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La conquista del espacio

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El 25 de mayo de 1961 el presidente Kennedy emplazó a su nación a poner un hombre sobre la luna antes del final de esa década. La carrera espacial entre rusos y americanos entraba en una nueva fase. Varias empresas americanas se afanaron por conseguir que la NASA contratara sus proyectos. En la URSS, recelosos del despilfarro que suponía la competencia burguesa, aunaron esfuerzos bajo un planificador central.

Si la NASA encontraba algún problema técnico y presupuestario con alguno de los contratistas, le bastaba con recordarle que tenía competidores ansiosos por sustituirle. Y, llegado el caso, ¡podía hasta hacerlo! Y mientras tanto el programa nacional seguía su curso con otra empresa. Si la agencia soviética, en cambio, se encontraba con algún problema, tenía que apañárselas solita y todo el programa nacional quedaba resentido.

El resultado fue que mientras Armstrong, Aldrin y Collins volvían triunfales de la misión Apollo 11, su competidor soviético, el Luna 15, se estrellaba contra la superficie. Anquilosada en su ineficiente estatalismo, la agencia espacial soviética entendió que no podía aspirar a las aventuras espaciales tripuladas más allá de la atmósfera terrestre. Así que se ciñó a la exploración interplanetaria con sondas no tripuladas y al mantenimiento de estaciones espaciales en órbita terrestre.

La agencia americana, por su parte, embriagada con el triunfo del programa Apollo, fosilizó las relaciones con sus contratistas. Es decir, eliminó todo vestigio de competencia capitalista. Pensaron en la NASA que los transbordadores de los contratistas vitalicios iban a realizar centenares de vuelos al año hasta la Estación Espacial Freedom (libertad), que Reagan había propuesto en 1984 que se construyera en un plazo de diez años. Ocho años antes de que concluyera ese plazo, ocurrió el primer accidente mortal de los transbordadores. Desde entonces, la hoja de servicios de la NASA ha ido emponzoñándose paulatinamente.

En cambio, cuando el Imperio Soviético implosionó y los rusos se vieron en la bancarrota no dudaron en abrazar el capitalismo: grabaron anuncios de televisión para Pepsi Cola, Pizza Hut y Lego, entre otras empresas privadas y vendieron al mejor postor viajes espaciales para turistas.

Visto el contraste entre lo caro que le resultaba a los estados hacer el ridículo y lo vigoroso que era el mercado ofreciendo soluciones rentables, la recuperación de confianza en la libre empresa fue ganando adeptos. En enero de 1997, Spencer Reiss, sugería: “¿Qué pagaría, digamos, Ruper Murdoch por los derechos en exclusiva de la mayor épica en la historia moderna? Una tripulación telegénica. Un drama de vida o muerte. Imágenes en directo a 25 millones de millas de distancia. Y el primer aterrizaje en otro planeta; en fácil apostar que sería el acontecimiento más visto de la historia (…) Y ni siquiera hemos hablado de qué empresa de zapatos pondrá su logotipo en la primera huella sobre el suelo marciano. Just do it.” Simplemente, hazlo, sugería Reiss en diáfana referencia a la famosa marca de calzado deportivo.

Paralelamente, en Estados Unidos, mientras la NASA no levanta cabeza, han aparecido una multitud de empresas llamadas “no tradicionales”. Son empresas privadas, pequeñas y dinámicas que al estilo emprendedor de Silicon Valley, pretenden hacer fortuna con nuevos conceptos para rebajar costes y acercar el espacio a los consumidores. Véanse Scaled Composites, tSpace o Space Adventures. Esta última está preparando una serie de expediciones que empezarían dentro de cinco años con un viaje alrededor de la luna (sin alunizaje) para dos astronautas. El precio que tendrá que pagar cada uno será de unos cien millones de dólares. Teniendo en cuenta que cada viaje del trasbordador cuesta unos quinientos millones, parece que los de Space Adventures están fulminando los precios.

En junio de este año, el administrador de la NASA Mike Griffin dio un sorprendente golpe de timón con un discurso ante varios congresistas en el que no cesó de alabar la competencia. Y afirmó que le gustaría poder comprar billetes para sus astronautas en naves espaciales de propiedad privada. Puede ser un futuro muy interesante… y muy próximo.

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