La inmigración de personas cualificadas agrega capital humano al país de acogida de la forma más barata y expeditiva.
«En la larga lista de políticas estúpidas del gobierno de los EE UU, creo que nuestra actitud hacia la inmigración tiene que estar cerca de los primeros puestos». Eric Schmidt.
«… el principal recurso, el talento humano, ha demostrado una potencia creativa que nunca ha dado muestras de agotamiento». Carlos Rodríguez Braun.
EE UU nació abriendo las puertas a la inmigración. Esta política liberal fue mantenida hasta la llegada de las leyes racistas de inmigración de los años 20, inspiradas en el movimiento progresista eugenésico, que supusieron un lamentable paso atrás en su tradicional acogida al extranjero. Se dejó fuera, entre otros, a las personas más capacitadas de otras partes del mundo.
Sólo con la tenue liberalización posterior de la ley de migración de 1965 (Ley Hart-Cellar) se empezó a dar entrada al trabajador extranjero no por su raza sino por su talento. Sin embargo, por primera vez se establecieron en los EE UU restricciones arbitrarias en forma de límites numéricos a todos los inmigrantes (incluidos a los más preparados). Desde entonces todos los años sus burócratas federales establecen dicho número completamente caprichoso y sin motivación alguna.
Pese a todo, ese pequeño avance en las leyes de inmigración (poner fin a las aberrantes leyes eugenésicas) tuvo una consecuencia inadvertida por los políticos pero a la postre decisiva: el establecimiento gradual, aunque incesante, de los mejores cerebros llegados de todos las latitudes ayudó a hacer de EE UU la economía más innovadora del mundo.
Un estudio de la Duke University ha mostrado que, desde 2005, un poco más de la mitad de las empresas de Silicon Valley tenían un jefe ejecutivo o tecnológico que había nacido en el extranjero. La población blanca no hispana es ya minoritaria en California.
Las investigaciones de Jennifer Hunt y Marjolain Gauthier-Loiselle concluyeron que un incremento de sólo un punto porcentual en inmigrantes con título universitario como porcentaje de la población aumenta las patentes per cápita entre un 9 a un 18 por ciento. No todas las patentes son productivas, pero un número mayor de patentes contribuye a las ganancias de productividad de los trabajadores (y, por tanto, es más probable que sus salarios aumenten). Los inmigrante talentosos ayudan a mejorar la productividad de todos.
El resto de los países occidentales han ido replicando esta política inmigratoria más o menos acogedora con las personas cualificadas de otros países. Es más fácil de aceptar para los votantes nativistas. No obstante, todas tienen un númerus clausus o cuota de entrada por cada año. Esto no tiene lógica.
La inmigración de personas cualificadas agrega capital humano al país de acogida de la forma más barata y expeditiva. Son, además, gente muy emprendedora. En las dos últimas décadas, más de un cuarto de las empresas de tecnología e ingeniería establecidas en los EE UU tenían al menos un inmigrante como fundador o cofundador. Recordemos tan solo unos pocos ejemplos célebres como el de Sergey Brin, cofundador de Google, que llegó a los EE UU como refugiado de la URSS, el de Jerry Yang, uno de los fundadores de Yahoo, o el de Steve Chen y Jawed Karim, cofundadores de YouTube.
China podrá en un futuro superar a los EE UU en su producto interior bruto dada la gran población de la primera, no obstante no lo hará en el ingreso per cápita ni en su fuerza innovadora. EE UU continuará siendo la economía más productiva de todas debido, entre otras cosas, por su capacidad de atraer el mejor talento del mundo aunque lo restrinja aún de forma incomprensible.
El ex dirigente de Singapur, Lee Kwan Yew, de cultura china pero esencialmente cosmopolita, sostenía que a pesar de todo el potencial de China, ésta no logrará superar a los EE UU como potencia hegemónica en el siglo XXI debido a la incapacidad de las instituciones chinas de reclutar e integrar a los mejores trabajadores foráneos al tener una cultura excesivamente centrada en sí misma. América, pese a sus desquiciadas políticas inmigratorias actuales, ha sido la nación que mejor ha sabido integrar la energía y las aspiraciones de los venidos de fuera y al mismo tiempo mantenerse a si misma revitalizada.
Los beneficios económicos de los inmigrantes altamente cualificados parece que son ya reconocidos por casi todos los estudiosos del tema. Por ello es un contrasentido el que en los últimos años los políticos nos hablen de dar prioridad a los inmigrantes cualificados pero, al mismo tiempo, les impongan límites numéricos.
En los EE UU los visados H1-B (los que dan acceso a los trabajadores cualificados) están limitados actualmente a unos 85.000 cada año; un número verdaderamente ridículo en comparación con la población estadounidense. Además están auspiciados cada uno de ellos por empresas concretas de tal forma que, si el trabajador cualificado quiere cambiar de empleo y no lo consigue por las complejas reglas de inmigración, se convierte ipso facto en un inmigrante ilegal. Con más o menos variantes, esta situación kafkiana se repite en todos los países desarrollados.
A esto se suma en EE UU que muchos estudiantes universitarios, al finalizar sus estudios tienen que abandonar el país por escasez de visados H1-B. Gran parte de ellos se formaron en los EE UU para trabajar en ocupaciones allí denominadas STEM (relacionadas con la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Es un gran desperdicio para el incremento aún mayor de la productividad de la economía norteamericana pero los burócratas federales imponen su criterio sobre esa magnífica oportunidad.
En relación a esta sinrazón de la política migratoria de los EE UU, Eric Schmidt, actual presidente ejecutivo del variado equipo directivo de Google (ahora de Alphabet), comentó que los americanos “aceptamos gente muy, muy inteligente, la traemos al país, les damos un diploma y los echamos a patadas a donde van y crean compañías que compiten con nosotros. Brillante estrategia”. Google ha sido una de las muchas empresas que más han apoyado una mayor liberalización y aumento de visados especiales para la gente mejor preparada del mundo.
No debería haber límite alguno de entrada para los inmigrantes altamente cualificados. El país que tenga la fortuna de tener muchas solicitudes de este tipo y opte por políticas que aumenten drásticamente su número de visados o que levante sin más su actual restricción numérica, recogerá abundantes frutos pues agregará un valor incalculable a su economía.
“De acuerdo”, podrá incluso decir nuestro vecino nativista si no tiene una mentalidad excesivamente cerrada, pero ¿y qué sucede con los trabajadores no cualificados? Esos sí que son legión, apenas aportan y son más bien una carga para la economía.
Trataremos tan errados planteamientos en el siguiente comentario y veremos que, incluso los extranjeros no cualificados y por otros motivos, son también muy necesarios en cualquier economía. Tan solo es necesario que su ingreso al país se facilite de forma ordenada y por cauces legales.
Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también: I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI, XXII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI, XXVII, XXVIII, XXIX, XXX, XXXI, XXXII y XXXIII.
5 Comentarios
https://youtu.be/tO65KSxWpp8
https://youtu.be/tO65KSxWpp8
Pues sí. Yo es que no puedo
Pues sí. Yo es que no puedo evitar irritarme un poco con estos temas tan elementales y de sentido común, que la inmensa mayoría se obceca en ignorar.
Si es que lo entiende hasta una niña de cuatro años.
A ver, Pablita, siéntate ahí un momento. Todos necesitamos satisfacer nuestras necesidades y para ello actuamos. Desgraciadamente, éstas son inagotables y por eso nunca nos faltará trabajo, demasiado trabajo. El trabajo es por definición una molestia y un incordio, y mejor que otro nos lo haga. Como tenemos diferente habilidades, el truco consiste en la división del trabajo: se trata de confiar cada cosa a quien más y mejor pueda producir a menor coste. Cuando nos desplazan por ineficientes de nuestra actividad debemos dar gracias al Señor, y al señor: significa bienes y servicios más accesibles para todos al módico precio de buscarnos otra ocupación que nos reporte beneficios.
Es imposible que falten nuevos trabajos, porque, por desgracia, las necesidades humanas son infinitas; pero supongamos, que ya es mucho suponer, que no lo fueran o que una élite pudiera autoabastecerse y nos excluyera por inútiles. Lo que no podrían impedir es que trabajáramos por nuestra cuenta y nos coordináramos con otros inextinguibles parias: en el peor de los casos estaríamos como antes de que el libre mercado nos “quitara” nuestro anticuado e ineficiente trabajo. (En realidad, es imposible que no mejorásemos con el abaratamiento y la nueva información disponible).
Resulta verdad apodíctica que el libre mercado y la consiguiente afluencia de miríadas de pacíficos inmigrantes, marcianos o chimpancés sólo puede beneficiarnos. Cincuenta mil millones de foráneos pujando por instalarse en nuestra tierra como poco dispararía el valor de nuestras propiedades, ¡menudo negocio! Cualquier objeción que pueda aventurarse implicará la ausencia de libre mercado, demostrando que ése es el problema y no la afluencia de competidores, tontos o listos.
Los políticos usan la
Los políticos usan la demagogia para tapar su ineptitud.
Un elemento demagógico estrella es el chivo expiatorio.
Los emigrantes dan el perfil.
Mientras haya políticos habrá una profusa regulación migratoria para gestionar temores y culpabilidades.
Estoy totalmente a favor de
Estoy totalmente a favor de la libertad migratoria. Pero antes de cualquier otra profesión, se debería permitir que cualquier extranjero fuese político español. ¿Por qué no poder votar a un Cameron o un Ron Paul?
Ya puestos a «fichar» lo mejor para desempeñar una función, ¿qué más importante que la cosa pública?
Pues no te arriendo la
Pues no te arriendo la ganancia. ¿Deberíamos permitir delincuentes extranjeros porque sean menos violentos? Hay que negar la mayor: no deberíamos consentir ninguna clase de delincuencia por muy sometida a algún tipo de competencia que esté.
En realidad, ése es el error que cometemos con la democracia; la aceptamos acríticamente por tratarse de un sistema abierto a cierta competencia, olvidando su intrínseca naturaleza malvada. Es verdad que ganaríamos relativamente con políticos extranjeros más respetuosos de la libertad individual, pero sería cambiar un poco para que nada cambie.
Procede en cambio negar la mayor. No precisamos de políticos a quienes votar sino de empresarios a los que contratar servicios libres y voluntarios. El camino es bien sencillo y practicable, se trata de empezar a privatizar sin término prefijado todos los servicios públicos, liquidar esa absurda “cosa pública”, concepto insustancial y ad hoc pergeñado para justificar la violencia.