Cien años se cumplen del siglo XX, cuando el XXI lleva dos décadas y media abriéndose paso. Aquel corto y brutal siglo XX que comenzó con la Primera Guerra Mundial y se cerró con el fracaso histórico del socialismo. La Gran Guerra comenzó como ilustración de dos ideas distintas, casi contrapuestas. Fue fruto del choque de grandes fuerzas que superan los esfuerzos del individuo, pero fue fruto también de la casualidad, del mal cálculo, de las pasiones y debilidades del hombre, de decisiones concretas, precisas, erróneas.
Dos economistas, John M. Keynes y Ludwig von Mises, dedicaron sendos libros a la postguerra, ambos en 1919. El más conocido es sin duda Las consecuencias económicas de la paz, de John M. Keynes. Cuando salió contribuyó a dar nombre a aquel economista de Cambridge[1], y hoy ocurre lo contrario, es el apellido el que le da relevancia a la obra, aun hoy. El otro es Nación, Estado y Economía, de Ludwig von Mises.
Según Keynes, «mi propósito con este libro es mostrar que una paz cartaginesa no es adecuada, desde el punto de vista práctico, ni posible». Keynes comienza por exponer las décadas de progreso de Europa, aquél continente liberal, abierto, que venció la trampa maltusiana e hizo que la prosperidad dejase atrás viejas ideas y alentase nuevos sueños falsos sobre las posibilidades de transformar la sociedad y unir cielo y Tierra. «¡Qué extraordinario episodio en el progreso del hombre fue el que terminó en agosto de 1914!», se lamentaba el economista. Describe un mundo en el que un londinense puede comprar cualquier bien o invertir en cualquier parte del mundo, desplazarse gracias a los medios de transporte. Exageraba, eso sí, al decir que «los proyectos y la política del militarismo y del imperialismo, de las rivalidades raciales y culturales, de los monopolios, las restricciones y la exclusión, que tenían su papel de serpiente en este paraíso, eran poco más que entretenimientos de los periódicos», pero no lo es que «parecían no ejercer influencia alguna sobre el curso normal de la vida social y económica, cuya internacionalización era en la práctica casi completa».
Todo lo que pueda tener de exagerado es porque, tal como se entendió en su momento, la obra de Keynes tiene mucho de teatral. A la descripción de la plácida Europa le sigue la escena en la que se desarrolla la conferencia: «París era una pesadilla, macabro todo el que estaba allí. Una sensación de inminente catástrofe colgaba sobre la frívola escena: la futilidad y la pequeñez del hombre ante los grandes acontecimiento a que se enfrenta; la mezcla entre la importancia y la irrealidad de las decisiones. La ligereza, la ceguera, la insolencia, las confusas llamadas desde el interior; todos los elementos de la tragedia griega estaban ahí».
En realidad quiere mostrar que Alemania no puede hacer frente a las reparaciones a las que le someten los aliados, especialmente por la presión de Francia. Y el argumento se vuelve entonces contra los propios aliados, a quienes acusa de faltar a los propósitos expresados en un principio por ellos, y en particular por el árbitro de la situación, que era el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson: «Sin anexiones, sin contribuciones, sin daños punitivos».
Keynes calcula que si los pagos se limitasen al pago de «todos los daños infligidos a la población civil de los aliados, y a la propiedad por la agresión de Alemania por tierra, mar y aire» Alemania se vería obligada a pagar 10.600 millones de dólares, 4.000 a Francia, 2.850 a Gran Bretaña, 2.500 a Bélgica y el resto a los demás aliados. Pero Alemania podría pagar sólo, según los cálculos del autor, 500 millones anuales. Suponiendo un tipo de interés del 5 por ciento más el pago de un uno por ciento anual del capital, Alemania pagaría 8.500 millones de dólares en un período de 30 años, y que la cantidad máxima que, bajo todos los conceptos, sería capaz de pagar, eran 10.000 millones de dólares. De hecho, en 1932 había pagado unos 5.000 millones.
Por otro lado, en su revisión del tratado (1921), concluyó que cualquier intento de hacer pagar a Alemania llevaría a la depreciación del marco, y a una gran inflación, que conduciría a una catástrofe económica y social. Lo que de hecho ocurrió.
