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Inmigración (V): Más acosos al «último recurso»

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  "El mayor acto de misericordia que puede practicar una familia numerosa hacia un recién nacido es matarlo" Margaret Sanger

 "La sociedad debe considerar el plasma genético como perteneciente a la sociedad y no únicamente al individuo que lo porta" Harry H. Laughlin

"Ha llegado la hora de que cada país requiera una política nacional que determine qué tamaño poblacional es el más idóneo… Más adelante llegará el tiempo en que la comunidad en su conjunto deba prestar atención a la cualidad innata y no al mero número de sus miembros futuros." John M. Keynes

"Debe haber una relativamente indolora erradicación antes de nacer o bien una más dolorosa eliminación de individuos tras el nacimiento" Garrett Hardin

"La batalla para alimentar la humanidad se ha perdido" Paul Ehrlich

"Algunas de las ideas en que se basan tales políticas tendentes a limitar la población son realmente indignantes" Friedrich Hayek

"Si la población no hubiera crecido más allá de los cuatro millones de personas que poblaban la tierra hace diez mil años, probablemente no tendríamos ni luz eléctrica, ni calefacción de gas, ni automóviles, ni penicilina, ni habríamos viajado a la luna. Los seres humanos se convierten entonces en el último recurso" Julian L. Simon

El historiador norteamericano John Higham define el nativismo en su obra seminal, Stangers in the Land, como un estado mental cargado de emociones que se manifiesta en una oposición intensa contra una minoría étnica, religiosa o cultural bajo la premisa de sus conexiones extranjeras. Las antipatías culturales y los juicios etnocéntricos constituyen las características más evidentes de los nativistas.

Los nativistas y sus temores, pese a no ser generalmente conscientes de ello, se dan la mano con un nutrido elenco de primos hermanos ideológicos de muy diversa procedencia: los contrarios al aumento poblacional, los defensores del límite al crecimiento, los eugenistas, los supremacistas, xenófobos, los proteccionistas y antiglobalizadores, los nacionalistas exacerbados y los ecologistas o ambientalistas.

Los que se sienten amenazados por el "excesivo" crecimiento económico son legión. Suelen ser partidarios del llamado crecimiento cero y de la conservación del planeta tal cual lo conocemos. Entienden la economía como un proceso estático de suma cero y bastante destructivo para los recursos del planeta. Ven a los seres humanos como meros o exclusivos consumidores y no como proveedores también de bienes y servicios. Son favorables a la intervención de los gobiernos para ordenar mejor la sociedad.

Hayek denunció en su obra final, Fatal Arrogancia, el ideal constructivista de control de la sociedad en general atacando los fundamentos epistemológicos de la posibilidad de tal control, demostrando la imposibilidad de predecir las respuestas a los cambios en los sistemas económicos y sociales. Los órdenes complejos de tipo evolutivo (i.e. el social) no pueden ser mejorados mediante la intervención humana o decisión premeditada y dirigida a un/os fin/es concreto/s.

Los restriccionistas de la inmigración, al promover de alguna forma el control poblacional, tienen también elementos ideológicos comunes con eugenistas, partidarios de la esterilización forzosa, la planificación familiar, la promoción y subsidio público del aborto y del control de la natalidad. Lo que late en el fondo es un gran temor hacia el "descontrolado" aumento poblacional del planeta y el requerimiento al Estado para ejercer cierto control poblacional sobre los habitantes patrios respectivos.

Tal y como evidenció agudamente el teólogo Romano Guardini, la voluntad de los constructivistas/ humanitaristas de querer eliminar a toda costa el sufrimiento humano mediante mecanismos estatales de ordenación social puede transformarse en la voluntad de eliminar a los hombres que sufren, y cuyo sufrimiento ya no puede vencerse. En nombre del bienestar del pueblo o del provecho de la comunidad se puede llegar (si bien no necesariamente) al terrible lema de que "Es justo lo que es útil a la nación" o, en otras palabras, "Pueden vivir quienes sirven a la nación". Esta aberración no es ni mucho menos coto exclusivo del nazismo; existen evidentes paralelismos con los que históricamente desde el Estado moderno han declarado la guerra al débil o al diferente con respecto al estándar social percibido como deseable (Harry Laughlin, Margaret Sanger y otros planificadores). Afortunadamente buena parte de estas ideologías están hoy bastante desacreditadas.

