«La guerra aquí en casa… es incluso más mortífera que la guerra en Irak y en Afganistán». Newt Gingrich.
«Menos inmigrantes significa menos criminalidad«. Silvio Berlusconi.
«El problema del crimen en los EE UU no está causado (ni siquiera agravado) por los inmigrantes, cualquiera que sea su status legal». Rubén Rumbaut & Walter Ewing.
«Cuanto más tiempo se vive en un grupo, más probable es que se llegue a ser como dicho grupo». Ronit Dinovitzer.
Desgraciadamente, cualquier noticia delictiva en la que participe algún inmigrante recibe una atención desmesurada por parte de los medios de comunicación, dejando la impresión, no respaldada por los datos o las frías estadísticas, de que hay una ola de criminalidad originada por los inmigrantes.
Repetidas encuestas llevadas a cabo en los EE UU confirman un dato bastante deprimente: alrededor del 70% de los encuestados percibe un nexo causal entre mayor inmigración y mayor tasa de criminalidad (aquí tampoco nos libramos de ese prejuicio: los análisis llevados a cabo en España por parte del CIS sitúan dicho porcentaje en torno al 65%). Los hechos, sin embrago, dicen otra cosa.
Estudios solventes en los EE UU
El sociólogo de la Universidad de Harvard, Robert J. Sampson, es uno de los estudiosos actuales más reconocidos en los EE UU en tratar de comprobar si la creencia popular de vincular inmigración con el crimen tiene correspondencia o no con la realidad. Los resultados de sus investigaciones desmienten tajantemente dicha percepción.
Por su parte, un informe del FBI de septiembre de 2009 constató que los índices de delitos violentos se habían desplomado por todo el país desde inicio de los años 90. Desde entonces estos ratios se han mantenido. Criminólogos y otros expertos han ido confirmando esta sorprendente tendencia. Por irónico que parezca, ésta se ha dado conjuntamente con un aumento de la inmigración, tanto legal como ilegal.
Más recientemente, dos analistas de los EE UU, Kristin Butcher y Anne Morrison Piehl, han demostrado que las tasas de encarcelación por delitos de inmigrantes (incluidos los nacionales nacidos en el extranjero) con respecto a los nativos llevan bajando consistentemente desde hace décadas: en 1980 estaba en un 1% por debajo de la tasa de encarcelación de los nativos, en 1990 estaba un poco más del 1% por debajo y en 2000 estaba casi en un 3% por debajo. La ola de criminalidad extranjera de la que ya se hablaba hace 30 años no tenía fundamento alguno y mucho menos lo tiene ahora. Estos datos tienen aún más relevancia cuando se considera que la inmigración, tanto legal como ilegal, se ha disparado en las últimas décadas en los EE UU. Estos datos son corroborados por el propio censo del Departamento de Justicia americano.
Según otro estudio de Rubén Rumbaut y Walter Ewing de 2007, a pesar de que la población de indocumentados inmigrantes se ha doblado desde 1994 (fecha de la firma del acuerdo de libre comercio NAFTA), el índice general de crímenes violentos contra las personas ha bajado desde entonces en un 34,2% y los delitos contra la propiedad han bajado en un 26,4%. Ciudades con importante población de inmigrantes como Los Ángeles, Nueva York, Miami o Chicago muestran para el mismo periodo de tiempo parecidos índices a la baja.
Ejemplo de activismo anti-inmigración
A pesar de estos reveladores datos, los activitas anti-inmigración les encanta sacar datos aislados o sesgados para activar temores entre la población y los legisladores. Tomemos el caso del informe del Government Accountability Office (es decir, el brazo observador y/o investigador del Congreso) en el que se afirma que casi un cuarto de los encarcelados en prisiones federales son extranjeros. Lo que no aclaran los restriccionistas al utilizar ese dato es la proporción y peculiaridad de los reclusos del sistema de prisiones federales en relación con el resto de las cárceles de los EE UU.
De acuerdo con el Departamento de Justicia americano, a finales de 2005 solo el 8% de los 2,2 millones de personas confinadas entre rejas correspondía a reclusos de las prisiones federales. El 92% de los reclusos, por tanto, se encontraban en las cárceles estatales (el 57%) o en las locales (34%) en las que un alto porcentaje eran nativos. Pero, lo más importante aún es saber que la gran proporción de los reclusos extranjeros en las referidas prisiones federales se debía (y se debe) a violaciones de las leyes de inmigración que son ofensas civiles –no penales- tal y como pueden ser las infracciones de tráfico, pero con la particularidad de que son tratadas como ofensas federales. Como vemos, en este asunto los nativistas muestran a modo de espantajo parte de las estadísticas oficiales sin contar toda la verdad.
