Nada más llegar al poder, Kennedy anunció un ambicioso proyecto de ayuda a Latinoamérica para empujarla hacia el desarrollo y ver asentarse allí la democracia. Ambos objetivos harían de barrera de contención a la hipnótica (y reciente) revolución castrista que amenazaba con extenderse por el continente como una indeseable mancha de aceite.
Si la doctrina Truman había contado con su plan Marshall para Europa, la doctrina Kennedy contaría entonces con un plan aún mayor para América Latina. Sería un gran proyecto hecho realidad, hijo lejano de la iniciativa imaginada por el presidente del Brasil Kubitschek.
Este plan del gobierno de los Estados Unidos recibió el apoyo del Congreso para destinar durante los años que iban de 1961 a 1970 unos 20.000 millones de dólares (entre subvenciones y préstamos) a proyectos de mejoras sociales y económicas por toda Latinoamérica. Fue bautizado con el grandilocuente nombre de la Alianza para el Progreso. Las relaciones hemisféricas entrarían por fin en una nueva etapa histórica.
Kennedy quiso demostrar que sus palabras iban en serio. Con la aprobación de la Foreign Assistance Act de 1961 se creó una agencia específica –la USAID– para gestionar centralmente toda la ayuda oficial norteamericana ya existente y se contrataron los llamados Peace Corps de técnicos y jóvenes voluntarios estadounidenses deseosos de ayudar al mundo subdesarrollado. Gran parte de los esfuerzos irían a parar a Latinoamérica en coordinación con la Organización de Estados Americanos y el BID. El entusiasmo que suscitó esta Alianza para el Progreso entre los políticos de la zona fue considerable.
Los resultados de los desembolsos masivos de dinero por parte de Estados Unidos hacia Latinoamérica fueron infructuosos, salvo –claro está– para los dirigentes de ambos hemisferios y para las empresas privadas adosadas a ellos. Pasada la década de los sesenta, la renta per cápita de los países receptores de aquellas ayudas resultó ser incluso menor que la de años anteriores. Además, si la intención de Kennedy era también exportar la democracia a sus repúblicas hermanas del sur, la dolorosa realidad mostró que a principios de los años setenta habían proliferado golpes de estado en buena parte de aquellos países.
Los comunistas, cepalistas, chomskistas y demás gente de izquierda criticaron severamente dicha "Alianza" porque suponía una ayuda condicionada y hecha a la medida del vecino imperio. Llevaban razón. Pero se olvidaron señalar el motivo principal del estrepitoso fracaso de este ambicioso programa de ayuda para América Latina, que no era otro que la probada imposibilidad de planificar con éxito el desarrollo de las poblaciones desde la esfera estatal (sea propia o externa) o desde las mastodónticas agencias inter-estatales.
Peter Bauer criticó siempre la ayuda externa por el hecho de atacar sólo los efectos del subdesarrollo, pero no sus verdaderas causas. El proceso sostenido de desarrollo económico de los países subdesarrollados no avanzará, mientras los incentivos, los valores y las instituciones de las poblaciones pobres no cambien, mientras no se supriman los aranceles, las barreras de entrada y las excesivas regulaciones al comercio, mientras no se permita in situ la búsqueda descentralizada del éxito por complacer a los consumidores mediante la libertad económica (no diseñada) que atraiga financiación y más factores de producción de forma natural. No es decisivo qué interés se tome el gestor de la ayuda externa, ni qué monto se alcance o qué carismático sea el político que la lidere.
Hoy siguen existiendo parecidos planes de ayudas al desarrollo por parte de Estados del "primer mundo" y de agencias internacionales del desarrollo. Tienen otros nombres y otros objetivos, pero parten de las mismas ideas estériles del pasado. No dejan de ser, en el mejor de los casos, un cartel de buenas intenciones, tal y como nos recuerda William Easterly.
La ayuda nada tiene que ver con el verdadero desarrollo. Los pobres necesitan más mercados, cuanto más extensos y libres, mejor (lo mismo que los ricos) y les sobran muchos, demasiados, "expertos" y burócratas del desarrollo.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!