Algunos consideran incompresible cómo una persona puede llorar la muerte de Alfredo Di Stefano cuando "no compartió con ellos los millones que ganó en vida". Al parecer, para ciertas personas que supuestamente odian el dinero, no existe más intercambio entre dos seres humanos que el del vil metal. No entienden que alguien, simplemente con su trabajo y habilidades, pueda llegar a conmover tanto a ciertas personas como para éstos lloren su muerte.
Supongo que para estas personas haber llorado por la muerte de Velázquez o Quevedo sería igual de absurdo. O quizá no, claro, porque a la estupidez de creer saber por qué deben llorar los demás le suele acompañar la necedad de pensar que hacer maravillas con una pelota no se puede comparar a hacerlas con una pluma o un pincel.
Leo que en una entrevista que Pablo Iglesias ha dicho que es muy fácil acabar con los desahucios: se hace un decreto ley y basta. Por cosas como éstas soy el único de mi círculo cercano que está bastante contento con que este señor tenga tanto éxito mediático (electoral no lo tengo tan claro, en España hay mucha más gente de extrema izquierda de la que ha votado a IU y Podemos). No es que el resto de los políticos no piensen lo mismo; ahí tenemos al PP o PSOE intentando cambiar las cosas a golpe de BOE desde hace décadas. Pero es evidente que con el foco apuntando constantemente a un extremista sin complejos, las cosas son mucho más claras y no hay que andar perdiendo el tiempo discutiendo el sexo de los ángeles.
Porque sí, los desahucios se acaban con un decreto ley, la imposibilidad de conseguir un crédito bancario se soluciona con otro decreto que nos devuelva a la peseta, y le dé a este señor la máquina de imprimir billetes, y la hiperinflación a la que nos condenaríamos no te obliga a más que a implantar un férreo control de precios, que tendrías que acompañar con otro decreto para regular el orden en las kilométricas colas que tendríamos que hacer desde entonces para comprar el pan.
Todo muy sencillo y al alcance del entendimiento de cualquiera. A partir de ahí que la gente apoye lo que quiera.
Me comenta un conocido que en España el neoliberalismo va a acabar con el pueblo. Tirando de memoria le recuerdo ciertos titulares que he leído estas últimas semanas: taxistas protestando contra que particulares puedan llevar pasajeros porque comprar una licencia a precio de oro es, y debería ser, la única manera honrada de dedicarse a ese noble oficio. Hoteleros denunciando el alquiler ilegal de apartamentos vacacionales. Porque alquilar tu casa por quincenas a personas que no provocan problemas y se dejan algo de dinero en el comercio local debería ser un delito. Patronales de autobuses denunciando un pliego público porque favorece a Renfe, el otro medio de transporte terrestre (que casualmente es enteramente público). Al parecer permitir que cualquiera que tenga un autobús, y cumpla una normativa de seguridad, explote rutas regulares sin tener el monopolio vía concesión pública sería la anarquía y el caos. No digamos eso de tender tus propias vías de tren o al menos circular por las públicas…
Evidentemente no conseguí que dejara de considerar a España un paraíso neoliberal, pero al menos me gané el calificativo de demagogo. Lo que a estas alturas ya hasta me enternece.
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