Skip to content

La consigna tecnocrática

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Las dificultades técnicas de la crisis de la COVID-19 son síntomas de la falta de libertades económicas y civiles, no la causa de esta o cualquier otra crisis.

Es una herramienta conocida y practicada desde tiempos inmemoriales. ¡Maten a los infieles! ¡Quemen a los herejes! Lo único que es nuevo es el mero hecho de que hoy en día se le vende al público bajo la etiqueta de “ciencia” (Ludwig von Mises, en Teoría e Historia)

Sea lo que sea que uno pudiera pensar de la COVID-19, una cosa pareciera estar fuera de dudas: el enfoque principal para lidiar con la crisis ha estado basado en el lema del “mando de los expertos”; en la idea de que es enteramente un problema de tecnicismos que debe ser resuelto estrictamente con soluciones técnicas tales como respiradores y cuarentenas.

La aceptación de la tecnocracia como la única vía por la cual consigamos ser salvados del virus ignora la causa real del problema, el poder sin limitaciones del Estado obstaculizando la acción empresarial y los derechos individuales –tanto antes como después de la emergencia por el coronavirus[i]-.

Por ejemplo, la solución técnica “sigan la ciencia y aplanen la curva a cualquier coste” impuesta por los expertos sanitarios da la falsa impresión de que el problema con el coronavirus es solamente técnico, de una sola talla y que debe ser impuesto por mandatos coercitivos. Esto excluye, desde el principio, la noción de nuestros derechos inalienables, asume que estos no son relevantes y que, incluso si lo fuesen, los individuos libres no serían muy capaces de tomar la iniciativa para combatir la COVID-19.

En el escenario más benévolo, esta podría ser una solución muy limitada, pero no “La Solución”. Lo más probable es que desvíe la atención de las violaciones del mando tecnocráticas en contra de nuestros derechos económicos y nuestras libertades civiles; lo cual, a su vez, hace que el problema de la COVID-19 sea masivo y amplio.

Con esto no digo que condenemos a todos los expertos –ellos ofrecen grandes beneficios a la sociedad en la lucha contra el coronavirus–. Lo que yo quiero es señalar un círculo vicioso que se genera a partir de la tecnocracia sin frenos, del mal uso del conocimiento especifico y de la ingenua admiración que se supone que debemos tener por los expertos científicos.

Para empezar, un entendimiento superficial de la ciencia, cómo funciona y sus límites lleva a las personas a creer que sea un tema carente de pasión, totalmente objetivo y son un montón de datos perfectamente claros; que, si se analizan durante mucho tiempo, nos proveen conclusiones automáticas[ii]. Luego, los expertos técnicos le confieren legitimidad al Leviatán como el único ente capaz de saber cuál es la solución técnica que necesitamos. A su vez, las autoridades gubernamentales confieren legitimidad a expertos en altos niveles de la administración pública, mientras la situación empeora y el público demanda acciones más osadas por parte de los tecnócratas.

Sí, hay quienes dudan, incluidos científicos, de una solución técnica dada, pero muy pocos cuestionan si es el rol de los tecnócratas debe regir completamente nuestras vidas. Si realmente tienen la capacidad de identificar y resolver correctamente los problemas o si sólo los empeoran. En cierto sentido, lo que se ve difundido es la noción de “confía en la voz de los expertos y exígeles que hagan más”.

Expandir la tecnocracia para manejar la crisis de la COVID-19 es terriblemente ingenuo en relación con el poder del Estado –tanto si se considera su capacidad para tener éxito como en sus intenciones–. Esta idea se fundamenta en la creencia de que una vez que las restricciones en el poder son flexibilizadas, las mismas pueden ser restauradas con facilidad; y, todavía más importante, que las personas en el poder tienen tanto el conocimiento como los incentivos para mantenerse benevolentes mientras implementan “La Solución Correcta”. Esto significa creer en políticos altruistas aconsejados por expertos técnicos; es creer en el régimen autoritario, en la coerción universal.

