Skip to content

La «democracia real» es sinónimo de marxismo

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

La democracia representativa ha sido objeto de numerosas críticas desde su implantación. La denominada "crisis de representación" o de "legitimidad" ha sido frecuente objeto de estudio en el seno de las teorías neomarxistas (Macpherson, Barber, Bachrach, Pateman o Green, entre otros). Estos autores reclaman sustituir la representación actual por una "democracia directa", que permita una plena participación ciudadana en el ámbito público. Se trata, pues, de una perspectiva de análisis puramente democrática, que nada tiene que ver con la limitación del poder estatal y la defensa de libertades, ya que tan sólo se centra en cómo elegir representantes y elaborar leyes.

Este debate no es nuevo. A finales de los años 60 y principios de los 70, los indignados de entonces ya reclamaban una "democracia de audiencia". Y ello se explica por varios motivos: los militantes dejan de ser esenciales para la estructura partidista; la irrupción de nuevos medios de comunicación implica un tipo de campaña más centrada en candidatos que en programas; los partidos de masas se transforman en "catch-all" tras la II Guerra Mundial, lo cual conlleva su desideologización, un fortalecimiento de los dirigentes y la búsqueda de un electorado más amplio; el fuerte crecimiento de las rentas medias erosiona la conciencia de clase y se van así difuminando los clichés partidistas; el surgimiento de nuevas demandas sociales (valores postmateriales como el medio ambiente o la igualdad) son difíciles de formular sobre la base exclusiva de un partido y, como resultado, surgen nuevos movimientos que le restan protagonismo.

El electorado se ha ido haciendo más heterogéneo y menos abarcable. Además, el ciudadano posee nuevas herramientas para llevar a cabo acciones políticas por su cuenta y más autonomía y nuevos valores, lo cual provoca una mayor expectativa de participación al margen de los partidos. Todo ello configura la tan manida  "desafección" hacia las tradicionales formaciones, según esta visión neomarxista.

Y puesto que la actual legitimidad política deriva de la satisfacción de los ciudadanos, tales teóricos reclaman una mayor participación de éstos en el sistema. Su alternativa es la "democracia participativa". ¿Cómo? Permitiendo que los grupos afectados por una decisión o ley participen en el proceso de elaboración de la misma, aumentando el número de decisiones sometidas a su voluntad, ya sea vía referéndum o "democracia virtual" (voto electrónico); consultas periódicas; programas y procesos de deliberación en el seno del partido previos a la toma de decisiones; buzones de demandas…

Asimismo, pretenden establecer nuevos mecanismos de control para que los políticos sean sancionados si los electores no están satisfechos con su actuación. Entre sus propuestas, destacan las siguientes: listas abiertas; creación de agencias estatales independientes dotadas de autoridad para emprender acciones, controlar y sancionar actos u omisiones ilícitas de otros agentes o entes del Estado; intensificación de los mecanismos de control del Parlamento; rendición de cuentas; democracia interna en el seno de los partidos, etc.

Así pues, todas estas medidas se centran en cómo involucrar más a los electores en el proceso de toma de decisiones, tanto a nivel gubernamental como partidista. Y es que, según esta corriente, la participación implica el control ciudadano del poder. Si se fijan, todos los acampados de Sol, el movimiento "Democracia Real Ya", firmarían punto por punto este tipo de reivindicaciones. De hecho, han lanzado propuestas muy similares, centradas tan sólo en cambiar los cauces de participación política.

Son éstas, precisamente, y no tanto las medidas sociales y económicas concretas -claramente izquierdistas, por cierto-, las que han aglutinado un apoyo mayoritario entre la población y los grandes medios. Sin embargo, pese al consenso que parecen aglutinar, no dejan de ser peligrosas ideas neomarxistas de consecuencias desastrosas. En este sentido, cabe recordar que democracia y liberalismo significan cosas muy distintas y, si bien el actual modelo representativo tiene ya muy poco de liberal, la "democracia directa" o "pura" no es más que otro traje para vestir al Estado totalitario.

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Populismo fiscal

Cómo la política impositiva del gobierno de Pedro Sánchez divide y empobrece a la sociedad española El nuevo informe del Instituto Juan de Mariana evalúa la deriva de la política