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La desnacionalización del dinero. ¿Se hará realidad el sueño hayekiano? (II)

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La nacionalización del dinero y el monopolio otorgado a entidades semipúblicas y altamente politizadas como los bancos centrales han supuesto un auténtico desastre para los ciudadanos de todo el mundo.

El mes pasado analizábamos el caso del monopolio estatal en cuanto a la emisión de dinero, vimos cómo el Estado pasó de mero certificador de la calidad y pureza de los metales preciosos utilizados en los intercambios a convertirse en proveedor discrecional de la oferta de dinero y, por último, repasamos el punto de vista hayekiano respecto a la competencia en la emisión de dinero de la misma forma que tal competencia existe en la gran mayoría de bienes y servicios provistos por el mercado de una forma eficiente.

Hoy vamos a repasar la historia de alguno de los bancos centrales, veremos en más detalle el papel de los estos como instrumento político y su papel determinante en la pérdida de poder adquisitivo y en la mayoría de las crisis más recientes.

Empezando por España, el origen del Banco de España a finales del siglo XIX no es algo natural sino que se establece como medida de emergencia por la delicada situación de las cuentas públicas. Es decir, la creación del banco central español no surge de forma espontánea para satisfacer las necesidades de los agentes participantes en la economía española sino que lo hace para, una vez agotados los recursos de los impuestos y el crédito, paliar la mala situación de las arcas públicas. Así fue como en 1874 se dotó del poder monopolístico de la emisión de dinero al Banco de España. Hasta ese momento, el desarrollo del sector financiero transcurría de una forma impensable ahora mismo: diversas entidades emitían sus propios billetes y competían entre ellas. Esta tesis contradeciría la dominante de que los bancos centrales surgen para frenar la fuerte inestabilidad inherente del sector bancario y financiero en condiciones de libre competencia.

La Reserva Federal de los Estados Unidas no se queda corta y su origen está repleto de misterios, si bien queda claro que tampoco surge de forma natural sino que lo hace a raíz de una reunión secreta llevada a cabo entre los magnates más poderosos de la banca estadounidense y con el beneplácito del brazo político norteamericano.

El segundo banco central más antiguo del mundo tras el de Suecia, el Banco de Inglaterra, surge en 1694 de forma privada con la finalidad de servir como banco del Reino Unido y por la necesidad de reconstruir el Reino tras la debacle con la Marina francesa. Este nuevo banco dio al gobierno 1,2 millones de libras a cambio de ciertos privilegios entre los cuales se encuentra, a partir de 1844, el del monopolio en la emisión de billetes.

Todos los bancos centrales, independientemente de su origen, procedencia o antigüedad, tienen algo en común: la devaluación de la moneda que emiten. Y esta devaluación no es otra cosa que la pérdida de poder adquisitivo de quienes usamos, de manera forzosa, ese dinero. En apenas 100 años desde la creación de la Reserva Federal de los Estados Unidos el dólar estadounidense ha experimentado una devaluación del 97%. Lamentablemente la situación no parece que vaya a cambiar, los bancos centrales de todo el mundo están imprimiendo cantidades récord de dinero y los gobiernos alcanzando déficits fiscales jamás alcanzados antes, por lo que podemos esperar que nuestro dinero de hoy valga menos en un futuro no demasiado lejano. La lógica económica más elemental nos dice que si tenemos un bien cuya oferta está continuamente creciendo a un coste cercano a cero, el valor relativo del mismo va a disminuir en relación con otros bienes.

Bancos centrales y gobiernos se aprovechan de tres grandes mitos extendidos por el gran público, a saber, que la inflación es necesaria ya que un entorno deflacionario destrozaría la economía, que una moneda devaluada permite salir de la recesión pues estimula las exportaciones y, en última instancia, que en cualquier caso las estadísticas oficiales no señalan una elevada inflación (supuestamente reflejada en el IPC). Respecto al primer punto, cabría recordar que antes de la llegada del dinero fiduciario, los precios de bienes y servicios se mantenían estables o incluso disminuyendo en términos reales. El segundo punto también carece de sentido si nos fijamos en ejemplos empíricos, como bien dice Daniel Lacalle, si devaluar nuestra moneda nos hiciera más ricos, Zimbabue, Argentina o Venezuela serían los países más ricos del planeta, es más, un entorno como el actual de competencia entre países por ver quién devalúa más su moneda sólo nos lleva a una espiral devaluatoria muy peligrosa. Para terminar, el mito referente a las estadísticas oficiales provistas por los distintos países, qué mejor que recordar las palabras de Marc Faber “Never ask the barber if you need a haircut. Never ask the realtor if the house you are considering buying is a bargain at the price offered. And never ask the government to calculate the rate of inflation when it can save millions of dollars in cost of living adjustments”.

La única forma de generar riqueza y prosperidad es mediante ahorro y producción privados, imprimir dinero no crea capital de la misma forma que imprimir títulos universitarios no crea conocimiento. Esto no parece que el sector público lo tenga demasiado claro, por ejemplo, el gobierno de los Estados Unidos ha aumentado su gasto siete veces más rápido que la familia media norteamericana en los últimos 40 años.

Los gobiernos tienen tres opciones para liquidar sus deudas (obviamente sin contar con el impago): gastar menos (recortes), aumentar los impuestos y/o imprimir dinero. Teniendo en cuenta el impacto político y electoral, las dos primeras alternativas claramente impopulares, nos dejan como la única forma en la que las deudas de los Estados van a ser liquidadas la impresión de dinero, creando inflación y devaluando la moneda.

El papel de los bancos centrales, lamentablemente, no se limita únicamente a la oferta de dinero sino que también manipulan y establecen el precio (los tipos de interés) de éste. Si la experiencia de las economías planificadas nos muestran cómo la manipulación de los precios de alimentos u otros productos básicos genera desequilibrios que terminan derivando en desabastecimientos, podemos entender cómo, de la misma forma, la manipulación del precio del dinero va a llevar a desequilibrios que desembocan en importantes crisis como la vivida recientemente.

En definitiva, como nos muestra la amplia evidencia histórica, la nacionalización del dinero y el monopolio otorgado a entidades semipúblicas y altamente politizadas como los bancos centrales han supuesto un auténtico desastre para los ciudadanos de todo el mundo. La única solución pasa por un modelo mucho menos centralizado y planificador y más liberal. El próximo mes analizaremos las diferentes propuestas liberales y evaluaremos cuan cerca o lejos estamos que se hagan realidad.

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