El «milagro» de El Paso
La ciudad fronteriza de El Paso en Texas tiene una abrumadora población de inmigrantes; El 80% de la misma es hispana y un cuarto de los residentes paseños son nacidos en el extranjero. Una buena proporción de la población inmigrante vive ilegalmente. El índice de pobreza allí es más del doble que la media estadounidense. Asimismo las políticas de control de armas son bastante laxas debido a que se halla en un Estado que cuenta con una de las legislaciones más pro-armas de los EE UU. Si a esto se suma que El Paso se sitúa en la ribera del río Grande justo enfrente de la mexicana Ciudad Juárez, una de las más violentas del hemisferio occidental debido a la desquiciada guerra desatada contra las drogas, deberíamos tener -según la lógica nativista- todas las papeletas para encontrarnos con una ciudad regida por el crimen. Pues no es así, ni mucho menos.
El Paso desde hace tiempo es una de las ciudades más seguras de los EE UU, su ratio de crímenes violentos contra personas y propiedades es francamente bajo. Numerosos criminólogos estadounidenses afirman que ciudades fronterizas como El Paso, San Diego o Laredo (donde el 90% de su población es hispana), así como otras ciudades con gran población inmigrante como Nueva York, Los Ángeles o Miami no son seguras a pesar de la gran proporción de inmigrantes viviendo en ellas, sino que lo son precisamente debido a ella.
El inmigrante generalmente es una persona que ha dejado a su familia en su país de origen y lo que persigue es trabajar para mandar ayuda a sus seres queridos o traerlos junto a sí. Lo último que desea es tener problemas con la justicia o verse involucrado en comportamientos arriesgados que puedan impedirle llevar a cabo esas metas. Esta actitud cautelosa es especialmente acusada en aquellos que se encuentran indocumentados porque podrían ser objeto de deportación. Tal y como mantiene Jack Levin, criminólogo de la Northeastern University, «si quieres vivir en una ciudad segura, busca una con una gran población de inmigrantes.»
Menos propensos a cometer crímenes
Dado que la inmigración trae a los países receptores un número desproporcionado de jóvenes varones y dado que viven muchas veces en zonas o barrios desorganizados, se podría esperar que los inmigrantes exhibiesen «lógicamente» tasas de delincuencia mayores que las de la población nativa. Sin embargo, tal y como argumentó Gary Becker, el delito no se explica por el entorno social o por la irracionalidad del autor sino por los incentivos racionales, por cálculos económicos de los beneficios y los riesgos y por los reducidos horizontes temporales de la persona que delinque. Ninguna de las razones anteriores empuja más al emigrante que al nativo hacia el delito. Más bien al revés.
Los datos resultantes de casi un siglo de investigaciones en diversos países sobre la relación entre crimen e inmigración concluyen que, por lo general, la población inmigrada exhibe tasas de delincuencia inferiores en grados diversos (según el lugar y el periodo que se considere) a la de la población autóctona.
Hay, como es natural, excepciones parciales a esta evidencia mayoritaria pero se deben a incentivos concretos de momentos o lugares determinados más que a la propia propensión delictiva intrínseca de dichos grupos inmigrantes.
Para quitar telarañas imaginarias es muy recomendable leer al respecto los trabajos de investigación de referencia de Johan Thorsten Sellin (1938), Charles Kindelberg (1967), Franco Ferracuti (1968), Stephen Steinberg (1981), Michael Tonry, (1997), Hagan y Palloni (1998), Ramiro Martínez y Matthew T. Lee (2000) o Robert J. Sampson (1987, 2008).
Bandas de criminales transnacionales
La globalización de la criminalidad organizada es muy distinta a la inmigración. Los casos minoritarios de extranjeros que forman parte de bandas de criminales transfronterizas nada tienen que ver con la lógica de los flujos migratorios y, en la mayoría de los casos, sus integrantes se trasladan de un país a otro como meros turistas o visitantes ocasionales.