Sin lugar a duda, hay muchas cosas que decir sobre esos pensamientos que le dan la bienvenida a un control cuasi totalitario sobre la vida de las personas; pero lo que realmente me deja sin aliento es la auténtica cantidad de personas inteligentes, educadas y, casi sin ninguna duda, decentes que religiosamente apoyan al dios de la tecnocracia. Cuán dócilmente han aceptado medidas que parecen haber sido tomadas del libro 1984 de Orwell o del libro de jugadas de Stalin.

A partir de las particularidades de la COVID-19, al consumir toda la información que sale en los medios, al escuchar a las autoridades y plegarse a la evidencia científica, ellos esperan estar bien informados. Recitan los tópicos de discusión repetidos hasta el hartazgo por los expertos al mando y tienen fe ciega en que el gran conocimiento consiste en memorizar un infinito número de detalles. Pues no lo es.

Son instancias de aprendizaje, nada más. Es simplemente recopilar aprendizaje tras aprendizaje, una conexión a la vez; y rápidamente quedarse sin espacio en el cerebro. Es agotador. Cada simple pieza de información es nueva, y todo necesita ser validado por una autoridad –de cualquier tipo–. El quién se vuelve más importante que el qué. Los tecnócratas en posiciones elevadas se vuelven la más alta autoridad.

Ignorar los primeros principios, el conocimiento de base, perjudica la habilidad de navegar la crisis de la COVID-19. Sobrevalora el aquí y el ahora, permite a las emociones tomar el control y hace de lo no visto una reflexión irrelevante.

Naturalmente, en medio de tal confusión, políticas ambiciosas supuestamente respaldadas por el trabajo basado en evidencias de tecnócratas sin ideología dan cierta tranquilidad. Y, sin embargo, no cambia el hecho de que los expertos en salud pública no son capaces de evaluar absolutamente todo – particularmente los efectos secundarios de las políticas que respaldan (las cuales invariablemente se ubican fuera de su área de conocimiento[iii])

Esa fe en soluciones técnicas impuestas coercitivamente, al tiempo que ignoran las violaciones de los derechos individuales, es la mayor tragedia y la causa de la crisis de la COVID-19. Uno no puede esconderse detrás de los llamados expertos y evitar los juicios morales. O las medidas impuestas desde arriba respetan los derechos individuales o los violan. No hay término medio. Algunas violaciones duelen más, otras duelen menos, pero las mismas o dañan la libertad o no.

La “Señora Libertad” es la madre, no la hija, de la creatividad necesaria para resolver problemas. Es el medio que necesitamos para prosperar y vencer al coronavirus. Si es verdad que hay un propósito para el Gobierno, sería el de garantizar nuestras libertades (para que podamos elegir individualmente cómo vivir y desarrollar nuestras vidas), no el tratar de prolongar nuestras vidas –especialmente quitándonos nuestras libertades[iv]–.

La tecnocracia también es un desastre práctico, carente de la capacidad para resolver problemas sin causar otros aún mayores. Cuando no están despojados de sus libertades naturales, económicas y civiles, los individuos han prosperado espontáneamente en la búsqueda de soluciones. En cualquier tiempo, momento y/o lugar en el que la acción humana ha sido restringida por la planificación tecnocrática, los precios se han elevado, la escasez ha sido amplia, las opciones han estado limitadas, la corrupción ha prosperado y la innovación ha estado ausente[v]. En una palabra, destrucción.

El régimen tecnocrático no tiene un historial limpio. Ha traído resultados catastróficos en muchos campos. Guerras, fuertes desplomes económicos y crisis sanitarias han sido causadas invariablemente por políticas que se le vendieron al público gracias a las palabras de los expertos. Y no es que hayan aprendido la lección y tampoco redoblado la apuesta en errores recientes (por ejemplo, la guerra de Irak, la burbuja inmobiliaria de 2008 y el impulso a la Dieta Estándar Estadounidense)

Hoy en día, los modelos ampliamente exagerados que sirven de base científica para las políticas públicas con frecuencia han sido desacertados –por un amplio margen (de 2,2 millones de muertes a 50 mil no es un redondeo[vi])–. Aun así, esto no tiene impacto para cambiar la política. Cada vez que se cuestionan los modelos, los expertos dicen que no están allí para predecir el futuro y que deben ajustarse constantemente en base a los nuevos datos; por lo que cuestionar su precisión es solo el ruido hecho por tontos que ni siquiera saben cómo se supone que funcionan los modelos.

