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Instintos coalicionales

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Quizá el primer paso es dejar de racionalizar lo que nos une a nuestro grupo o identidad social y asumir que es un medio para un fin.

Tengo la costumbre de comer a las doce y media del mediodía. Soy español y resido en España, así que me ha tocado ver más caras de incredulidad de las que puedo recordar. Podría decir que mi horario es más normal que el típico español de las dos de la tarde; pero lo cierto es que es una costumbre arbitraria que me puedo permitir porque los beneficios que me aporta superan a la presión de grupo que sufro por mantenerla.

Aunque tengo que reconocer que también es satisfactorio poder llevarle la contraria a la mayor parte de la sociedad en la que vives sin que te multen o te metan en la cárcel. En estos casos, los comentarios jocosos por ser un bicho raro son un precio muy agradable de pagar si los comparas con el trato que se suele recibir cuando te saltas otras normas sociales menos flexibles.

Lo curioso viene cuando en vez de buscar un beneficio individual saliendo de la normal, lo que se busca es crear una señal honesta costosa para formar un nuevo grupo social o fortalecer a uno existente.

Son situaciones un poco incómodas para un liberal: por un lado, poder salirse de las convenciones sociales es un derecho básico para vivir en libertad: por otro, profundizar en identidades abstractas de grupo hacen más difíciles las sociedades abiertas.

La clave de la convivencia podría ser entender que somos animales con instintos coalicionales. Principalmente en dos aspectos: no podemos evitar formar identidades de grupo; y se nos da extremadamente bien racionalizar las decisiones arbitrarias que nos unen para atacar a los grupos rivales.

Lo primero es importante porque existe la ficción de que las sociedades de los Estados-nación deben estar cohesionadas en torno a una gran identidad común. Y siendo cierto que en momentos de necesidad esta identidad puede imponerse a otras, lo lógico es que en entornos de bonanza y libertad de expresión se prioricen otras identidades más específicas que dividan a la sociedad en varios grupos.

Lo segundo es aún más importante porque en sociedades democráticas los grupos compiten dialécticamente por el poder del Estado. Esto provoca que se destine una gran cantidad de recursos a desarrollar teorías sobre por qué las ideas y las costumbres de un determinado grupo son las científicamente correctas, mientras que la del resto de grupo son incorrectas y perjudiciales.

Una vez que un grupo alcanza el poder, queda legitimado para legislar la imposición de sus ideas frente a la del resto de grupos. Y esto reduce la libertad y aumenta la confrontación en la sociedad.

Por lo tanto, la tolerancia con la existencia de diferentes grupos en una sociedad, junto al escepticismo sobre cualquier imposición que quiera realizar un grupo sobre el resto vía Estado, debería ser una fórmula eficaz para evitar que nuestros instintos coalicionales nos lleven a la destrucción de las sociedades abiertas, y al despilfarro constante de recursos intelectuales en ideas absurdas.

El problema es que esta actitud implica cierto desapego de cualquier grupo, o pertenecer al grupo liberal (que trae esa visión de serie). Además, la creciente imposición de una determinada visión social (progresista) en los centros de sabiduría social (las universidades) lo está haciendo cada vez más difícil.

Quizá el primer paso es dejar de racionalizar lo que nos une a nuestro grupo o identidad social y asumir que es un medio para un fin. Y corresponder del mismo modo con lo que une a los grupos rivales, ya que por muy irracionales que parezcan las ideas que les cohesionan, no lo son más que las nuestras.

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