Obama, en su pulsión reguladora, ha lanzado a la Federal Communications Comission (FCC) a que regule Internet. La ley de las consecuencias inesperadas predice el desastre. Con la excusa de forzar su neutralidad, Internet podría quedar regulada con la misma legislación que en los años 30 la telefonía.
Bajo esta nueva legislación la FCC haría de policía de tráfico. Interferiría con los proveedores de internet controlándoles la infraestructura, las tarifas, los niveles de acceso, etc. Cambiamos competencia comercial por discrecionalidad del regulador, que es lo que en el fondo el dictadorzuelo burocrático necesita para justificar su propia existencia.
Esto implicaría que terminarían entorpeciendo nuevas tecnologías, productos y servicios, paralizando uno de los sectores más vibrantes del Siglo XXl hasta ponerlo a velocidad de burocracia. Un futuro daño irreparable. Aunque las regulaciones inicialmente parezcan nimias, sabemos cuándo se empieza a regular pero no cuando se acaba. Y lo que ignoramos son las consecuencias imprevisibles.
La Red cambió el mundo y lo hizo sin intervención. Ha dado un fantástico servicio. Que no la toquen. No violemos la primera «ley» de la informática. «Si no está roto, no lo arregles».
Si pagamos distinto por la velocidad de descarga. ¿No debería suceder lo mismo con la velocidad de subida? Si necesito enviar una carta rápidamente, ¿nos negarían por ley el derecho a pagar un servicio de mensajería urgente? Sería como declarar ilegales a Fedex, UPS, Seur.
Si el ejemplo cunde a nivel internacional, tendrán la excusa para crear todo un enjambre de normativas en cada país las cuales además entrarán en conflicto.
Primero empezarán regulando el tráfico, luego el precio y después el contenido. Imaginemos que estamos viendo un vídeo de un servidor americano. Por diseño, internet envía la información troceada en paquetes y cada uno puede tomar distinta ruta. ¿Cada país le aplicaría distintas restricciones y velocidades a cada trozo de información según por donde pase ese paquete? Guerra arancelaria versión Internet.
La pretensión de neutralidad implica que todos tengan los mismos derechos, sea un pequeño blog o un gigante como YouTube. En principio esto suena bien. Pero es como decir que todos paguemos el mismo recibo de la luz, gastemos lo que gastemos. Todos igual, un pequeño taller o una gran fábrica.
Estas disquisiciones de neutralidad, de ancho de banda y prioridades las debe resolver el mercado. Y lo hará por el lado de la oferta. Los actores mejorarán sus servicios con nuevas fibras ópticas y nuevas tecnologías. Si el cliente no está satisfecho con la estrategia de tráfico que tiene su proveedor simplemente cambiará a otro. Y será el mercado el que decida. El usuario votando con su cartera.
De hecho esto ya ocurre, muchos hogares tienen varios proveedores simultáneos de internet. Uno por cable y tres o cuatro distintos en el teléfono móvil de cada miembro de la familia. Cada cual con distintos precios y servicios.
¿Se acuerda alguien de MINITEL? MINITEL fue una difunta iniciativa de France Telecom. Era una especie de precaria protointernet (solo texto) de los años 80. La idea no era mala. Pero estaba regulada hasta las cejas y subvencionada por el gobierno francés, que casi regalaba los terminales. Era necesario obtener una licencia para subir contenidos. ¿Te imaginas una licencia para ser blogger?
La Internet que conocemos está viva de milagro. Los terribles atentados del 11 de septiembre de 2001 sirvieron para justificar operaciones masivas de control de Internet y de correos electrónicos por diversas agencias de seguridad americanas. Pero para entonces Internet ya era robusta, tenía masa crítica. ¿Qué hubiese ocurrido con la Red si el atentado se hubiese adelantado una década? Justo cuando estaba saltando de ser una intranet del mundo científico-militar al mundo comercial.
Internet nació porque se le escapó al regulador de entre los dedos. El mercado fue más rápido. Al menos en su expresión comercial, abierta al público y libre que hoy nos es habitual. La Red tenía todas las papeletas para ser maniatada o censurada: narcotráfico, violaciones de copyright, blanqueo de capitales, pornografía infantil, pederastia, terrorismo, fabricación de explosivos, tráfico de armas, etc. Podría existir otra red. Sería Orwelliana. Todo se habría diseñado para evitar el anonimato, direcciones IP estáticas y nominativas, obtención de licencia para introducir contenidos, identificación de la CPU, otro muy distinto protocolo TCP/IP. Y un largo etcétera.
No regulemos. Es el mercado -el usuario- el que debe decidir la política de tráfico de su proveedor. Y si no le gusta, cambiar a otro. Los proveedores competirán por los clientes, por los contenidos y por satisfacer velozmente a todos.
Y lo siento. No, no somos iguales. Esta página web del Instituto Juan de Mariana no puede tener el mismo trato que YouTube. Esta página carga en segundos y los grandes necesitan un «cañón» de ancho de banda.
Pero en un mercado libre esto es bueno para grandes y pequeños. Si por ley tuviésemos «café para todos», YouTube (y muchos otros) se verían fatal, a saltos (como hace años). No se disfrutaría de la experiencia, menos red (más tele) y por tanto menos visitas al IJM. Luego ¡qué curioso! Con discriminación, ¡ganamos todos!
En definitiva, Internet libre de leyes. Ni neutral ni parcial, sino todo lo contrario.
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