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La desigualdad no es el problema

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La mayoría de personas considera que la desigualdad o aumentos de la desigualdad son malos.

En torno a la idea de desigualdad ha habido y hay un gran debate. La mayoría de personas, tanto del mundo de la economía como de fuera de este campo, considera que la desigualdad o aumentos de la desigualdad son malos. Son malos, en principio, por cuestiones éticas y, además, porque puede ser fuente de inestabilidad y conflictos sociales. De esa justificación deriva todo un aparato burocrático que tiene como objetivo la redistribución de la renta, que, como ya digo, se considera más ética y útil. A los ojos de un economista austriaco, la redistribución de la renta no es, precisamente, ni útil ni ética. Esto es así porque la desigualdad no tiene por qué ser un problema.

En el plano ético, Israel Kirzner resolvió bastante bien el asunto. Aplicando su teoría de la empresarialidad, demostró en su obra Discovery, Capitalism and Distributive Justice (1989) que el beneficio o plusvalía empresarial era algo totalmente ético y justo, pues deriva de una creación ex nihilo de valor, el descubrimiento de una oportunidad. Además, especificó que el sistema de precios no solo funcionaba de manera asignativa, sino también distributiva. En la economía de mercado, la riqueza se distribuye de la siguiente manera: recibe más quien mejor satisface necesidades. Es decir, el propio sistema premia a aquellos que mejor satisfacen a los demás. Y si no sigues cuidando de atender a los demás, el sistema redistribuirá los recursos según las necesidades de los consumidores hacia aquellos empresarios que sí estén atendiendo las necesidades del mercado. De no ser así, nadie se preocuparía de satisfacer las necesidades de nadie, cada uno produciría lo que le gustase a él mismo (algo un tanto egoísta), sin importar si es algo útil para los demás o no. El mercado entonces es justo y premia más a quien mejor provee las necesidades.

Sin embargo, un segundo plano también requiere nuestra atención. Este es el de la consecuencia. Se suele argüir que la desigualdad económica es fuente de inestabilidad social y conflictos. Las personas de estratos más inferiores sienten que tantas diferencias llegan a ser injustas y pueden rebelarse contra el sistema. La redistribución de la renta es la que da estabilidad al sistema capitalista, lo que le permite crecer. Sin redistribución, habría conflictos que impedirían constantemente la creación de riqueza.

Este argumento es lógico y, de hecho, lo avalan muchas ocasiones históricas. No obstante, da por supuesta una cosa: que la gente percibirá negativamente las desigualdades de renta. Es verdad que puede que psicológicamente tengamos una inclinación a envidiar la renta del que tiene más que nosotros, pero que esto tenga que ser necesariamente así es refutable. La desigualdad solo será un problema si la sociedad percibe que lo es, es decir, si cree que es injusto que haya personas que tengan más que otras. Si, por el contrario, la gente entiende que eso es resultado del buen ejercicio de la función empresarial y, además, sabe que poniendo en práctica su naturaleza empresarial podrá conseguir niveles de renta superiores, entonces, la desigualdad no generará inestabilidad social. Esto tiene más que ver con la movilidad social, con la capacidad que tienen los individuos de una sociedad para fluir entre los niveles de renta. Como sabemos, en una sociedad capitalista, la fluidez entre niveles de renta es muy buena. Desde luego, mucho mejor que en un sistema intervenido, donde la fiscalidad crea barreras a la competencia entre rentas.  

Al igual que ocurre con el derecho de propiedad privada, que depende de que la gente lo entienda como legítimo y lo respete, lo mismo pasa con las desigualdades. Si la sociedad llega a la conclusión de que las desigualdades generadas en el proceso económico son éticas (mientras el proceso sea justo) no habrá ningún tipo de inestabilidad económica. Es más, se evitará una de las peores consecuencias de la redistribución de la renta: el consumo del capital. Esto permitirá la mayor acumulación, y por ende más riqueza y crecimiento para todos. Dependerá entonces de que el pensamiento capitalista (por ejemplo, aquel de Kirzner) sea asumido y compartido socialmente.

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