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La diplomacia de la vergüenza

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Estamos acostumbrados a las patéticas puestas de escena que el Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia (parte del eje Cuba-Venezuela-Nicaragua) promueve desde los focos de circos mediáticos sometidos a su disposición. Son solo unos pocos los que creen las mentiras y derroches que profesan el actual presidente Luis Arce y sus beatos seguidores: los que viven del tesoro público y los que no tienen otra circunstancia, idea o ideología a la que aferrarse porque, sencilla y llanamente, carecen de la conciencia suficiente para tenerla, entonces vemos cómo unos allegados al Gobierno boliviano hablan de ‘refundación del Estado’, de ‘vivir bien’, de la ‘lucha por la soberanía de los pueblos’ y de conquistas varias que nadie conoce porque, simplemente, no existen y son objeto de inventivas trabajadas desde el odio y el populismo que impulsaron una vez sujetos como Álvaro García Linera (exvicepresidente e ideólogo del Socialismo del SXII), entre otros.

Lo sorprendente es ver cómo personas que deberían ocupar un cargo institucional de prestigio por la labor que han desempeñado o tener una cierta mediación para promover los valores que en su país de origen dicen defender, bajo el sentido común que debería imperar en la política –aquella virtud perdida en nuestro tiempo– se sometan a las líneas defensivas de los caudillismos más abyectos que ha conocido la región latinoamericana en las últimas décadas.

José Luis Rodríguez Zapatero, visitó Bolivia una vez más para enarbolar las banderas del socialismo del Siglo XXI junto a uno de sus más emblemáticos representantes, Evo Morales. Pero antes había hecho escala en Bogotá para laurear al candidato chavista de cara a las próximas elecciones generales en Colombia.

En su intervención junto al caudillo, con la elocuencia que lo caracteriza y los gestos que muestran su notable capacidad para disfrazar o empañar intenciones profundas como pocos hombres los hay que un día defienden el Estado de Derecho y las leyes en los sitios donde no se está permitido corromperse, y en otros espacios no tienen la vergüenza suficiente para empatizar con los acusados de destruir las instituciones públicas y perseguir a ciudadanos libres, el expresidente español manifestó: “la historia escribirá las mejores páginas para el cambio, el progreso, la justicia, la igualdad y la dignidad en Bolivia (…) esas páginas las van a escribir con el nombre de Evo Morales (…) ¿qué era Bolivia hace 20 años? Un país abandonado, oprimido, donde había millones de personas que no eran ciudadanos, que no existían, invisibles, sin derechos y en menos de una década estáis aquí firmen sabiendo que este país es vuestro, y que todos los hijos de la gente humilde tiene los mismos derechos que los hijos de los poderosos”.

No se trata solo de ignorancia, porque nadie ignora los hechos ciertos ocurridos los últimos años en Bolivia. El problema de explotar el victimismo táctico y las mentiras constantes en favor de alguien delatado hasta la saciedad por sus actos oscuros y puesto en evidencia por la Comunidad Internacional democrática es que efectivamente la gente te considere una víctima…pero de tu propia incompetencia.

Zapatero evitó hablar de la persecución y el encarcelamiento arbitrario de la expresidenta –como él– Jeanine Añez. No se pronunció respecto a la dependencia del sistema de Justicia a la política autoritaria del poder Ejecutivo. No dijo nada respecto a la corrupción que invade a las instituciones públicas por culpa del intervencionismo exacerbado que ejerce el partido de su anfitrión y olvidó por completo los antecedentes que imputan a Evo sus responsabilidades en la transición política de 2019, reconocidos por la OEA y la Unión Europea.

El expresidente español hoy no ocupa ningún cargo de relevancia, ni institucional ni orgánico, y ha decidido ser el portavoz de las dictaduras latinoamericanas y uno de los principales cabecillas de la banda del Grupo de Puebla. No se sabe a qué coste o bajo qué intercambio es capaz de proferir semejantes declaraciones, pero lo que sí sabemos es el resultado de sus defendidos y el calibre de su ignorancia y su interés egoísta.

Es una cara visible que solo sale a la superficie para defender lo que él considera que es correcto, lo contrario, precisamente, a lo que dice y hace al otro lado del charco, aunque en España se lo considere parte de un pasado que es mejor olvidar, como están intentando hacer los bolivianos con uno de los presidentes que más se ha enriquecido a costa de los ciudadanos y que más ha corrompido las instituciones públicas.

Rodríguez Zapatero y Evo Morales representan el fracaso de una sociedad sin rumbo claro y de una política vilipendiada por la corrupción y el autoritarismo sin escrúpulos. Ambos son el símbolo vetusto de la decadencia moral e ideológica en la que hoy estamos inmersos. Son el reflejo del poder grotesco, de política envilecida y de la derrota de la razón.

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