Las noticias reales y graves de delincuencia llevada a cabo por medio de estas bandas sirven de coartada a los nativistas para endurecer, aún más si cabe, las leyes de inmigración. El problema aquí no es que el gobierno esté dejando entrar a demasiados extranjeros sino que no está consiguiendo excluir a aquellos que son más peligrosos.
Puede resultarnos de ayuda una analogía de este asunto que Daniel Griswold, analista del Cato Institute, hace con el comercio: se puede llevar a cabo perfectamente una política de comercio abierto, con todas sus consecuencias beneficiosas para el conjunto de la economía, al tiempo que se lleva un control por parte de las autoridades para excluir la entrada de aquellos bienes que puedan suponer una amenaza para la seguridad o salud públicas (alimentos tóxicos o contaminados, explosivos, materiales radiactivos, etc.). De la misma manera, podemos ser partidarios de una política más abierta a la inmigración pero no dejar de hacer por ello los pertinentes controles para tratar de excluir a las personas indeseables en la medida de lo posible.
Favorable evolución del crimen en España
En nuestro país, un estudio al respecto de varios autores muestra que existe también una evolución favorable en el descenso de la criminalidad en España y que la llegada de inmigrantes explicaría –sólo parcialmente- esos buenos datos.
La inmigración en España es un fenómeno extremadamente heterogéneo (como sucede en casi todos los países) pero un nativista recalcitrante podría argüir que la española en particular está condicionada por la presencia de grandes grupos de jubilados provenientes fundamentalmente de Europa. Estos son menos propensos a delinquir y, por tanto, la favorable conexión entre descenso acusado de la delincuencia y la llegada de inmigrantes podría estar afectada. No se puede negar esa posibilidad.
En cualquier caso, lo que a todas luces no hay es una correlación entre mayor inmigración y aumento de los ratios delincuenciales en el país de acogida, por mucho que algunos irresponsables (o ignorantes) se empeñen en establecer dicha conexión.
También buenas noticias y estudios en Canadá
En los últimos 40 años la incidencia del crimen ha bajado significativamente en Canadá. Parece que la inmigración también juega un papel no desdeñable en ello.
Uno de los primeros investigadores en dicho país del fenómeno de la delincuencia relacionada con la inmigración fue John Hagan. Sus descubrimientos fueron concluyentes: cuanto mayor proporción de inmigrantes había en una población dada, menor eran sus índices de criminalidad.
Por otra parte, el sociólogo Ron Levi de la Universidad de Toronto afirma que los datos de su reciente estudio contradicen, una vez más, la creencia popular de «a más inmigrantes, más crímenes». Según dicho autor, los nuevos inmigrantes apenas cometen crímenes aunque reconoce que sus descendientes son más propensos a perpetrarlos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, una vez los inmigrantes se han establecido en Canadá, el promedio delincuencial es, con todo y con ello, menor que el promedio de la sociedad canadiense en general.
La socióloga de la misma universidad, Ronit Dinovitzer constata que a medida que se prologan las generaciones de inmigrantes en suelo canadiense y se apartan de sus orígenes extranjeros, sus miembros se van asemejando cada vez más a los nativos. Con el transcurso del tiempo tienden a igualarse todas sus pautas de comportamiento, tanto si son referidas al consumo, al número de hijos concebidos, a los hábitos de vida, a la propensión a endeudarse, al uso de tarjetas de crédito… o a la comisión de delitos.
Los inmigrantes nos hacen más seguros
Parece que los análisis estadísticos –no sólo de los EE UU- nos conducen a esta sorprendente conclusión: la llegada de inmigrantes nos hace más seguros. Por desgracia, buena parte de las políticas de inmigración del siglo XX han estado guiadas por estudios cuestionables y por prejuicios o creencias erróneas antes que por investigaciones solventes o estudios científicos sobre la materia.
Es decir, los datos nos muestran que los inmigrantes en su conjunto son menos propensos a cometer delitos a no ser que se trate de descendientes de la primera o segunda generación, en cuyo caso su ratio delincuencial tiende a converger con el de los autóctonos.
No nos dejemos engañar por nuestros prejuicios o impulsos intuitivos; cuando un nativista declara que con la llegada de inmigrantes se aumenta la criminalidad blandiendo cualquier noticia de un delito cometido por un extranjero, está haciendo una mala inducción o cometiendo una falacia de generalización apresurada.
Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX y X.
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