Suiza es un país extraño. Con el tamaño que tiene, en medio de varias naciones grandes, siempre ha destacado por ir a lo suyo sin sentir esa imperiosa necesidad que tenemos los españoles de reivindicar lo que somos, por puro complejo. Mientras nosotros habríamos hecho lo que fuera para obtener el ‘carnet’ de Europeos de Pura Cepa, a ellos no les quita el sueño. Mientras que nuestros gobiernos están dispuestos a vender nuestras libertades a cambio de un sitio en el G20, el Gobierno suizo se piensa mucho todo aquello que afecte a los suyos. Y, así, a pesar de las presiones, y de momento, tienen una política particular respecto al secreto bancario (que no defiende a los bancos sino a los usuarios de los bancos) y también mantienen una costumbre que les ha hecho famosos, de decidir muchas más cosas que nosotros mediante referéndum.
El país de las consultas
En realidad deciden casi todo. Porque cada año se realizan unos diez referendos agrupados en tres o cuatro ocasiones al año en las que se realizan varias preguntas. La participación es bastante modesta, supongo que en función del interés que despierte el tema. Porque, no solamente son las autoridades las que pueden decidir someter al juicio de la población las cuestiones que consideren. Los ciudadanos también pueden reunir firmas para proponer lo que estimen oportuno. Dependiendo de la relevancia de la consulta, se exige un tipo de mayoría u otra, tanto en número de habitantes como en número de cantones que aprueban la consulta.
Este fin de semana pasado los suizos decidieron que no quieren recibir inmigrantes en masa. Y esa decisión ha levantado ampollas en las autoridades europeas y ha reabierto el eterno debate acerca de la inmigración.
Pero no solamente votaron sobre ese particular. Debían responder a tres preguntas: la primera se refería a si el aborto es una cuestión privada y no debe financiarse con cargo al Estado, la segunda preguntaba si se debía crear un fondo de financiación de la red ferroviaria y la tercera, la que ha causado tanto revuelo, era la referente a la aceptación de entrada de nuevas oleadas de inmigrantes.
En el primer caso, la participación fue de un 55% y ganó el no por un 69,8% frente a un 30,2%, por lo que el aborto seguirá siendo financiado con dinero público.
En el segundo caso, la participación fue del 55% y ganó el sí por un 62% frente a un 38%. Debe crearse un fondo indefinido para financiar el aumento y mantenimiento de la red ferroviaria.
Y en el caso de la inmigración, la participación fue del 55,8% y ganó el sí al freno a la inmigración por un 50,3% frente al 49,7% que defendían la libre entrada de inmigrantes.
El debate sobre la inmigración
Quienes creemos en la apertura general de fronteras solemos coincidir en abogar, además, por un sistema de justicia sano, de manera que las leyes se apliquen a todos, las penas se cumplan íntegras y se deporte a quien no sabe comportarse de acuerdo con las normas del país al que se llega. Yo no tengo problemas en que un puesto de trabajo que va a redundar en productos nacionales mejores y más competitivos sea ocupado por una persona de otro país. Por lo mismo que me gustaría que los españoles fuéramos contratados sin problema allí donde nuestro esfuerzo se vea mejor reconocido y remunerado.
Los suizos han decidido que el Gobierno debe ser capaz de gestionar la inmigración porque, con el sistema legal de migraciones actual, cada año llega a Suiza una cantidad equivalente a la ciudad de Lucerna y cada dos años una población equivalente al cantón de Neuchâtel. Miles de personas que necesitan casa, servicios, etc. y que pagan impuestos mientras que conserven un trabajo oficial. Y ahí es donde hacen hincapié los defensores de la iniciativa: debe recibirse el número de inmigrantes que la administración pueda controlar. Y el que no tenga trabajo, que se vaya. Además, todos los supuestos que anteriormente tenían un trato especial (como el asilo político) pasarán a ser gestionados por Inmigración también.
Terrible, ¿no? Pero así lo han decidido quienes se han preocupado por votar. Y que lo diga yo, abstencionista convencida y militante, tiene todo el sentido. Porque yo me abstengo de jugar a qué decidimos. En el caso de los suizos, el sistema es diferente: si tu idea es buena, convence a tus vecinos, debate, aporta argumentos. Si entusiasmas a la gente, se acercarán a votar y tal vez te apoyen, y si no, o si no les convences, tu iniciativa se vendrá abajo.
Dicen que cada cual en su casa hace lo que quiera. Pues los suizos también. Veremos hasta qué punto los mismos que han presionado para que los bancos suizos traicionen a sus clientes intentarán de nuevo inmiscuirse en las decisiones de un país soberano.
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