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Inmigración (XX): Invierno demográfico en Europa

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"Más que la superpoblación, el problema demográfico grave se encuentra en la esclerosis de las sociedades debida al envejecimiento de la población por las drásticas reducciones de los índices de natalidad". José Juan Franch.

 "Hoy día somos nosotros el recurso que se agota, no el petróleo. Somos nosotros la especie amenazada, no el búho moteado". Mark Steyn.

"El descenso continuo global en las tasas de natalidad de los seres humanos es la fuerza más poderosa que afecta al destino de las naciones y al futuro de la sociedad en el siglo XXI". Philip Longman.

Es ya un lugar común entre los demógrafos hablar de la existencia de un invierno demográfico en Europa. No por ello deja de ser cierto. La mayoría de los países europeos está perdiendo población. Los indicadores no son nada tranquilizadores: bajas tasas de natalidad (casi todas muy por debajo del 2,1 que impide la renovación poblacional), edad media de la población (en torno a los 40 años y subiendo), modificación de la estructura de edades (cada vez habrá menos mujeres en edad reproductiva), tasa de dependencia de la población de más edad (un jubilado por cada cuatro personas activas y reduciéndose esa proporción con el tiempo). Todo ello nos confirma que dicho invierno se recrudecerá a medida que pasen los años.

Aunque ha habido una leve mejora de los indicadores poblacionales en los últimos quince años sólo en unos pocos países de la Europa atlántica (Francia, Holanda) y nórdica (Suecia, Noruega, Dinamarca), no ha supuesto realmente una claro aumento demográfico. Las tasas de nacimiento son notoriamente difíciles de predecir pero los demógrafos saben ya que las tasas de natalidad por debajo del nivel de reposición no son un fenómeno pasajero. Las naciones que alcanzan bajas tasas de nacimientos se mantienen por décadas. El declive poblacional es innegable. Es todavía mucho más preocupante en Europa central, mediterránea y del Este.

Los cambios de tendencia en este ámbito son siempre graduales; una vez que toman un rumbo no son nada fáciles de revertir y precisan de mucho tiempo para modificarlos. Si en los países desarrollados el envejecimiento de la población es una constante, es en Europa (y también en Japón) donde dicho fenómeno se muestra con mayor intensidad en el mundo. La historia no conoce ningún precedente de una población tan envejecida. Esto no ha hecho más que empezar. Estamos adentrándonos, pues, en terreno desconocido.

Y como siempre que se acerca uno a un desafío, las respuestas suelen ser de dos tipos: las catastrofistas, por un lado, y las que no quieren ver las amenazas, por el otro. Los alarmistas nos hablan de suicidio demográfico y de los problemas que ello acarreará (falta de renovación poblacional, gastos sanitarios disparados por población envejecida, deterioro económico, etc.). Los "atenuadores", por su parte, no dan importancia al asunto, ni toman en serio las advertencias de los primeros porque piensan que hay reserva poblacional suficiente en el mundo y que lo esperable es que vaya siempre creciendo en mayor o menor medida.

Si se traduce al ámbito político, los primeros suelen pedir la intervención del Estado para promover y sufragar políticas natalistas entre la población. Ven con desconfianza la llegada de inmigración que supla dicho declive poblacional y temen una oleada de inmigrantes indeseados que pueda cambiar el entono cultural existente (i.e. se habla exageradamente de la próxima Eurabia). Reclaman también la presencia del Estado para impedirlo. Son los conservadores.

Los segundos se alarman por otras cosas. Son lo que llevan décadas con su trasnochada cantinela de la explosión demográfica, de la escasez de recursos, de la degradación medioambiental, de la promoción del aborto y de los límites del crecimiento. Obviamente la reducción de población no la perciben como un problema pues ven al hombre consumista como si fuera una plaga y dan por supuesta su reproducción. Consideran egoísta e irresponsable tener más de dos hijos. Son los progresistas y anticapitalistas.

Los primeros hacen bien en alertar del desafío demográfico que se nos viene encima porque es una realidad, pero defraudan en sus propuestas constantes de llamar al Estado para resolverlo (subvenciones a los nacimientos de autóctonos y medidas restriccionistas a la inmigración y de asimilación de los ya existentes). Los segundos hacen mal en no tomarse en serio las advertencias de los primeros porque pueden acabar pareciéndose a la imprevisora cigarra de la fábula de Esopo.

En Europa hay una escandalosa contradicción entre un discurso paranoico y angustioso contra la inmigración y la realidad de las necesidades de mano de obra (cualificada o no) en sectores enteros de la producción de bienes y servicios. En los diferentes países del Viejo Continente se pueden apreciar estas mismas tendencias, con mayor o menor intensidad. Pareciera que se sufre una suerte de "bulimia poblacional": pese a tener escasez de gente (ciertos puestos de trabajo sin cubrir), se cree que hay exceso de la misma (sobre-inmigración).

Aunque la política migratoria sigue siendo facultad exclusiva de los estados-miembro, la estandarización y armonización de la legislación de la Unión Europea ha llevado a lo que polémicamente se denomina Fortaleza Europa. Mientras que la UE promueve la libre circulación de personas dentro de sus fronteras, cada vez es más difícil para los ciudadanos no pertenecientes a la UE entrar en dicha zona.

Ningún gobierno en el Viejo Continente fomenta la llegada de inmigrantes por muy diversos motivos pero todos ellos conservadores: para proteger su cultura autóctona, para conservar los puestos de trabajo o los niveles salariales, para blindar su caro Estado del bienestar…

Para todos ellos hay una mala noticia: el ritmo de crecimiento de la población mundial se ha ralentizado más de lo esperado desde hace un par de décadas y en algún momento en torno a 2060 empezará a decrecer. Los demógrafos muestran sorpresa por la velocidad con que están cayendo los índices de natalidad en todas partes, incluido los del Tercer Mundo. Es un fenómeno históricamente insólito. Nadie lo esperaba. Esto confirma una vez más que vivimos en un mundo gobernado por una lógica que es exactamente la contraria a las previsiones realizadas por el primer Malthus. La realidad humana es así de compleja y de impredecible.

Tras la Segunda Guerra Mundial Europa contaba con más del 14% de la población mundial, hoy no llega al 7%. El aumento poblacional en otras partes del planeta tiene mucho que ver con ello pero también la acusadísima caída de las tasas de natalidad europea (Billari, Kohler y Ortega la han llamado "lowest-low fertility") y las políticas desalentadoras de la inmigración.

Es probable que en el futuro no haya suficientes inmigrantes para cubrir los declives poblacionales ya existentes en Europa. Ahora parece ciencia ficción, pero habrá antes o después una feroz competencia mundial por atraer mano de obra extranjera cualificada o no. Con el agravante, además, de que muchos países emergentes se habrán ya desarrollado por entonces y se añadirán a dicha rivalidad por captarlos.

Europa puede que se encuentre entonces con un serio problema al descubrir que ya no es un destino tan atractivo para nuevos inmigrantes al preferir tal vez buscarse acomodo laboral en otras ciudades de EE UU, Australia, Brasil o cualquier país de Asia.

Aún se está a tiempo de mitigar (que no de resolver) el más que previsible crudo invierno demográfico de Europa mediante la flexibilización de las políticas de inmigración en sus respectivos países.

Algunos nos alertan que la fuerza laboral extranjera del mismo modo que viene, puede también marcharse masivamente en caso de crisis económica creando desequilibrios en la sociedad de acogida. Esto es cierto, pero es que también los propios nacionales pueden hacerlo (y de hecho lo hacen) en caso de que la economía entre en recesión. El mejor antídoto para invertir las proyecciones demográficas negativas es conseguir una recuperación económica sólida y duradera. No cabe, pues, establecer cupos en función de las posibilidades de dar empleo a un número predeterminado de trabajadores extranjeros. Alberto Recarte advierte a los nativistas que "los límites en verdad son fijados por el volumen de capital del país y las posibilidades de mantener la ley y el orden en una sociedad que recibe personas con otras ideas y culturas."

Habiendo libertad de emprendimiento, un entorno institucional que favorezca la estabilidad jurídica y crecimiento económico se tendrá la seguridad de que tanto nacionales como extranjeros permanecerán en un determinado país para cubrir los puestos de trabajo necesarios que demande una economía saneada. Por tanto, desde todos los puntos de vista, la llegada y rotación de inmigrantes es síntoma de salud de una sociedad próspera y abierta. Por supuesto que la inmigración no es origen de la prosperidad (más bien es su efecto) ni puede resolver por sí sola el gran problema de la crisis de envejecimiento de las poblaciones desarrolladas, pero puede hacer que sea mucho menos grave.

Multitud de luces de advertencia nos indican que la "temperatura" poblacional en Europa no hace más que descender progresivamente así como que se da en ella una alarmante pérdida de competitividad en los nuevos mercado globales, pero seguimos creyendo que nuestras antiguas "estufas" van a seguir calentándonos como sucedía en el pasado. Houston, tenemos un problema…


Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I,  IIIIIIVVVIVIIVIIIIXXXIXIIXIIIXIVXVXVIXVIIXVIII y XIX.

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