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La doctrina de guerra y la guerra de Putin

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En su monografíaLa doctrina militar: del pensamiento estratégico a las operaciones militares”, el general de brigada Enrique Silvela Díaz-Criado describe la doctrina de guerra como una ‘teoría de la victoria’:

Un desarrollo escrito de cómo se puede y se debe conseguir. Qué factores son necesarios, qué principios gobiernan la guerra, qué acciones hay que emprender, qué actitudes y procedimientos llevan a la victoria. La victoria que hay que conseguir en cada combate, cada batalla, cada operación, victoria final en la guerra”.

Cada país, cada nación, cada Estado, cada grupo beligerante tiene su doctrina de guerra y, aunque con el tiempo puede variar, hay cierta inercia a mantenerla más o menos estable:

Se fundamenta en la sociedad a la que se pertenece, con su cultura, sus valores, su legislación y su estilo, que son los que han recibido los militares en su educación antes de ingresar en los ejércitos. De forma inconsciente, refleja esa filosofía y el pensamiento predominante en su época”.

Las filosofías políticas que inspiran a Estados, naciones, sociedades y grupos tienen su presencia en estas doctrinas de guerra, de la misma manera que estructuran sus organizaciones e instituciones políticas. Así, en Occidente, el respeto a los individuos, a la propiedad, a los derechos humanos hace que estos factores sean tenidos en cuenta, al menos sobre el papel, frente a sociedades, grupos, Estados o naciones que no tienen tal respeto. Eso no quiere decir que, en algún momento del conflicto, estas restricciones (porque suelen expresarse en forma de restricciones a la extrema violencia) puedan ser transgredidas, temporal o definitivamente, entrando en una fase más dura y cruda del conflicto. Téngase en cuenta que el objetivo de un conflicto bélico es la victoria (sea como sea entendido ese término). No se pelea para empatar, o para perder un poquito, se pelea para vencer, para desactivar al enemigo como amenaza bélica. Cuando, por razones coyunturales, políticas, incluso por razones de carácter humanitario, se para una guerra, no se obtiene necesariamente la paz, sino una tregua en la que las partes enfrentadas se rearman y preparan para un, no pocas veces, recrudecimiento del conflicto, que adquiere tintes incluso más dramáticos. Entiéndase que la paz sólo se consigue cuando las dos partes están dispuestas a ella, no porque alguien ajeno se sienta mal por la muerte y la destrucción generada. Las doctrinas de guerra son los cimientos sobre los que se construyen las estrategias, tácticas, doctrinas operacionales, políticas bélicas y el tipo de ejército que se quiere, incluyendo en él la formación de los soldados y los mandos y la adquisición o desarrollo de las tecnologías adecuadas1.

Las doctrinas de guerra de los sistemas autoritarios tienen poco en cuenta las necesidades de sus propios soldados2. En estas doctrinas, impera la supervivencia del grupo a costa del individuo y, sobre todo, la supervivencia del sistema político que lo sostiene, incluso a costa del propio grupo (la utopía es más valiosa que la realidad). Si nos fijamos en cómo los rusos, chinos, vietnamitas y otros países donde el comunismo ha tenido o tiene asentamiento, se han enfrentado a sus enemigos en el último siglo, vemos que su poder se ha manifestado en forma de grandes masas de soldados, con una formación y un armamento como poco mejorable, lanzadas contra el enemigo al que se enfrentaba. Cuando esta cantidad y esta mejorable calidad eran suficientes, la victoria se alcanzaba a costa de muchas bajas (siempre que fueran asumibles) o se provocaban tantas bajas al contrincante que éste abandonaba el conflicto ante la presión de sus ciudadanos, como sucedió en Vietnam o Corea.

Muchos defensores de la URSS aseguran que fue ésta la que realmente venció a la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y presentan como argumento el gran número de víctimas soviéticas. Sin embargo, buena parte de este número se puede explicar en estas doctrinas en las que no importa sacrificar a millones de soldados y civiles propios. Llegado a este punto, diría que es injusto por mi parte asumir que esta estrategia es únicamente comunista, ya que los mismos rusos, cuando conformaban el imperio zarista, la usaron. Quizá el ejemplo más evidente haya sido la respuesta a la invasión de Napoleón a principios del siglo XIX, cuando se destruyeron los recursos que podían usar los invasores, a costa de entrar en un periodo de hambruna después del conflicto.

