca que dejará este gobierno a pagar a las futuras generaciones de contribuyentes, existe otra carga mucho más pesada que obstaculizará el progreso y desarrollo en libertad de nuestra sociedad. Todas las leyes que artificialmente pervienten los usos y costumbres de acuerdo a un diseño humano son las que terminan chocando con la realidad, caprichosa e imposible de abarcar en toda su complejidad por una sola mente o ideología, por muy preclara o completa que pueda ser.

El problema nunca ha sido Zapatero, ni siquiera el PSOE. La enfermedad que se ha propagado por todo Occidente no es otra que la del igualitarismo redentor que nos ofrecen los estados. Nos creemos singulares, pero la voracidad del los estados es el fruto mismo de la modernidad con la que nacieron. En la tensión entre libertad e igualdad, es la primera la que siempre tiene las de perder en un sistema de reparto de prebendas en las que los votantes esperan recibir privilegios de las riquezas expoliadas a otros conciudadanos que las han generado. Pueden contenerse las ansias liberticidas, pero a la larga terminarán triunfando.

Dentro del sistema no importan ni el apellido del inquilino de la Moncla ni las siglas del partido que consiga la mayoría parlamentaria ni las fronteras que delimitan el Estado; ley a ley, avanzamos hacia una sociedad regulada de forma centralizada en lugar de permitirnos que gestionemos nuestros asuntos de forma autónoma y responsable. El legado de ZP habrá sido contribuir como pocos a aumentar el montante de esta hipoteca, pero su origen se remonta tiempo atrás, y es ese error conceptual de partida en el que deberíamos centrar nuestra atención si queremos que, algún día, los hijos de nuestros hijos puedan decidir libremente sobre sus vidas sin las cadenas que los igualan por la base que les estamos dejando como herencia envenenada.

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