"El mapa del hambre hoy corresponde al mapa de las ideologías erróneas".
M.S. Swaminathan
Desde hace más de 9.000 años, los hombres sedentarios han ido introduciendo, mediante continuos ensayos de cruzamiento y selección, mejoras en sus cultivos para que fueran lo más productivo y resistente posible a las plagas o las enfermedades. Pese a ello, las recurrentes hambrunas fueron, desgraciadamente, una constante en casi toda la historia de la humanidad. Sólo a partir de los tímidos avances de los siglos XVII y XVIII la hambruna generalizada fue progresivamente disminuyendo en Europa, lo cual permitió el aumento permanente de su población.
A partir de la segunda mitad del siglo XX se dio un salto cualitativo verdaderamente importante con la llamada "Revolución verde" que supuso la introducción de espectaculares mejoras en las variedades de semillas de importantes cultivos tradicionales, que son la base alimenticia de una buena parte de la humanidad (arroz, trigo, mijo, soja o maíz). En México destacaron las investigaciones del científico estadounidense Norman Borlaug, y en Asia fueron sin duda las del agrónomo M. S. Swaminathan. Con la puesta en práctica, no sin dificultades, de estos avances en las técnicas agrícolas se pudo alimentar y evitar la muerte por inanición de millones de seres humanos, especialmente en el llamado Tercer Mundo.
Esto contrasta vivamente con lo acaecido en China entre 1958 y 1962 durante el Gran Salto hacia… "Atrás": más de 30 millones de chinos perecieron de hambre por la brutal revolución agrícola planeada centralmente por Mao para mayor "gloria" del comunismo. Esta errónea decisión planificada provocó más de la mitad de víctimas de toda la Segunda Guerra Mundial. Los críticos del libre mercado deberían meditar bien sus palabras cuando hablan de la necesidad de frenar un supuesto "capitalismo salvaje" mediante "deseables" medidas coactivas adoptadas centralizadamante desde cualquier poder.
A diferencia de esta salvajada maoísta, la Revolución verde, pese a contar con el apoyo e iniciativa gubernamentales de numerosos Estados, fueron paulatinos cambios propuestos, nunca impuestos; es decir, los agricultores podían elegir entre cultivar o no esas nuevas semillas. Esta Revolución verde se topó, no obstante, con la creciente oposición de los llamados ecologistas "verdes" que empezaron a hacerse oír allá por los años 60 (sus primeros gurús fueron Rachel Carson o Paul Ehrlich) y que la acusaban de fomentar cultivos que necesitaban mayores cantidades de fertilizantes y pesticidas, de desplazar con sus innovaciones las variedades autóctonas y de dañar la biodiversidad. A esta Contrarrevolución verde se le unieron las protestas de comerciantes de semillas tradicionales y la resistencia de los agricultores habituados a sus prácticas ancestrales. Algunos gobernantes se dejaron convencer por estos verdes contrarrevolucionarios.
A la postre, la Revolución verde triunfó en aquellos lugares donde se dieron las mínimas condiciones favorables para que el agricultor pudiera obtener mayores beneficios por su esfuerzo en adoptar esas innovaciones, lo que supone un entorno pacífico y el respeto de la propiedad privada (en cualquiera de sus formas). Sólo hoy persiste el hambre en aquellos lugares donde se han impuesto utopías mortíferas de colectivización de la tierra (China de Mao, Etiopía, Tanzania, Ghana, Zimbabwe, Corea del Norte, etc.) o bien donde hay guerras incesantes y/o estados que han vampirizado la sociedad civil destruyendo la estructura productiva del país (Mozambique, Tanzania, Uganda, Somalia, Etiopía, Sudán, El Chad…).
Allí donde se dejó al agricultor obtener ganancias pacíficamente (tras años de uso de estas innovaciones, pese a sus opositores) el balance es de verdad contundente: se ha "revolucionado" la producción agrícola y se ha conseguido la seguridad alimentaria de crecientes poblaciones de países enteros (China actual, India, Pakistán, Indonesia, Filipinas, México, etc.).
Pero hay más: Borlaug y muchos otros genetistas están convencidos de la necesidad de una revolución permanente, precisamente para mantener el aumento constante de la población, no sólo con nuevos fitomejoramientos sino con las aportaciones de la biotecnología iniciadas en la década de los 80 mediante organismos genéticamente modificados (OGM) u organismos a los que se les ha añadido genes de otras especies (transgénicos). Lo que indefectiblemente se ha topado de nuevo con la Contra pertinaz de los verdes que intenta acrecentar los temores medioambientales y nutricionales que toda globalización del ingenio humano acarrea, logrando imponer (a través de su alianza con los estados) perjudiciales legislaciones restrictivas inspiradas en el paralizante principio de precaución. Hablemos claro, estos verdes no soportan que algunas multinacionales, como Monsanto, Aventis, Novartis, Basf o DuPont, hagan beneficios con los OGM por cubrir mejor las necesidades alimenticias de numerosas personas. Con estas innovaciones es ya viable el aumento exponencial de población. A pesar de esta buena noticia, el híbrido "eco–maltusiano" (o la "multitud anti-ciencia", según calificación del propio Borlaug) va a mantener una dura batalla ante este insospechado avance.
¿Por qué será que esta Contrarrevolución verde me suena ya a contiendas pasadas contra las semillas de Borlaug o de Swaminathan? Esperemos que, de nuevo, se gane finalmente esta batalla ideológica a los contras del progreso y del mercado. No es una broma, está en juego la supervivencia de muchos millones de seres humanos.
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