El extraño mecanismo que ha servido para producir titulares alarmistas durante la última semana es digno de ser estudiado con más atención. El informe sobre el futuro del clima presentado en París no es un estudio científico sino un "resumen para políticos" que, desgraciadamente, también han hecho políticos. En concreto, los delegados de 150 países, que son los que han decidido qué entra y qué no entra en el mismo. Pero, eso sí, no esperen que los titulares de prensa y las noticias de la tele nos adviertan de ese pequeño detalle.
La mejor demostración de que el IPCC no es tanto un esfuerzo científico como político es el hecho de que lo primero en ser publicado es el resumen de y para políticos, basado en el segundo borrador del informe científico. Y la versión final del informe científico, según las propias reglas del IPCC, podrá ser cambiado ¡para ser consistente con el resumen político! O lo que es lo mismo, no importa lo que hayan podido decir los científicos, que es lo que decidan los políticos lo que finalmente va a misa. Nada nuevo bajo el sol de la ONU; pero precisamente porque la organización mundial funciona así, sus dictámenes deberían haber sido acogidos con un poco más de prevención.
Y es que no es la primera vez. Los científicos decían en el borrador del informe del IPCC de 1995 que "toda afirmación sobre la posible detección de un cambio significativo del clima permanecerá siendo controvertida hasta que las incertidumbres en la total variabilidad natural del sistema climático se hayan reducido". Y que "ningún estudio a la fecha ha establecido positivamente y atribuido todo, o parte del cambio de clima observado, a causas antropogénicas". Pero el informe final, tras pasar por las manos de los políticos, concluyó que "el balance de las evidencias sugiere una discernible influencia humana sobre el clima".
Para defender las tesis del IPCC y acallar a los "escépticos" (sí, así, entre comillas; ser un científico que mantiene una actitud escéptica ha pasado ahora a ser pecado), los defensores del protocolo de Kyoto aducen que los científicos que están en desacuerdo con una parte grande o pequeña del IPCC lo hacen porque "están pagados" por las multinacionales, más en concreto ExxonMobil, que parece ser el origen de todos los males del universo, y de algunos más. Así pueden tranquilizar su conciencia sin tener que rebatir ni una sola de las objeciones científicas que éstos hacen.
Sin embargo, ya puestos en esa tesitura, ¿se creen acaso que los científicos que apoyan la teoría "estándar" del calentamiento trabajan gratis? Como afirma el socialista y físico francés Claude Allègre, detrás de los argumentos del IPCC hay mucho, muchísimo dinero; mucho más del que las "multinacionales" pondrán nunca sobre la mesa. Durante estos años, el alarmismo sobre el calentamiento global (ahora llamado cambio climático para poder echar la culpa al hombre también del frío) ha provocado una lluvia de millones sobre los climatólogos que, consecuentemente, han incidido en el alarmismo. Exagerar da dividendos. A no ser que caigamos en el absurdo de pensar que el dinero que proviene de unos altera necesariamente las conclusiones y el que viene de otros es imposible e impensable que produzca el mismo efecto. La ley del embudo aplicada al clima.
En todo caso, esto tampoco tendría tanta importancia si la excusa del calentamiento no se estuviera utilizando para, en palabras de Chirac, poner una primera piedra en la construcción de un gobierno mundial que restrinja nuestras libertades y las ponga a merced de los políticos. Si realmente fuera importante la concentración de CO2 en la atmósfera, se podría combatir con tecnologías ya existentes, como la energía nuclear, o con tecnologías en desarrollo, como las que permitirán extraer el dióxido de la atmósfera. Racionar el crecimiento económico no es el camino. Que se lo digan, si no, a Al Gore, que aún no nos ha detallado cuánto CO2 emiten los aviones en los que viaja por todo el mundo para exponer su evangelio.
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