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La ambivalencia de Menger respecto del ‘homo oeconomicus’

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Las investigaciones de Carl Menger se limitaron estrictamente a las acciones económicas en Principios de Economía Política. En su obra, el actor humano de Menger es un homo oeconomicus, quien actúa cuando piensa que su bienestar en un momento dado depende de la satisfacción de sus necesidades con bienes económicos.

Perspectiva reduccionista

Su bienestar solo está asegurado si piensa que tiene a su disposición los bienes necesarios para la satisfacción directa de estas necesidades (Menger 1871, p.56). Así pues, la investigación de Menger excluye los impulsos no económicos, como el amor, la solidaridad, el honor o el ansia de poder. Esto no es así porque Menger no fuera consciente de que la acción humana no solo está impulsada por factores económicos. Menger también ha notado que los seres humanos no sólo están motivados por las recompensas económicas, sino que también buscan la satisfacción y otras necesidades humanas en sus actuaciones económicas (ibid, p.171). Sin embargo, él eligió una perspectiva reduccionista, porque su objetivo era descubrir las leyes exactas de la acción económica. Su meta era elevar el pensamiento económico a la categoría de una ciencia exacta, similar a las ciencias naturales.

El punto de partida de Menger fue que es posible descubrir condiciones y conexiones causales que ejercen una influencia como leyes exactas. Esto es así porque bajo ciertas condiciones, los seres humanos con libre voluntad se ven obligados a actuar como si estuvieran desprovistos de libre voluntad. Por eso, en su libro el homo oeconomicus economizador recibió un papel importante.

Preferencias preexistentes y estables

Muchos de sus ejemplos prácticos indican claramente que su homo oeconomicus economizador actúa sobre la base de preferencias preexistentes y estables. Y su plan de comercio se basan en patrones bien establecidos. El propietario que lleva a sus vacas al mercado tiene preferencias claras de que su objetivo es cambiar sus vacas por caballos. Y viceversa para el propietario de caballos (ibid, pp.181-2). El agricultor de trigo también tiene preferencias claras y bien establecidas sobre cómo utilizar el trigo cosechado (ibid, p.129). Visto desde este punto de vista, no es en absoluto sorprendente que George Stigler (1937, p.235) observara que Menger fue uno de los primeros economistas «en introducir la indispensable herramienta económica de los supuestos ‘estáticos’ en los análisis económicos».

Pero su “homo oeconomicus” humano es de doble carácter, como el dios Jano de la mitología romana representando en las iconografías con dos caras. El propio Menger no exploró explícitamente el carácter ambivalente de su actor humano. Sin embargo, la razón de que sea posible construir un actor humano con dos caras es que Menger enfatizó diferentes facetas del comportamiento económico en las dos partes clave de Principios de Economía Política.

Dos facetas

La primera faceta domina el primer capítulo de su libro en el que analiza la teoría de los bienes y las causas del progreso de la civilización. La segunda faceta es la descripción del comportamiento económico que lleva a cabo a partir del tercer capítulo, en que Menger analiza las leyes del intercambio y de la formación de los precios. Estos dos grandes bloques se basan en dos facetas muy diferentes del comportamiento humano: una innovadora y emprendedora, y otra economizadora. Una «irracional» y otra «racional».

Los términos irracional y racional no fueron utilizados por el propio Menger, pero los he tomado prestados de Schumpeter (1934, 326-331) y los utilizaré para caracterizar las dos caras diferentes del humano de Menger. La caracterización de Schumpeter me parece muy acertada porque aclara lo que Menger dejó implícito; al fin y al cabo, Schumpeter vivió la tradición mengeriana en la Universidad de Vienna, y fue alumno de Wieser y Böhm-Bawerk, los inmediatos seguidores claves de Menger.

Economizador

Economizar es actuar y calcular racionalmente. Esta es una de las caras a las que me referiré como un lado de la ambivalencia de Menger con respecto del actor humano. A partir del tercer capítulo, Menger analiza el “homo oeconomicus” economizador. Considera que economizar significa administrar cuidadosamente los bienes escasos que ya están a disposición de la persona que actúa.

