La piedra angular de la teoría económica socialista consiste en que el valor de los bienes equivale en última instancia al trabajo que incorporan. Marx, uno de los grandes defensores de la teoría del valor trabajo, pensaba que si las mercancías se volvían iguales mediante el intercambio (1 ordenador =500 euros =50 copas), ello sólo podía deberse a tenían un elemento común al que eran reducibles, y ese elemento común sólo podía ser el trabajo acumulado en cada mercancía.
Al final, pues, para Marx todo podía expresarse en una misma magnitud: el trabajo, entendido como “tiempo de trabajo” y, más en concreto, como “tiempo de trabajo socialmente necesario para producir cada bien”. En este sentido, el valor de la propia fuerza laboral sería equivalente al del tiempo de trabajo necesario para producir las mercancías que necesita cada trabajador para su sustento (de ahí que cuando su jornada laboral se extiende a más horas de las necesarias y no se le remunere se produzca “la explotación”).
Por supuesto, el economista alemán olvidaba que todas las mercancías también tienen otro elemento en común aparte de haber sido producidas por el trabajo humano y es el de ser escasas con respecto a las necesidades humanas que podrían satisfacer. O dicho de otra manera, todos los bienes económicos pueden reducirse a su aptitud para facilitar la consecución de los fines del ser humano: a su utilidad.
Es ciertamente la utilidad, y en concreto la utilidad marginal (el valor del último fin que se puede lograr con una cantidad dada de mercancías), el elemento que determina el valor de los bienes, incluido el del trabajo. Los salarios dependen no del tiempo de trabajo socialmente necesario para “reproducir” a los obreros, sino del valor presente de los bienes económicos que esos trabajadores producen.
Gracias a la teoría del valor basada en la utilidad podemos dar una explicación completa de la formación de los precios y salarios sin necesidad de caer en las numerosas contradicciones e inconsistencias en las que cae Marx. Por ejemplo, de acuerdo con la teoría marxiana, todos los trabajos deberían tener un mismo valor, pues los medios que necesitan para sustentarse son los mismos. Sin embargo, Marx se ve forzado a distinguir entre trabajo “medio simple” y trabajo “complejo” para dar cabida a las distintas cualificaciones de los trabajadores y poder afirmar que en el trabajo complejo “entran costos de formación más altos, cuya producción consume más tiempo de trabajo y tiene por tanto un valor más elevado que el de la fuerza de trabajo simple”.
De acuerdo con Marx, los trabajadores más cualificados incorporan a las mercancías tiempo de trabajo complejo, que es varias veces más valioso que el tiempo de trabajo simple y, por tanto, deberían percibir salarios más altos.
El enfoque, no obstante, es problemático, no ya porque quede por resolver cómo definimos qué trabajos son más cualificados que otros con independencia de la utilidad de los productos que generen, sino porque no permite explicar el fenómeno de la escalabilidad.
La escalabilidad es un concepto importado de la teoría de redes que indica la capacidad que tiene un sistema para incrementar su número de usuarios sin perder calidad. Por extensión a una ocupación remunerada, la escalabilidad sería la capacidad de un trabajador para incrementar su clientela sin incurrir en horas de trabajo adicionales (o, más en general, la capacidad de una empresa para incrementar sus ventas sin asumir nuevos costes).
Como explica Nassim Taleb en El Cisne Negro, hay trabajos -como los de la prostituta, el artesano, el panadero o el médico- escasamente escalables y otros -como el del bróker, el escritor, el músico o el programador informático- muy escalables. El panadero sólo puede producir una hogaza de pan adicional si emplea su tiempo en hornearla; el bróker puede vender 100 o 100.000 acciones con el mismo esfuerzo.
