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Hombre-masa y hemiplejía moral

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Vivimos tiempos de arduo colectivismo. En general, a lo largo de la Historia, los tiempos de crisis siempre lo han sido. Tiempos de reagrupamiento en la masa y deificación del líder de turno. Tiempos de acallar las discrepancias y repetir consignas políticas sin haberlas procesado o madurado mentalmente. Tiempos de batalla política de bandos, en los que se ataca frontalmente la discrepancia y la libertad de expresión se encoge. Es por ello que creo más importante que nunca hoy en día leer o releer a Ortega y Gasset. Una de las obras que más me ha marcado y que en su momento delimitó lo que serían algunos márgenes de mi marco general de ideas fue La rebelión de las masas. En mi opinión, Ortega no tiene nada que envidiar a los grandes filósofos liberales del siglo XX, y es una figura -aunque quizá con un estilo más periodístico- perfectamente comparable a titanes de la libertad como Berlin o Aron. Ortega defendió el pensamiento liberal en los momentos más difíciles y menos propicios para ello de cara a la opinión pública y publicada, como pudieron ser el auge de los totalitarismos comunista y fascista a lo largo y ancho de prácticamente toda Europa en el siglo XX o la Guerra Civil española.

El discurso de Ortega, a excepción de en el plano económico -que comentaremos más adelante-, siempre fue netamente liberal, algo que, reitero, en aquellos tiempos era un fenómeno extraordinario. Ortega fue de los últimos grandes pensadores españoles en ser igual de crítico con el dogmatismo extremista de la izquierda de su tiempo como con el autoritarismo y nacionalismo conservador de la época. Leer a Ortega, de hecho, nos sirve para sacar al liberalismo de ese profundo economicismo en el que se encuentra siempre metido, no necesariamente en círculos de análisis y debate liberal, sino, más bien, de cara al público.

La idea que Ortega expone en La rebelión de las masas, y que encuentro de rigurosa actualidad, gira en torno al final de la primacía y el dominio de las élites, cuya disolución libera a las masas que ya no se encuentran sujetas por firmes convicciones individuales, irrumpiendo alocadamente en la sociedad sin ningún tipo de valor o guía de comportamiento social a nivel individual y que no les haya sido impuesto por un tercero, en muchos casos, político. Lo mejor de leer la obra de Ortega es pensarla en su contexto. Hemos de tener en cuenta que La rebelión de las masas se publica en pleno proceso de ascenso de los fascismos y el ya confirmado dominio del comunismo en territorio soviético. Es por ello, que podemos afirmar que la crítica de Ortega se halla frontalmente dirigida a las ideologías totalitarias y, especialmente, a los nacionalismos de todo pelaje. Ortega asocia a la ascensión de la política de masas el crecimiento de su homóloga cultural, la cultura de consumo masivo y sencillo, que muchas veces no pasaban de ser significados políticos en significantes supuestamente culturales.

Un rasgo definitorio de Ortega, y que nos permite encuadrarlo a la perfección como liberal, es que no procede a defender o excusar un totalitarismo frente al otro, centrando su crítica a ambos en la defensa del individuo, amenazado por la irrupción de las masas y de lo colectivo. Aquí conviene detenernos a analizar y estudiar cuidadosamente el concepto de “masa” y más concretamente “hombre-masa” en la obra orteguiana. Una distinción importante por realizar es la que se produce entre el concepto de “clase” en la literatura marxista frente a la “masa” orteguiana. Para Ortega, la “masa” representa una colectividad transversal formada por seres que han renunciado previamente -aunque quizás no de manera absolutamente consciente- a su individualidad soberana, para adquirir en su lugar el carácter global de la colectividad, pudiendo sentirse así como parte de la tribu y, en consecuencia, dejando de ser unidades libres, críticas y pensantes, debido a que es la tribu la encargada de marcarles el pensamiento y la actuación en todo momento, siendo el seguimiento de las pautas un mero efecto reflejo. Se deja atrás la razón para dar paso a la emoción colectiva. No debemos olvidar que a causa de sociedades como las que describe Ortega hoy la Marcha sobre Roma, los Congresos de Núremberg, el Holodomor o la Revolución Cultural maoísta aparecen en los libros de Historia. A todo totalitarismo Ortega le dedica el calificativo de “ejemplo de regresión sustancial”. Son precisamente dichas regresiones sustanciales las que culminan el proceso de conversión del hombre en hombre-masa, siendo este un ser conformista, vulgar y entregado a la colectividad, con temor a ser diferente y encontrándose completamente imbuido por una masa alocada, que dicta su pensamiento y comportamiento.

Es en torno a los caudillos o dictadores cuando el individuo más reniega de su espíritu crítico, permitiendo ser absorbido por el conjunto y adquiriendo una actitud gregaria que únicamente esconde la barbarie colectivista bajo un manto de falsa solidaridad, modernidad o falso civismo. No debemos olvidar que fueron precisamente dichas disoluciones del individuo en lo gregario, lo que a lo largo de la Historia siempre ha generado graves amenazas y daños al orden democrático-liberal.

Ortega era un gran europeísta, incluso un eurófilo, me atrevería a añadir. No me escondo al afirmar que esta es una de las razones -aunque quizá no de las principales-, de que Ortega sea sin duda uno de mis filósofos de cabecera. Ortega fue defensor de la idea de una Europa unida incluso previamente a la Segunda Guerra Mundial. Él no tuvo que observar el desastre de la autodestrucción europea para comprender que necesitábamos unirnos en libertad y fraternidad. En contra de lo que algunos han comentado en ocasiones, Ortega en ningún momento creyó necesario que los países miembros de lo que el denominaba como la “ultranación” que sería Europa, debieran dejar atrás sus culturas y tradiciones, sino más bien al contrario. Ortega pensaba que con la aportación de todas las culturas europeas se lograría solidificar una verdadera comunidad europea, recuperando así la hegemonía y el poder de los que Europa había disfrutado en un pasado. Ortega fue sin duda un visionario de lo que más tarde convendría en llamarse Unión Europea.

