Skip to content

Impacto político

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Los incentivos económicos pueden mucho y el free-rider mantiene su no rumbo impasible frente a cualquier tipo de racionalidad. Aquí no se mueve nada hasta que no percibamos si esa maquinaria de subvencionar que es Europa va a cerrarnos o no el suministro de euros y avales. Los cambios en el sistema político español, por tanto, pueden esperar. El artefacto constitucional español, no diseñado expresamente para servirse de Europa, ha encontrado en esta su última esperanza de salvación. Ese es el auténtico rescate, el del modelo parasitario español.

Mucho se ha escrito sobre la estructura del Estado de las autonomías, pero poco acerca de su más clara función. No es un sistema para romper la nación, aunque tensiones para hacerlo sí aparecen, si bien lo cierto es que ni de lejos llegan a contemplar un secesionismo real. Las tensiones nacionalistas son solo una extorsión, un modo de vivir a costa de la España productiva. El reparto territorial del poder en autonomías, con su espectacular, por incongruente y alambicado, tejido de competencias cruzadas, superpuestas y combinadas no es más que un disfraz político y jurídico para la pervivencia de lobbies políticos, sindicales y empresariales para los que España es el ente de quien viven.

Es habitual que se configure el Estado de esta forma. No puede mantenerse un complejo aparato de poder sin su reparto de prebendas pues, en última instancia, la tan manida y venerada legitimidad se basa en la percepción de que los diferentes individuos agrupados, que son la ciudadanía, no son más que la suma de lo que unos obtienen como beneficio del modelo y lo que otros creen obtener tras el imprescindible aparato de condicionamiento mental y temor al castigo. En esto último juega siempre un papel importante el atávico instinto tribal más o menos sublimado, pero ese es tema de otro análisis.

Lo que resulta novedoso en el sistema español es que se basa no en comunidades seudofederalistas ni en su motor separatista, sino en la reivindicación de la autonomía y la amenaza de segregación. Y nada más. El Estado fantasmal en que nos movemos tiene una sólida amalgama que no es otra que las ingentes cantidades de recursos que los grupos de presión institucionalizados en el Título VIII solo logran mediante la extorsión centrífuga. Ni van más allá para que su fuente de recursos no deje de serlo, ni bajan la guardia para que esos mismos sigan fluyendo.

Y en esto llegó la Gran Recesión, y aunque haya mandado parar, la ingente fiera parásita ha encontrado una posible salvación en el rescate, en este y en los que aún nos vayan a sobrevenir. "España es el problema y Europa la solución", dijo Ortega, y hoy hubiera dicho: la España autonómica es la impostura y Europa su perpetuación. Sin la expectativa de más Europa, el sistema territorial que sufrimos es inviable porque no hay recursos suficientes en una nación escasamente competitiva para satisfacer el hambre canina que lo caracteriza. Y como la solución de la responsabilidad fiscal completa es rechazada por las élites nacionales tanto como por las autonómicas, se acude a Europa.

En ella están todas las miradas puestas, de ella lo esperamos todo. La cohesión nacional depende de que haya más Europa, más eurobonos, más fondos estructurales y más mandangas fritas. En fin…

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos