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Imperialismo liberal

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Existe una acepción del término liberalismo en la que se contempla como un hecho comprobado que la extensión del comercio libre precisa de la imposición del mismo a quienes no quieren comerciar. Generalmente son los críticos del liberalismo los que aseguran que éste es consustancial al imperialismo. También les gusta esta visión a quienes defienden un supuesto liberalismo estatista de tipo neocon. Otros, desde la izquierda más o menos liberal, criticando el imperialismo de las armas, no dudan en presentarlo escondido tras la barrera de la extensión forzosa de ideas asociadas al modo de vida occidental. El denominador común es la imposición. Pero, ¿es eso coherente con lo que propugnan los liberales?

Lo cierto es que una visión superficial de la historia humana presenta mezclados hechos de naturaleza no sólo diferente, sino contraria. Es así que al laissez faire de la época del emperador Augusto se le superpuso la pax de las legiones. Igualmente, la Inglaterra y, en menor medida, los europeos continentales, del periodo 1870-1914 globalizaron el comercio libre mundial acompañándolo de las armas. De hecho, las relaciones interestatales de comienzos de la llamada revolución industrial conllevaban un mayor nivel de igualdad de trato que las que se llevaron más adelante. Isabel I de Inglaterra había considerado al Gran Mogol con gran respeto, lo mismo que años después hizo Napoleón Bonaparte con el sha de Persia. Todo cambió cuando los estados, además de telares mecánicos y transportes a vapor, construyeron mejores rifles y equiparon sólidos barcos con cañones. La superioridad que los estados extraían del capitalismo industrial arruinó todo respeto internacional. Con él, los valores democráticos, nacidos en Occidente, eran exportados minando así a las autoridades tradicionales y favoreciendo el imperialismo liberal.

No cabe duda, igualmente, que, presentados así los hechos, una parte del comercio logrado fue acelerado por las armas. Quienes valoran las aventuras imperiales suelen asociar los resultados económicos obtenidos con el uso de la fuerza. Al fin y al cabo la demora en la importación de los productos deseados pareció menor que la que habría de esperar si se hubiera dependido sólo de la buena voluntad comercial de los nativos asiáticos o africanos, por otra parte tan salvajes y/o tan poco democráticos.

No obstante, encontrar dos fenómenos superpuestos y combinados no es prueba alguna de relación causal. Cuanto más se indaga en la historia, y se analizan los hechos económicos con una teoría de relaciones causales no estadísticas, lo contrario se revela como cierto.

Fueron y son muchos los gobernantes que, advirtiendo que sus pueblos dependen de las importaciones de productos y de energía buscan asegurar el suministro mediante la fuerza o la presión ideológica acompañada de aquella. Pero hacer lo necesario para aplicar esa fuerza conlleva muchos más descalabros al comercio que beneficios. Para aplicar la coacción apoyada en ella hay que mantener un ejército pagado con impuestos o con empréstitos que succionan la riqueza creada con el libre comercio. Los costes de esto no son menos reales que los beneficios percibidos, por más que no se quieran ver. Por otra parte, probablemente la más importante, las posibilidades comerciales que hubiera sido posible obtener mediante acuerdos recíprocos son mucho mayores que las logradas con las armas. Con éstas en la mano se seleccionan objetivos restringidos a aquello que los expedicionarios tienen en mente con medios "seguros", destruyendo opciones alternativas de productos y de modos de obtener los mismos. Opciones disponibles para ser descubiertas por mentes meramente comerciales.

La percepción equivocada de la historia va de la mano del mismo error que se comete al contemplar los hechos actuales. De hecho, la percepción que tenemos de éstos determina la visión confusa del pasado aunque un medio idóneo de combatir los errores sobre el presente y el futuro es estudiar la historia derribando los mitos y las comadrejas intelectuales que la oscurecen. Cuando se contemplan las amenazas mundiales parece que clamamos por las soluciones imperiales, por realismo, se dice. ¿Cómo vamos así a combatir la niebla con que contemplamos lo ya sucedido?

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