Por el contrario, los ejércitos donde se valora al soldado como individuo formado, que está arriesgando su vida por su país, nación, Estado o gobierno (más allá de lo justa o injusta que sea la guerra desde otras perspectivas) tienden a establecer una serie de medidas que protegen a los propios soldados, dándoles una mejor formación de cómo desenvolverse en combate, dotándoles de la mejor tecnología posible para conseguir los objetivos previstos y protegerlos de posibles daños, llegando a diseñar específicamente sus armas para preservar a las tripulaciones, como es el caso del carro israelí Merkava, e incluso apoyándoles con misiones de rescate (con la creación de unidades especiales y específicas para el rescate de aviadores, como el 56º Escuadrón de Rescate Aéreo estadounidense). Se puede llegar a la paradoja de que, en términos de vidas y material destruido, pueda ser contraproducente en el balance final, pero todos los soldados saben que hay una intención positiva de velar por ellos. Además, estos países dan un mejor trato a los soldados capturados y, en la medida de lo posible y según las circunstancias de la contienda, se evitan los daños innecesarios para la población civil del enemigo, evitando la destrucción de infraestructuras. En definitiva, se defiende el grupo defendiendo al individuo y controlando los daños, en la medida de lo posible.

Tampoco quiero ser hipócrita, estamos ante una guerra, una situación límite donde los códigos morales, la ética, tanto social como individual, experimenta cambios drásticos y lo que hasta ese momento nos parece inaceptable se puede volver aceptable en virtud de la victoria. Estados Unidos metió en campos de concentración a los ciudadanos americanos de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial y, en esta misma guerra, se empezó limitando los bombardeos ingleses en el puerto alemán de Wihelmshaven para no dañar los edificios civiles y matar inocentes, y se terminó lanzando las dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

El ejército ruso que ha invadido Ucrania por orden de Vladimir Putin adolece de problemas ligados a su doctrina bélica, que a diferencia de, por ejemplo, la estadounidense, no está diseñada para hacer una operación quirúrgica, rápida y victoriosa. El sueño de Putin entró en conflicto con la realidad de su país, de su ejército y de su tradición y se ha tornado en una pesadilla que, como una sombra siniestra, se extiende por toda Ucrania y amenaza al resto de Europa y el mundo. Cabe pensar que Putin esperaba una victoria rápida, en unos pocos días, que tomaría las principales ciudades del país, ocuparía el territorio y absorbería todo o parte de él, dejando el resto, si esta última hubiera sido la decisión, bajo un gobierno títere de Moscú. Además, habría amedrentado a otros países de integrarse en la OTAN o cualquier otra organización política o militar occidental y habría asegurado, invocando al paneslavismo y la dependencia energética, la influencia política en muchos países de la UE, incluida Alemania; sobre todo, Alemania. Sin embargo, la mala dirección de la empresa bélica y las deficiencias de sus fuerzas armadas han malogrado este sueño, pasando de una guerra relámpago con una victoria decisiva a una guerra de desgaste de final incierto.

Rusia se encontró desde el principio (cuando entró desde cuatro3 frentes distintos que estaban destinados a juntarse en el hipotético final ‘putiniano’ de la guerra) una oposición muy fuerte por parte del ejército ucraniano que, durante un tiempo había estado siendo abastecido y formado por occidentales de una manera no oficial. Esta oposición paró en unos días lo que los medios de comunicación occidentales, al menos los españoles, estaban vendiendo como una guerra corta y apabullante. Las columnas de tanques, vehículos blindados y su bagaje se vieron detenidos, cuando no retrocedieron respecto de sus posiciones más avanzadas. Es cierto que llegaron cerca de Kiev, pero no fue el grueso del ejército, sino algunas avanzadillas que tuvieron que replegarse para realizar un avance más acorde a su naturaleza. El cielo fue rápidamente dominado por los rusos, pero las técnicas de combate ucranianas, meramente defensivas, y la tecnología proporcionada por Occidente más la que ya poseían, produjeron muchas bajas entre los vehículos aéreos rusos, mientras que éstos no podían ser contundentes con los ucranianos de tierra. La frustración de los soldados terminó por cebarse con la población civil con la que entraban en contacto. Las noticias de matanzas de población indefensa, las violaciones masivas a las mujeres ucranianas, la destrucción de edificios, infraestructuras, llegando a arrasar poblaciones enteras, son ejemplos de cómo la guerra se ceba con los no combatientes.