Economizar significa (1) mantener en pie cada unidad de un bien, 2) conservar sus propiedades útiles, 3) hacer una elección entre sus necesidades más importantes, que serán satisfechas con la cantidad disponible del bien en cuestión (4) obtener el mayor resultado posible con una cantidad dada del bien o un resultado dado con la menor cantidad posible (ibid, pp.95-6).

El actor humano economizador llega al mercado con bienes ya producidos y preferencias estables. Un dueño de vacas quiere cambiarlas por caballos, mientras que el dueño de caballos quiere cambiarlos por vacas.  Ambos son actores racionales: están economizando con sus recursos y quieren conseguir una mejor asignación de recursos en el mercado. El resultado de su negociación se encuentra dentro de un margen de cálculo racional por ambas partes condicionado por la oferta y la demanda.

Razón, pero también capricho

Conociendo el conjunto de condiciones que configuran su regateo, sus acciones pueden analizarse como acciones de actores independientes de la libre voluntad, aunque actúan con su plena capacidad de voluntad en la medida en que desean el intercambio y quieren asegurar el cumplimiento de sus preferencias. No obstante, las condiciones son tales, que llegarán, siguiendo un cálculo racional, a un resultado que será el mejor resultado posible.

Menger señala incluso que el capricho humano tiene cierto grado de influencia. Pero es igualmente cierto que los esfuerzos opuestos de los negociadores por obtener la mayor ganancia posible de la transacción se equilibrarán en la mayoría de los casos. Por tanto, los precios tenderán a establecerse en la media de los límites extremos posibles (ibid. pp.196-7). Así pues, el agente economizador de Menger es el «homo oeconomicus» racional que administra cuidadosamente los recursos disponibles para garantizar la mejor satisfacción posible de sus necesidades.

Innovación

El descubrimiento y la ampliación del conocimiento es la segunda cara del “homo oeconomicus” mengeriano. Esta cara domina el primer capítulo de Principios de economía Política en que Menger teoriza sobre la valoración subjetiva y el progreso de la civilización. Menger esboza claramente que el progreso de la civilización se debe a la capacidad humana para descubrir nuevas conexiones causales entre dos fenómenos desconocidos hasta entonces y ampliar así sus conocimientos y su capacidad para poner en práctica sus ideas y aplicar los nuevos descubrimientos. Esta faceta, como argumentó más tarde Schumpeter, es «irracional».

La invención y la innovación son brotes de una idea nueva que rompe con la realidad calaculable. El empresario innovador actúa sobre la base de la estimación de las posibles ganancias en lugar del cálculo racional.[1] Schumpeter (1934, 226-231) opinó que la innovación irracional y el cálculo racional son etapas de un proceso: la primera fase es la innovación “irracional”, basada en la estimación, y la segunda, el «cálculo racional» que entra en juego en la acción empresarial cuando el empresario pone en producción la idea, e intenta hacer la producción lo más racional y efectiva posible.

Descubrimiento

El descubrimiento, la ampliación del conocimiento, la invención y la innovación empresarial, como ya he comentado en un artículo anterior, provocan una inseguridad incalculable en lo que respecta al futuro para los demás participantes de la vida económica. La invención y la innovación perturban los planes economizadores racionales de todos los demás agentes económicos del mismo nicho de mercado porque su planificación se concibió en el contexto de lo ya dado y aceptado por la realidad anterior a la innovación, por las tradiciones, las costumbres y la práctica bien engrasada. Como argumentó Huerta de Soto (2010, p. 22) «El futuro es siempre incierto, en el sentido de que está por construir… el futuro está abierto a todas las posibilidades creativas del hombre y, por ello, cada actor lo afronta con permanente incertidumbre«.

Así, el humano con la “doble cara de Jano” mengeriano es un híbrido de cálculo «racional» con condiciones dadas y preferencias establecidas, y un inventor e innovador «irracional» que crea un mundo nuevo descubriendo nuevas conexiones, rompiendo con las costumbres, preferencias y prácticas comprobadas.

