Desde la izquierda siempre se ha defendido la necesidad de redistribuir la renta para que los más necesitados prosperen a costa de los más emprendedores. Los fondos obtenidos no sólo no han servido para el fin previsto sino que tampoco se han destinado íntegramente a la asistencia social ya que el rédito de dedicarlos a comprar votos es mucho mayor.
Pero ¿y si el Gobierno dedicara parte de la recaudación de los impuestos a pagar extorsiones? Aunque resulte difícil creerlo, el presidente del Gobierno español ha decidido acallar a los países musulmanes que lanzan a sus súbditos a la jihad. El precio pagado por la extorsión a la que estamos siendo sometidos por quienes profesan aquellas suras del Corán que rezan así: «Matad a los infieles allá donde los encontréis» (Corán, IX, 5). «No seréis vosotros quienes los hayáis matado. Será Dios» (Corán, VIII, 17), ha ascendido a un millón de euros.
Con esta medida, parece que el Gobierno quiere que el dinero fluya a las madrassas en las que se adoctrinan a los futuros jihadistas para que apliquen correctamente las enseñanzas de Mahoma. De no ser así, ¿para qué dar dinero a los países en que se vulneran los derechos humanos?.
En menos de treinta años hemos pasado de los 800.000 puestos de trabajo prometidos por el ex presidente Felipe González a la contribución millonaria con que Rodríguez Zapatero costea de forma “voluntaria” la paz social. Como bien saben los lectores, “voluntarios”, son los tributos que pagamos al Estado para que los dedique a este tipo de proyectos bienintencionados y “coactivas” son únicamente las relaciones entre el empresario y el trabajador.
La izquierda, con tal de promover civilizaciones contrarias a Occidente, puesto que no acepta los valores que encarna, es capaz de ayudar y cobijar al islamismo. Desgraciadamente, sus esfuerzos no se destinan a luchar por aquello que hace que la civilización occidental sea superior a la islámica. Quitándole al socialismo la careta “social”, parece que uno sólo encuentra resentimiento y odio hacia todo lo que hemos conseguido: libertad, capitalismo y Estado de derecho.
La redistribución social entonces queda totalmente desdibujada. Si antes servía para todo menos para ayudar a los pobres, ahora además se destina a cualquier proyecto por inicuo que sea. El último, es el pago del “impuesto revolucionario” islámico.
Cuando la izquierda se escora definitivamente hacia el extremismo de los antisistema que hacen suya aquella pintada de “Ben Laden, mátanos”, “Alianza de Civilizaciones” mediante poco queda de solidaridad o altruismo. Sólo prima el odio de clases, de civilizaciones, de principios. Parafraseando a A. Piqué, para algunos la máscara de la perversión es la religión islamista mientras que, para otros, lo es la fe socialista.
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