La perspectiva de negros nubarrones que planean sobre la economía española, fruto del incremento del gasto público y el descontrol de las cuentas públicas, fue tan intensa en mayo de 2010 que la Unión Europea, enarbolando el Pacto de Estabilidad, trató de revertirla frenando en seco las pretensiones populistas del gobierno socialista. Pese a todo, el peligro ni mucho menos se ha desvanecido, como demuestra el nuevo repunte de la prima de riesgo de la deuda pública experimentada estas últimas semanas por países de los llamados PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia, España), y las nuevas presiones al gobierno español para que ataje el déficit y ponga en marcha reformas estructurales.
Los tenedores de las promesas de pago del sector público son en su gran mayoría bancos comerciales, instituciones de inversión, aseguradoras y Bancos Centrales. Así pues, cualquier deterioro en la solvencia del sector público supondrá pérdidas e incluso la quiebra de estas instituciones, y la ruina de sus respectivos acreedores: depositantes, ahorradores, asegurados o tenedores de moneda, respectivamente. Veamos un poco más en detalle el desarrollo de este proceso.
- Se produce un hundimiento del mercado (altos tipos de interés) de los bonos de deuda pública, que empiezan a reflejar la creciente prima riesgo. Las caídas en el precio de la deuda pública provocan agujeros implícitos en los balances de las instituciones financieras.
- Estas instituciones ya vienen tocadas por la crisis de deuda privada, que ha desencadenado agujeros contables por la doble causa conjunta de morosidad y caída de los precios de los bienes reales (sector inmobiliario) que respaldaban los títulos que los representaban (préstamos).
- La creciente falta de solvencia de este nuevo deudor –el sector público– implicará una presión adicional sobre los activos bancarios y, de su mano, la creciente inquietud de los depositantes.
- La retirada masiva de fondos o depósitos de los bancos puede correr como la pólvora y hacerse patente la incapacidad de atender a esas promesas de pago inmediato por parte de los bancos.
En el caso que nos ocupa, España, existe una gran parte de su deuda pública en posesión de las entidades financieras privadas alemanas. No es de extrañar el resquemor del pueblo alemán hacia España, pues el impago por parte de la Administración española supondría que, con sus impuestos, habrían de realizar un esfuerzo adicional para la recapitalización de sus bancos afectados.
Pero los males no se paran aquí. El sistema monetario y cambiario, así como la estabilidad monetaria, están íntimamente vinculados con el resto del sistema financiero y con las prácticas presupuestarias del sector público.
El proceso, esquemáticamente, viene a ser el que sigue. Los operadores de los mercados empiezan a barruntarse que el Banco emisor se está viendo obligado a comprar toda esa deuda pública dudosa, en manos del sector financiero, para impedir un colapso bancario completo. Empezará a haber una huida de la moneda y una tendencia a la depreciación monetaria.
Es en esta tesitura cuando pueden aparecer los “ataques contra la moneda” o “tormentas monetarias”. Éstos tienen su origen en la crisis de deuda pública y no en ninguna extraña confabulación antipatriota. Para entenderlo, no hay que hacer más que una analogía con la relación entre los depositantes y los bancos comerciales en las crisis. En el caso de los depósitos, se manifiesta el deseo de los depositantes de convertirlos en dinero antes de que se establezca algún corralito o suspenda pagos el banquero; mientras que en el de la moneda, se trata de cambiarlo a otra moneda (o comprar bienes líquidos) antes de que su precio se hunda definitivamente. Los tenedores de la moneda emitida por ese Banco Central empezarán a temer por la capacidad de sostener el valor de una divisa cuyo respaldo (activo) tiene una composición de cada vez peor calidad.
Y es que es incompatible con el objetivo europeo de estabilidad monetaria el que los Bancos Centrales inflen sus activos con creciente deuda pública, originada por las políticas de rescate, primero, del sector privado y, posteriormente, del público. Los ataques acelerarán el proceso de huida a monedas extranjeras que ya se había iniciado, es decir, la región monetaria afectada experimentaría una fuerte fuga de capitales.
Así se explica el malestar del pueblo alemán hacia los países PIIGS. Se ven teniendo que pagar los platos rotos de la mala política crediticia y económica española, en tanto que ambas naciones comparten la misma moneda y hay un notable grado de integración económica y financiera. Si hay tormentas monetarias y se desploma el euro, no sólo los españoles –grandes culpables del desaguisado– verán languidecer su calidad de vida.
Es por eso que se oyen voces en círculos europeos que piden a gritos que si España no es capaz de reducir su déficit público, sea expulsada del euro antes de arrastrar a toda la UE.
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