Leyes exactas

Esta ambivalencia del actor humano es un tema tenue e implícito en el libro de Menger. La razón es que el objetivo manifiesto de Menger era establecer un sistema teórico que mostrara cómo la economía se guía por leyes exactas. En consecuencia, Menger analizó más la faceta «racionalmente» calculadora y economizadora del “homo oeconomicus” que sigue las costumbres, las prácticas establecidas y las preferencias. No obstante, era consciente de que el ser humano presenta más de una faceta en su actuación económica.

Pero esta faceta creativa y emprendedora sólo tiene presencia en la primera parte de su libro porque, según mi punto de vista, su teoría del desarrollo sobre la causa del progreso de la civilización está simplemente esbozada en el libro en comparación con el esfuerzo aplicado por demostrar la existencia de leyes exactas predecibles. Pero…, está ahí. Irónicamente, la moderna escuela austriaca se centra en la faceta creativa empresarial del actor humano mengeriano, mientras que las modernas escuelas económicas walrasianas dominantes se centran más bien en la faceta homo oeconomicus.

Planificación

El actor innovador y empresarial plantea una objeción a la planificación de la vida económica distinta de la de Hayek. Hayek (1945) argumentaba que los planificadores centrales nunca son capaces de recopilar toda la información relevante debido a la naturaleza del conocimiento descentralizado, tácito y disperso de los actores locales. Contrario a Hayek, el elemento esencial de la crítica basada en el actor con cara de “irracional”, es que los planificadores son incapaces de estimar el impacto de los descubrimientos futuros y el poder creativo de la imaginación humana. Esto es así porque cualquier plan basado en el cálculo racional y en la continuidad de un equilibrio preexistente, es incapaz de abordar el dinamismo del mercado debido a las invenciones e innovaciones empresariales. Como teorizó Huerta de Soto (2010, p. 276), un mercado dinámico no puede conciliarse fácilmente con una planificación basada en modelos matemáticos.

Bibliografía

Arnaert, B. (2022) Los dos Ludwigs: Mises, Lachmann, and the ongoing Methodenstreit in the Austrian School of Economics, tesis doctoral. Mimeo.

Hayek, F. (1945) «The Use of Knowledge in Society», American Economic Review, XXXV(4), pp. 519-530.

Huerta de Soto, J. (2010) Socialismo, cálculo económico y espíritu empresarial. Edward Elgar.

Menger, C. (1871) Principios de economía. 2007a edn. Auburn, Ala: Instituto Ludwig von Mises.

Schumpeter, J. (1934) Teoría del desarrollo económico. 2008a edn. New Brunswick, Nueva Jersey: Transaction Publishers.

Stigler, G. (1937) «The Economics of Carl Menger», Journal of Political Economy, 45, pp. 229-250.


[1] Estoy en deuda con Brecht Arnaert, que me aclaró la diferencia entre estimación y cálculo. Huerta de Soto (2010, p.26) también utilizó el término «estimación» para caracterizar la toma de decisiones empresariales y escribió que un empresario estima el efecto futuro de sus acciones, cuando decide qué acciones llevará a cabo.

1 Comentario

  1. Muy interesante!. En la parte del intercambio de las vacas y los caballos, mi impresión es que Menger quiere demostrar de forma muy simplificada por qué intercambiamos y que el intercambio en si mismo crea valor, que es su conclusión final despues de exponer el proceso.

    Con respecto a la innovación, y aplicando lo anterior, se podría deducir de Menger (de acuerdo que no es muy explícito), que los creadores intercambian recursos como su tiempo, insumos, etc, porque consideran que pueden crear valor. Es decir, la necesidad de comunicarse remotamente tiene un valor X, y los bienes que emplean y a los que renuncian para inventar un teléfono tienen un valor Y. Si X es mucho mayor que Y, y la probabilidad de obtener X es alta, al inventor le puede merecer la pena intercambiar igual que hacían los granjeros con las vacas y caballos.


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