Me parece bien. Pero estos mismos expertos que defienden sus modelos imprecisos de los críticos externos debieron haber expresado fuertes preocupaciones cuando los gobernantes reaccionaron frenéticamente ante ellos. Pero no lo hicieron. Algunas explicaciones van más allá de las mono-causas y de los efectos de primer orden, pero las mismas parecen ignoradas a gran escala. Mire las conferencias de prensa gubernamentales, los medios de comunicación o las redes sociales. Todo se reduce a afirmaciones grandilocuentes que carecen de cualquier signo de matiz. Después de todo, las tragedias crudas, los villanos y los héroes crean titulares y tuits seductores que captan la atención. El cuestionamiento matizado, no.

Ciertamente, tales expertos tienen conocimiento sobre la COVID-19, sus tratamientos y mecanismos de transmisión, pero no están exentos de errores graves –todavía hay muchas dudas en muchos de los aspectos más importantes de este virus[vii]–. No tienen una vista panorámica de toda la situación y cuando empiezan a traducir ese conocimiento imperfecto y limitado en una política pública única para todos, comenzamos a entrar en un área mucho más cuestionable. No es un debate sobre epidemiología o virología, sino sobre costes de oportunidad y efectos secundarios de la política.

Más importante aún, tenemos que considerar el impacto que tales medidas tienen en nuestro sistema inmunológico, en el sedentarismo, en la depresión e incluso en las tasas de suicidio. En términos más tangibles, la imposibilidad de ofrecer diagnóstico y tratamiento a las primeras etapas de otras enfermedades (por ejemplo, ¿podemos tener más fallecidos a causa de muertes por cáncer que pudieron ser evitables que las ocasionadas por el coronavirus?[viii]), llevar a millones de niños a la pobreza absoluta (de 40 a 66 millones según un estudio de la ONU[ix]) con cientos de miles muriendo como resultado de tales políticas[x].

Es por eso por lo que esta superstición sobre los expertos crea tanto daño. Incluso cuando se les juzga empleando sus propios estándares de «ni una sola muerte por coronavirus es aceptable», las acciones de los tecnócratas no mantienen la coherencia.

Sin embargo, la ausencia de una acción gubernamental genera miedo a muchos. Y la última línea de defensa para el argumento tecnocrático es que, a pesar de sus muchas deficiencias, es mejor que nada.

No obstante, la pregunta no es si planificar o no. No es si actuar, si hacer algo o no. Hay mucho que hacer para combatir el virus. La pregunta es: ¿quién planea y actúa por quién? ¿Decido y actúo por mí o un burócrata, a miles de kilómetros de distancia, decide por mí? ¿Debo asumir los costes y beneficios de mis elecciones o un tecnócrata se lleva los beneficios mientras evita el coste de las restricciones que nos impone a nuestras vidas?

La ilusión de la efectividad del régimen tecnocrático se basa en las siguientes ideas: a) Ante la libertad de actuar por sí mismos, las personas carecen del conocimiento e incentivos para resolver los problemas y comportarse adecuadamente y b) los tecnócratas bien intencionados conocen “La Solución Necesaria” que se nos debe imponer. Nada más lejos de la verdad.

Es la pretensión tecnocrática de conocimiento y sus deseos de restringir nuestras libertades lo que realmente crea crisis a gran escala. Considerar a los expertos y políticos como fuerzas redentoras de nuestros fracasos, solo empeora la situación actual. Las dificultades técnicas de la crisis de la COVID-19 son síntomas de la falta de libertades económicas y civiles, no la causa de esta o cualquier otra crisis.