La brutalidad es, como vemos, un arma de guerra, aunque también la podemos achacar a la maldad del humano que la ejerce, pero no podemos olvidar que su uso también es fruto de las circunstancias y éstas pasan por un ejército, el de los rusos, mal preparado y pertrechado y cuya formación no está preparada para este tipo de guerra (como el de los estadounidenses no estaba preparado para la ocupación de Irak o Afganistán, pero sí para una invasión rápida y poco cruenta de estos países), con reclutas poco competentes para este tipo de resistencia y violencia. No hay que olvidar que la propaganda rusa ha vendido, tanto a su población como a sus soldados (y a los que la quieran creer en Occidente), que el esfuerzo bélico ruso pretendía liberar a los rusos que ahí vivían, oprimidos por los ucranianos, que eran poco menos que nazis. Esta situación propicia que la respuesta del ejército ucraniano a la ‘invasión supuestamente salvadora’ de los rusos se entienda como una muestra de desagradecimiento por su esfuerzo y genere una respuesta violenta y criminal. El miedo y la falta de experiencia también invita a una sobrerreacción violenta, aunque sólo sea para evitar riesgos. No es la primera vez que esto ocurre en la historia de las guerras y estos crímenes contra la población civil, incluso otros más brutales, no van a terminar porque sean denunciados desde Occidente, sino que seguirán hasta que la guerra termine. Nada nuevo, si tenemos en cuenta lo sucedido en la batalla de Grozni de 1994-95.

El ejército ruso se ha manifestado como un ejército menos eficiente de lo esperado, al menos en lo que hemos visto. Su soldadesca no está en la línea de los ejércitos profesionales de los países occidentales, que gastan más recursos en formar y adiestrar a los soldados (al menos en los principales países de Occidente). Su tecnología militar permanece lejana a los estándares occidentales y esto se muestra en diferentes aspectos. Uno de ellos sería que los vehículos militares occidentales están mucho más interesados en la protección de las tripulaciones, como el ya comentado caso del carro Merkava israelí, aunque este es sólo un caso extremo; en general, los carros occidentales son más pesados y grandes, al incluir mayor protección frente a los rusos, más pequeños y fáciles de mantener y manejar, pero también más débiles y con diseños que exponen a la tripulación a resultados catastróficos. Y tiene cierta coherencia este ahorro de recursos ruso. Si no se le da valor a la vida del soldado (aunque sólo sea por lo que sabe y puede aportar al esfuerzo bélico) y su formación es limitada, es mucho más rentable formar a otro soldado, aunque sea apresuradamente, y mandarlo al frente, que gastar tiempo y recursos en su protección o, si fuera necesario, en su recuperación en caso de quedar atrapado, que no capturado, en territorio enemigo. Su deficiente blindaje ha dejado un reguero de vehículos destrozados o averiados que ha permitido al enemigo capturarlos y usarlos como repuestos para los suyos o, una vez arreglados, para añadirlos a su ejército. La aviación está preparada para, como ocurrió en Siria, bombardeos masivos e indiscriminados contra objetivos extensos. Sin embargo, este tipo de guerra requiere bombardeos quirúrgicos y limitados contra efectivos concretos, con munición inteligente que permita ataques desde gran altura, a salvo de misiles de corto alcance como los Stinger que poseen los ucranianos. El uso de la llamada munición inteligente ha sido limitada, al carecer de ella, lo que ha provocado demasiadas víctimas y destrozos.

Un evento interesante ha sido el hundimiento del crucero Moskva, alcanzado por dos misiles Neptune, de origen soviético, que impactaron en el buque insignia ruso, lo que provocó un incendio que se extendió por todo el barco y terminó por hundirlo. Esta situación implica deficiencias importantes en los sistemas de contención de daños y eliminación del fuego, que por lo visto no se habían actualizado correctamente desde la época soviética, lo que demuestra un desprecio importante por la vida de la marinería. No es el primer evento en el que se ve este desprecio; por poner un ejemplo relativamente cercano, en el hundimiento del submarino nuclear Kursk, cuya avería fue negada en un principio, no se procedió al rescate de la tripulación y se “vendió” como un acto de heroísmo innecesario para salvar la imagen del régimen. Esto muestra hasta dónde está dispuesto el gobierno ruso a llegar para salvarse a sí mismo, inmolando a sus súbditos. Qué decir, si se confirman las informaciones del rescate de los supervivientes, que corrió a cargo de la marina turca.