El libro de Keynes es un ejercicio literario, combinado con el recurso profuso y cuidado de los datos más las armas de la ciencia económica. Es un panfleto, en la mejor tradición de los panfletos; una llamada a la acción, una alarma, una advertencia a los políticos y a la opinión pública para revertir el curso de los acontecimientos. Tenía una causa concreta, y un objetivo específico. Keynes siempre se ha creído capaz de influir en el curso de la historia. No era su momento, pero éste llegaría quince años más tarde, con su Teoría General.
Por lo que se refiere a Nación, Estado y Economía, la primera cuestión que aborda el libro es qué ha conducido a Europa a la guerra. Señala, como la mayoría de los juicios históricos, a Alemania. Comienza por el problema de la nacionalidad, y los conflictos que se asocian a la vecindad, y la la mezcla en un territorio de varias nacionalidades. Cree que «lo que es específicamente nacional reside en el idioma». Una comunidad de un idioma «constituye un vínculo que crea relaciones sociales concretas. Al aprender un idioma, el niño adquiere un modo de pensar y expresar sus pensamientos que está predeterminado por el lenguaje, y recibe un sello que escasamente puede quitar de su vida».
Sigue con la cuestión del imperialismo, ya que achaca al de Alemania la responsabilidad de la guerra. Según la idea liberal, «la nación, como una entidad orgánica, no puede ni incrementarse ni reducirse por cambios en los Estados; el mundo, en su conjunto, no puede ganar o perder por éstos». Pero las zonas de nacionalidades mixtas, con poblaciones de distintos idiomas, son un acicate para el conflicto entre Estados animados por ese nuevo nacionalismo imperialista. El Este de Europa, que tiene un crisol de nacionalidades mezcladas geográficamente, ha favorecido la aparición del imperialismo. Y, por otro lado, en los «territorios políglotas», la democracia «se antoja opresión para las minorías». Como los alemanes son minorías en varios de esos territorios europeos, prevaleció el imperialismo y la desconfianza hacia la democracia.
La tercera cuestión son las consecuencias de la guerra. Despacha de un plumazo el problema de las reparaciones, que tanto preocupa a Keynes, y señala que la verdadera tragedia para su país (recordemos que es de habla alemana), es otro: «Mucho peor que las consecuencias directas de la guerra, son las repercusiones sobre la posición de la economía alemana en el mundo». Alemania pagaba las materias primas que transformaba en su pujante industria con los bienes manufacturados y las rentas de su capital en el exterior. Pero ese capital ha sido expropiado, y muchos de los mercados que acogían sus productos, se han cerrado. Ni siquiera la emigración es una solución para muchos, pues hay un rechazo a los inmigrantes alemanes. «Sólo ahora podemos apreciar el daño que el abandono de los principios de una política liberal ha causado para el pueblo alemán». «El resultado del imperialismo» es que «todo lo que poseía el pueblo alemán, su cultura intelectual y material, ha sido sacrificada sin instrumento a un fantasma, para beneficio de nadie, y perjuicio de todos».
La siguiente cuestión trata de cómo abordar la postguerra. Dedica un gran esfuerzo a explicar por qué la guerra es perjudicial desde el punto de vista económico, y muestra que incluso quienes desprecian los criterios económicos son incapaces de asegurar una victoria en el campo de batalla. En definitiva, «no es sobre la base de la guerra y la victoria, sino sólo sobre el trabajo, puede crear una nación las condiciones de un bienestar de sus miembros».
Pero el momento en el que se publica el libro es el de exponer cómo se puede evitar un desastre como el ocurrido. El viejo pacifismo utópico, que hacía una llamada al voluntarismo idealista, fue según el autor sustituido por el pacifismo liberal, que se basa en los intereses reales de la gente, que pasan por participar en el orden de cooperación humana, que es el mercado. Y rechaza la Sociedad de Naciones, que Keynes aprueba con entusiasmo, porque es un nuevo recurso a la amenaza de guerra en las relaciones exteriores.
[1] La reseña del libro en The American Economic Review comienza diciendo que «John Maynard Keynes es el hijo de John Neville Keynes, el autor del tratado canónico sobre El alcance y el método de la economía política».
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