Al contrario de lo que pueda parecer tras una primera lectura superficial de la idea orteguiana de Europa, la defensa de Ortega de una supuesta comunidad europea no es en absoluto estatista. Es más, Ortega parte de la idea de que la decadencia europea se debe al excesivo crecimiento y usurpación de todas y cada una de las cotas de poder disponibles por parte del Estado, que a través de su asfixiante intervencionismo estaría aniquilando la creatividad y espontaneidad de la ciudadanía.

Otra de las obras que más me gusta de Ortega y Gasset, y que creo que, aunque no de manera directa, contribuye en gran parte a delimitar su marco ideológico y resalta su defensa de las ideas de la libertad, es La deshumanización del arte. En ella, Ortega realiza una envolvente crítica a la cultura de masas y explica como la irrupción de la masa política y social en el campo de la cultura habría contribuido a degradarla y vulgarizarla, sustituyéndola por una versión absolutamente estereotipada. No podemos negar el elitismo de Ortega en lo referente a la cultura, pero, de nuevo, hay algo que siempre se ha malinterpretado en La deshumanización del arte, y que es consecuencia directa de una lectura superficial del texto orteguiano. El elitismo cultural de Ortega ha sido muchas veces interpretado como un deseo de restricción del acceso a la cultura, cuando en realidad, Ortega lo que desea restringir es la masificación de la producción cultural y establecer mejores mecanismos de filtración para asegurar la calidad de las producciones culturales. Ortega quiere que sean los propios intelectuales y artistas los que entre ellos (en ningún momento hace alusión a que el Estado deba decidir que es buena/mala cultura) filtren y restrinjan la producción cultural para asegurar un cierto estatus y calidad. Por otro lado, Ortega es un firme creyente en la universalización del acceso a la cultura, alegando que la cultura debería encontrarse al alcance de todo el mundo independientemente de los medios a su alcance. Mientras tanto, la producción cultural tampoco debe restringir la entrada a nadie por falta de medios, sino únicamente por no cumplir con unos patrones estéticos e intelectuales -los cuales debe marcar en todo momento la comunidad artística y no el Estado-. Ortega era un reconocido cosmopolita y, como tal, creía que la difusión de la cultura (enmarcando aquí también las ideas) no debía toparse con fronteras nacionales, sino pasar un ser un patrimonio universal y universalista. Este es otro de los rasgos del marcado carácter antinacionalista de Ortega que hacen mis deleites.

Conviene ahondar algo más en la crítica orteguiana al nacionalismo por la fantástica estructura, profundidad y poder de convicción de esta. Ortega define el nacionalismo precisamente como un fenómeno más del gregarismo político y de las colectividades forzosas y forzadas sobre los valores individuales. Ortega rechaza el argumento etnonacionalista de la nación como cónclave de una comunidad racial y defiende la tesis de Renan, al enmarcar a la nación en una continuidad plebiscitaria por parte de los ciudadanos, en la que estos con sus acciones, omisiones y aceptación o réplica de las instituciones son los encargados de construir la “unidad de destino” a la que se refiere Ortega. Ortega defiende un concepto de nación abierto, cosmopolita y flexible, que cuadra a la perfección con su idea de Europa y la pluralidad de esta.

No podemos finalizar este escrito sin mencionar el que, desde mi humilde punto de vista, fue uno de lo grandes errores de Ortega, que es su crítica, absolutamente infundada y construida sobre clichés, del libre mercado y su funcionamiento orgánico. La defensa del liberalismo por parte de Ortega, tristemente, no se ve acompañada de una defensa de una de sus partes intrínsecas, como es el caso del liberalismo económico. Ortega alega desconfianza hacia el libre mercado y procede a criticarlo con base en creencias subjetivas y falsas acusaciones. De hecho, su crítica al liberalismo económico es muy fuerte, pero nada profunda. Le dedica simplemente unas páginas en La rebelión de las masas, aparte de pinceladas sueltas por el resto del libro, pero en ningún momento ataca el libre mercado con la solidez argumental y profundidad ideológica con la que critica por ejemplo la masificación social o el nacionalismo. Creo, en mi opinión, que esto no es más que un síntoma de su época. Seamos realistas, no se puede esperar que en los años treinta del siglo pasado un filósofo español fuera un ferviente defensor de liberalismo económico, principalmente cuando gran parte de la teoría económica liberal moderna que más se difunde hoy en día no comienza a consolidarse, distribuirse y popularizarse hasta prácticamente el final de la Segunda Guerra Mundial.

En conclusión, creo que las aportaciones de Ortega al pensamiento liberal en la vieja piel de toro son tantas y tan importantes que podríamos escribir páginas y páginas de cada una de ellas y, aún así, dejarnos detalles sin comentar. Lo que más me gusta de Ortega va mucho más allá de sus ideas, y tiene que ver principalmente con su carácter. Ortega fue un intelectual absolutamente independiente de espíritu y mente, que mostró una solidez casi inquebrantable de su marco ideológico, y que, gracias a ello, fue capaz de resistir las presiones políticas de su época, que eran muchas y muy variadas. Si algo nos ha enseñado Ortega es que debemos huir del hombre-masa para evitar caer en la hemiplejía moral.

Referencias

Ortega y Gasset, J. (1921), España invertebrada. Austral.

Ortega y Gasset, J. (1925), La deshumanización del arte. Austral

Ortega y Gasset, J. (1930), La rebelión de las masas. Espasa.

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