Pero quizá el hecho más disparatado del ejército ahora ruso y antes soviético es la manera de convencer a los propios soldados de ir deficientemente preparados a la lucha contra el enemigo. A diferencia de los soldados formados profesionalmente, los reclutas y milicianos son más propensos a desertar por el lógico miedo a resultar muertos, heridos o capturados por el enemigo. En el caso soviético, a lo largo de decenios, diferentes cuerpos especiales se dedicaban a ejecutar a aquellos que huían o lo intentaban (la famosa e infame orden 227 de Stalin), de forma que la única manera posible de sobrevivir era atacar y esperar un ataque de suerte. En el caso de Ucrania, hay indicios de que veteranos de la guerra en Chechenia están ejerciendo este tipo de ejecución, que vulnera cualquier ética, moral o derecho fundamental.

Por último, quiero referirme al ejército ucraniano, a la propia Ucrania. Cada país es soberano de pertenecer a la organización internacional que desee, si ésta lo acepta. Es decir, Ucrania, igual que Letonia, Lituania y Estonia, que pertenecieron a la URSS, tiene el derecho de ingresar en la OTAN o en la UE. Esto no es un acto de agresión a la Federación Rusa, que es una de las razones por las cuales Putin ha ordenado la invasión, sino un acto que debería hacer preguntarse a Rusia por qué sus vecinos (ahora Finlandia y Suecia, adalides en el pasado de la neutralidad y que actualmente han solicitado su entrada en la OTAN) quieren defenderse de una potencia intervencionista, expansionista y violenta. Una posición mucho más pacífica, limitada al comercio y relaciones de buena vecindad sería mucho más beneficiosa para todos.

Ucrania viene de una defensa que sigue la doctrina rusa de guerra4, pero quizá por el desastre de 2014, en el que perdió la península de Crimea y el apoyo de Occidente, en especial de Estados Unidos y Gran Bretaña, ha ido cambiando esta doctrina para acercarse más a las occidentales. Eso no quiere decir que el ejército ucraniano no esté cometiendo actos delictivos y criminales contra los invasores rusos. No hay ninguna guerra en la que los bandos enfrentados no hayan cometido este tipo de crímenes (existen acusaciones de ejecución de soldados rusos por tropas ucranianas), pero, sin justificarlas, no podemos olvidar el contexto, siendo Ucrania la víctima y no la Federación Rusa. Cuando estoy escribiendo estas palabras, Ucrania se prepara para una fase mucho más móvil y no está claro que su ejército esté preparado para ello. Su presidente Volodímir Zelenski, sabedor seguro de tales carencias, ha solicitado a Occidente carros de combate y blindados y no armas ligeras, más propias de una resistencia. Rusia todavía tiene mucho ejército que poder arrojar contra el enemigo y puede ser mucho más brutal de lo que ha sido hasta ahora, incluso planteándose el uso del armamento nuclear táctico. Vladimir Putin ha usado mucho la amenaza nuclear contra Occidente y sus enemigos, quizá porque sabe que funciona y que la OTAN no se va a inmiscuir directamente en la guerra por temor a una tercera guerra mundial. Dadas las carencias de su ejército, quizá es lo único que le queda a Rusia para seguir siendo potencia: el matonismo nuclear.

[*Este artículo ha sido escrito en colaboración con Rafael Illán Oviedo]

1 Como buen ejemplo de todo lo dicho y para el caso concreto alemán, se puede leer el libro del historiador Robert M. Citino “El modo alemán de ver la guerra”. Grosso modo, en los países occidentales donde el valor del individuo sigue pesando, durante las guerras se le cuida, pero en los sistemas colectivistas, sean nacionalistas o internacionalistas, sean fascistas o comunistas, lo que prima es el colectivo y el individuo es prescindible.

2 En un conflicto bélico, las necesidades que se satisfacen en los combatientes o sus apoyos no son para su propia comodidad, sino para que sean más eficientes ejerciendo su labor.

3 Por el norte hacia Kiev, por el noreste hacia Jharkov, por el este en el Dombass y por el sur desde Crimea hacia Kherson.

4 Adolecieron de los mismos problemas que los rusos cuando, en septiembre de 2014, uno de sus contraataques fue aplastado por las fuerzas rebeldes prorrusas.

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