Aunque no se quiera reconocer tampoco, los partidarios de restringir la inmigración participan también de planteamientos xenófobos, racistas y/o supremacistas, sean éstos blancos o no. La muy lamentable retórica anti-inmigración es una de las últimas y pocas formas de racismo socialmente aceptada. Ciertos políticos y sus voceros mediáticos se permiten con la inmigración ciertas opiniones y prejuicios dirigidos a un grupo despersonalizado bajo el título de "inmigrantes" que jamás se atreverían a dirigirlos a una raza en particular. El abogar por una homogeneización de la población lleva consigo, guste o no, un sentimiento de repudio hacia el foráneo (alien, en inglés) y la "amenazante" diversidad. Implícitamente se está queriendo decir que la convivencia con otras razas o culturas contaminaría la esencia autóctona.

Asimismo al acusar que los inmigrantes ejercen una presión hacia el medioambiente del país de acogida y de sus recursos nacionales comulgan también con los planteamientos de los alarmistas ecologistas, conservacionistas y demás ambientalistas que quieren imponer límites al crecimiento económico y poblacional (y a la entrada de nueva gente al país). Curiosamente defienden una diversidad biológica en la naturaleza a costa de mermar el progreso económico pero suelen rechazar en su fuero interno la diversidad racial y cultural que pueda afectar a su barrio. Lo que pareciera ser beneficioso al orden natural no lo sería para el orden o entramado social del ser humano.

Por último, los restriccionistas de la inmigración utilizan parecidos argumentos a los proteccionistas y su defensa preferencial del comercio nacional amenazado por la invasión de productos más baratos procedentes del exterior y de la maldita globalización.

Todas estas obtusas ideologías se dan de bruces con el liberalismo y con todo lo que representan las sociedades abiertas.

Julian Simon denunció que todo lo anterior son nociones fundamentalmente erradas y, como tal, deben ser combatidas en el terreno de las ideas. El crecimiento de la población no obstaculiza el desarrollo económico, tal y como defiende la teoría malthusiana, sino que aumenta los estándares de vida a largo plazo. Los ingenieros y técnicos agrónomos saben que la población del mundo está mucho mejor alimentada desde los años 50. Los demógrafos tienen registrado que la esperanza de vida casi se ha triplicado en los países ricos en los dos últimos siglos. Los mismos ecologistas reconocen que la calidad del agua y del aire de los países desarrollados ha mejorado en las últimas décadas. Asimismo cualquier especialista en commodities o energía admite que la disponibilidad de los recursos naturales ha aumentado, al tiempo que disminuyen sus precios con respecto a décadas o centurias pasadas.

No existe, pues, una correlación estadística negativa entre el crecimiento económico y el aumento de población. Más bien todo lo contrario: si se tratan de sociedades desarrolladas, no hay ninguna razón que nos haga pensar que no continúe la tendencia positiva de mejora en la calidad de vida, al mismo ritmo que crece la población, tanto si es a través de nuevos nacimientos de autóctonos como si es a través de la (bienvenida) inmigración. Hayek se sorprendía de que aunque la extensión del mercado y el aumento de la población puedan conseguirse enteramente por medios pacíficos, no dejase de haber gentes informadas y sensatas que se negaran a admitir la existencia de vinculación alguna entre el incremento de la población y la favorable evolución del orden civilizado.

Julian Simon lo tuvo meridianamente claro: la inmigración no es ninguna amenaza para los EE UU sino un apoyo para su desarrollo. Según este profesor de administración de empresas en la Universidad de Maryland, el beneficio más importante que se deriva del aumento de la población en sociedades que dispongan de instituciones que permitan la libertad económica y la protección de la propiedad privada y sus contratos es el "incremento del conocimiento útil". Cuanta más gente haya o engrose las poblaciones del mundo desarrollado, mayor será el progreso material y cultural de nuestra civilización.

No importa que el aspecto de la población cambie con motivo de un aumento de la inmigración de personas extranjeras,lo verdaderamente importante es que las instituciones de los países de acogida reconozcan y protejan la libertad, ofrezcan seguridad jurídica y que el sistema político-económico permita a las personas superar las dificultades y la búsqueda de soluciones ante la escasez. Es decir, lo relevante no es la "identidad" nacional sino la subsistencia de instituciones pautadas en el seno de la sociedad anfitriona que permita cierto grado de libertad en el desarrollo económico, independientemente del origen de las personas que vivan en ella en un momento dado. Así ha sucedido en los EE UU, Canadá, Australia y Europa a lo largo de su historia, pese a sus reticentes y angustiados nativistas y demás acompañantes ideólogos en su seno, y no tiene por qué ser diferente en el futuro.

El principal recurso para mejorar las condiciones de vida es sin ningún género de dudas el ser humano libre, creativo, tenaz y emprendedor (sea éste autóctono o venido de otros lugares del planeta). Es obvio, por tanto, afirmar que los inmigrantes forman parte también del inestimable "último recurso" de las naciones prósperas al que hacían referencia Julian Simon y Friedrich Hayek.


Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I,  IIIII y IV.

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