América Latina es un continente marcado, con algunas excepciones, por la inestabilidad política y por las tentaciones autoritarias de dirigentes circunstanciales que aprovechan las crisis de orden económico, social o político, para impulsar sus proyectos totalitarios a lo largo y ancho del subcontinente. Estas ideologías, marcadas por las corrientes del proteccionismo, la estatización y el cooperativismo están vinculadas, a su vez, a la mala praxis de una realidad de la que adolece constantemente la región: la corrupción, la desigualdad social, la pobreza y la ausencia de instituciones fuertes son algunos de los elementos que facilita el arribo de caudillos populistas, la versión contemporánea del totalitarismo de antaño.
No obstante, existe en el continente un ejemplo paradigmático de la resistencia comunista del siglo pasado que desde sus inicios intentó cruzar sus fronteras. Lo logró en los casos venezolano y nicaragüense y su influencia transciende a toda la región. La dictadura de los Castro en Cuba lleva en el poder desde el 1959, año en que Fidel Castro asume la jefatura de la nación después del golpe militar-guerrillero contra Fulgencio Batista. Desde entonces, el régimen autoritario de Fidel sobrevivió a las denuncias permanentes del mundo libre e incluso al fracaso de la Unión Soviética en 1991.
En el mundo sólo quedan dos países de gobiernos totalitarios con economías de carácter marxista: Cuba y Corea del Norte. El gobierno cubano es considerado como una de las dictaduras totalitarias más restrictivas e iliberales que siguen vigentes desde el siglo pasado y el último reducto en el mundo que preserva el modelo ideológico marxista, anticapitalista y antiimperialista. Su posicionamiento sigue una estrategia geopolítica que pretende impulsar su proyecto por una razón fundamental: la subsistencia del régimen y de sus allegados. Más allá de las consideraciones ideológicas que guardan en su asidero las líneas del autoritarismo comunista que caracterizó el desprecio de la libertad en las comunistas China o Rusia, la idea es desestabilizar los sistemas democráticos del continente.
El proyecto multinacional se extendió con el Foro de Sao Pablo a partir de 1990 cuando el régimen castrista entendió, tras la caída del Muro de Berlín y el fracaso de la URSS, que la conquista del poder ya no cabría a través de la lucha armada o la revolución socialista, sino por medio de la movilización social y la pugna electoral que permite la democracia como sistema de gobierno. Entonces, su razonamiento se escuda bajo la lógica del secuestro de las instituciones públicas y los poderes del Estado por medios pacíficos.
La estrategia continúa vigente y sigue los mismos pasos de los cuales la región ha sido testigo las ultimas décadas. El ejemplo más lúcido del caos e inestabilidad que siembra el régimen cubano más allá de sus fronteras es Venezuela, un país destruido en menos de veinte años por el comunismo, la persecución y la hambruna.
Pero el aparato ideológico ejercido desde La Habana no se limita a hechos temporales u oportunidades circunstanciales para mantener al régimen vivo, como ocurre con el caso venezolano, el fin último es que la ‘revolución socialista’ como hacía referencia Castro, se extrapole a otros escenarios más complejos. Los últimos meses hemos sido testigos de los acontecimientos ocurridos en Chile, Colombia o Perú. En caso de chileno, a pesar de que el país logró estándares sobresalientes en términos económicos y de desarrollo y además de ser uno de los países de la región más libres en cuanto a derechos políticos y sociales, cuenta con las instituciones más fuertes en términos de lucha contra la corrupción e independencia de los poderes del Estado, incluido el sistema judicial, las protestas desentrañaron una idea adversa a los avances conseguidos hasta hoy. Eso demuestra, además, la importancia de articular estrategias para comunicar los éxitos obtenidos en la gestión pública. No basta con obtener buenos resultados en términos de crecimiento, desarrollo y desempeño social si no se transmiten con contundencia y se gana el relato en el debate político.
Perú y Colombia son otros casos recientes, donde el mensaje de la izquierda más radical del continente supo ganarse el relato e imponerlo. Como consecuencia de ello, en Perú asumirá la presidencia un maestro rural vinculado al maoísmo de la sierra peruana que defiende sin tapujos la ‘democracia venezolana’ y en Colombia, que vive a la sombra de una de las guerrillas más oscuras de la historia latinoamericana, repunta en las últimas encuestas el senador Gustavo Petro, íntimo aliado de los gobiernos populistas que azotan a la región y simpatizante de la dictadura castrista.
No es baladí pensar que, tras todas estas movilizaciones y apariciones no casuales de líderes formados bajo la estela autoritaria de Cuba, se encuentren intereses trasnacionales que pretenden desestabilizar a toda la región. Se suman a la lista ejemplos paradigmáticos del retorno de viejos caudillos como Evo Morales en Bolivia y sus prácticas autoritarias o Daniel Ortega que pretende perpetuarse en el poder en Nicaragua, a costa de la persecución a la oposición política y a la ciudadanía disidente.
Pero, a pesar de décadas de la dictadura más dura y las amenazas del dictador de turno, Díaz Canel, en Cuba aparecen protestas nada habituales contra el régimen, bajo las consignas de ‘Patria y Vida’, ‘libertad’, ‘no tenemos miedo’ o ‘muera el comunismo’. Gritos que no tienen que ver con algún tipo de injerencia extranjera –como el régimen pretende justificar sin pruebas–, demuestran el hastío de la población y encienden una chispa inevitable, algo que pocos se imaginaban considerando la raigambre totalitaria que el régimen construyó durante décadas.
No obstante, si bien las manifestaciones son una muestra ineludible del desgaste del régimen y del despertar social, las transiciones suelen ser traumáticas y tal como lo expresó el dictador Díaz Canel “tienen que pasar por encima de nuestros cadáveres si quieren enfrentar a la revolución (…) estamos dispuestos a todo y estaremos en la calle combatiendo”. En efecto, sabemos a lo que están dispuestos porque son hijos de aquel revolucionario, mal estratega y cobarde que dijo en su mensaje a la Tricontinental en 1967: “el odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Era la cara cruel del Che Guevara, ese rostro que el castrismo intentó ocultar durante años y que muchos ignoran hasta hoy.
Lo cierto es que el gobierno de La Habana está preocupado y llegarán hasta las últimas consecuencias con el objetivo de conservar el poder. El resultado final puede demorar mucho tiempo. La región latinoamericana ha vivido constantemente a expensas y bajo la influencia del régimen castrista, cuyas consecuencias han sido nefastas para la democracia y la libertad de países como Venezuela, Nicaragua o Bolivia. Cuando la dictadura comunista de Cuba llegue a su fin podremos pensar en una nueva oportunidad para la democracia en la región, aunque ello implique dejar a muchos desamparados sin templo ni religión en todo el mundo. No será tarea sencilla, pero remitámonos a la historia: en 1987 nadie se imaginaba que el Muro de Berlín caería solo dos años después.
1 Comentario
La democracia es sinónimo de dictadura socialista. ¿Qué es más estrambótico, las bravuconadas esclavizantes de los reyezuelos comunistas como Kim, Maduro o Díaz Canel, o las majaderías inmorales de los presidentes de los países europeos? Son todos una panda de ladrones, asesinos de viejos, inductores de enfermedad mental, y destructores de todas las artes.
Los que hablan de «transición a la democracia» o son aspirantes a dictador o son tan ignorantes y simplistas como Ferdinand Lasalle. No hay ningún camino racional para lograr desactivar a los comunistas. Deben ser destruidos.
Este liberalismo al ralentí apesta a comunismo y a dictadura sanitaria. El IJM es irrecuperable.