 

4 Comentarios

  1. Gracias al autor por este
    Gracias al autor y al IJM por este artículo y por los enlaces, sobre todo este:
    https://www.aier.org/article/open-up-society-now-say-dr-dan-erickson-and-dr-artin-massihi/
    …que adjunta dos videos con «la opinión» de dos médicos independientes con experiencia en virus e infecciones respiratorias.

    Lo que es tremendo es que este artículo (escrito por Sergio Alberich), o las opiniones de los doctores Erickson y Massihi, no podrían haber venido de alguien que haya «pasado» por el sistema educativo (monopólico) español, o alternativamente, que trabaje o espere trabajar en el sistema educativo-sanitario-investigador español, mayoritariamente público.

    • ¡Gracias por tus comentarios,
      ¡Gracias por tus comentarios, Jorge!

  2. Excelente articulo; Hace Vd.
    Excelente articulo; Hace Vd. dos afirmaciones que son correctas, pero la segunda, se está utilizando mayoritariamente y, a mi juicio, de una forma errónea; como lo ha citado Vd. al principio, la explicación correcta está en Von MIses; las afirmaciones que Vd. hace son :

    A) «La “Señora Libertad” es la madre, no la hija, de la creatividad necesaria para resolver problemas. Es el medio que necesitamos para prosperar y vencer al coronavirus. Si es verdad que hay un propósito para el Gobierno, sería el de garantizar nuestras libertades (para que podamos elegir individualmente cómo vivir y desarrollar nuestras vidas), no el tratar de prolongar nuestras vidas –especialmente quitándonos nuestras libertades»

    B) «No es un debate sobre epidemiología o virología, sino sobre costes de oportunidad y efectos secundarios de la política»

    La A, es el quid de la cuestión y , por tanto, la condición necesaria y suficiente para enfrentar la solución; los tecnócratas o ingenieros sociales con su intervencionismo buenista son incapaces de entender que el hombre es ,por definición, un ser social y esto es lo que le ha permitido sobrevivir; y ese ser social, es el resultado de la llamada Ley de Asociación e Integración (cooperación social voluntaria) que trae su causa en la disparidad innata de las aptitudes, habilidades, inteligencia y capacidades especificas de cada ser humano; el corolario o efecto de esta realidad primigenia e incuestionable es la división del trabajo y del conocimiento ya sea pragmático o científico; los tecnócratas mainstream (una secuela de Adam Smith), no entienden esta cuestión esencial y siguen sumidos en la falacia de que la división del trabajo es la causa de las desigualdades, porque para ellos el ser humano es una Tabula rasa (otra secuela de los Locke y Hume; el Psicologísmo atomista y Behaviorista o conductista Anglosajón). esto es , en esencia, la concepción de la economia o Praxeología de Von Mises.

    La B, aunque tiene un grano de verdad, tiene un elemento utilitarista que no va al corazón del asunto; incluso algún descerebrado se ha puesto a calcular el Valor monetario Estadístico de una Vida (VSL) para determinar los beneficios derivados del confinamiento y , de paso, el punto de Equilibrio o punto muerto, nunca mejor dicho,
    a partir del cual ese VSL comienza a decrecer; con semejantes merluzos ¿que se puede esperar? ; no es una mera cuestión de compensaciones, porque , entre otras cosas, los costes de oportunidad no hay forma de medirlos; algunos necios siguen confundiendo valor con precio.

    Un cordial saludo.

  3. Luis I. Gómez Fernández:
    Luis I. Gómez Fernández: «Ciencia, responsabilidad… y censura»
    https://disidentia.com/ciencia-responsabilidad-y-censura/
    «El desmantelamiento de nuestra prosperidad y la transformación de nuestra sociedad en un nuevo paraíso socialista campesino no es algo que a los ciudadanos les atraiga particularmente, por lo que los medios políticos para imponer una supuesta falta de alternativas imponen la teoría de un apocalipsis inminente.»


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Sobre la libertad económica en Europa

Según el último Índice de Libertad Económica publicado por la Heritage Foundation, algunos países europeos se encuentran entre los primeros lugares a nivel mundial.