El problema que representa la escalabilidad para la teoría del valor trabajo es doble: por un lado, los salarios de aquellas personas que logren “escalar” más su trabajo serán mucho más altos que los de quienes lo logren escalar menos, sin que ello implique diferencias de cualificación. El tiempo de trabajo socialmente necesario para escribir un libro puede ser idéntico para un autor de best-sellers con escasos estudios que para un filólogo fracasado, y en cambio el primero obtendrá remuneraciones muy superiores por su trabajo que el segundo. Por otro, y sobre todo, el trabajo adicional para obtener remuneraciones adicionales en los trabajos escalables es prácticamente nulo: se genera más valor sin más tiempo de trabajo. Por ejemplo, los ingresos de un escritor que venda sus libros electrónicos por internet se incrementarán con independencia de su coste marginal de producción (y con independencia del nulo trabajo adicional necesario para producir las nuevas unidades del bien). Hay, pues, valor que no deriva del trabajo, sino sólo de la utilidad percibida por los usuarios del bien.
Que la escalabilidad de los trabajos contradiga las conclusiones más elementales de la teoría del valor trabajo también sirve para comprender por qué esta teoría pudo florecer en una época en la que la mayoría de los trabajos no eran escalables. Es más, la intuición natural del ser humano, procedente de una mente adaptada para sobrevivir en el Paleolítico, donde ningún trabajo era escalable y donde además las herramientas eran escasas, pasa obviamente por que los bienes valen el tiempo de trabajo que nos cuesta producirlos.
El mismo Adam Smith, partidario de una cierta teoría del valor trabajo, tuvo que dar cabida a la escalabilidad en La Riqueza de las Naciones dependiendo de la fase de desarrollo de la economía. Así, según Smith, “en un estadio primitivo de la sociedad que precede a la acumulación de capital y a la apropiación de la tierra, la proporción entre el trabajo necesario para producir los objetos parece ser la única circunstancia que permite alcanzar una regla que explique su intercambio”; de modo que si cuesta el doble cazar un castor que un venado, el precio del castor será el doble que el del venado.
El ejemplo de Smith es válido para una sociedad de cazadores y recolectores, donde todos cazan lo mismo con una similar destreza, donde el producto es relativamente homogéneo (carne de presa de distinta calidad) porque se emplea para el mismo fin (alimentación) y donde, por tanto, si se pretende cobrar más de dos venados por un castor resulta más económico cazar directamente el castor.
Como explica James Buchanan, en este caso “el rendimiento de la producción física y de la producción por intercambio son idénticos. El tiempo de trabajo, el patrón de medida, es el común denominador en el que se expresan los costes”. Lo cual no significa, con todo, que el valor del castor o del venado dependa del coste o del trabajo empleado en cazarlos, puesto que si la utilidad de la carne de castor disminuyera (por ejemplo, porque mueren algunos de los consumidores que la consideraban mejor que la de venado), los cazadores de castores deberán conformarse con un menor número de venados en el intercambio (hasta que parte de esos cazadores se redirija a producir venado). En el extremo, si los cazadores consideran que la carne de castor es de peor calidad que la de venado, no se cazará ningún castor, no porque sea más costoso que los venados, sino porque no son lo suficientemente útiles como para incurrir en ese coste.
Pero, junto al caso anterior, Smith también reconoce que una vez se empieza a acumular capital, los directivos de las empresas de mayor tamaño pueden obtener salarios superiores a los de las empresas de menor tamaño aun cuando su tiempo sea fundamentalmente el mismo (“aunque sus beneficios son muy diferentes, su trabajo de dirección e inspección puede ser total o casi totalmente el mismo”). Es decir, el economista escocés observa cómo en las sociedades capitalistas el fenómeno de la escalabilidad contradice los presupuestos de la teoría del valor trabajo, hasta el punto de que los salarios de dos directivos se rigen “por principios muy diferentes, y no guardan proporción con la cantidad, las condiciones de vida o el supuesto ingenio de este trabajo de inspección y dirección”.
Una mayor perspicacia de Smith debería haberlo llevado a considerar que el salario de los directivos en plantilla dependía de su capacidad para anticipar y satisfacer las necesidades de los consumidores, proporcionándoles al menor coste posible aquellos medios que necesitan y que, de hecho, cuando no estamos ante un trabajo por cuenta ajena, esas remuneraciones deberían llamarse beneficios en lugar de salarios. Pero para ello Smith debería haber contado con una teoría del valor basado en la utilidad de la que carecía.
En definitiva, la teoría del valor trabajo parece ser cierta en sociedades muy primitivas donde todos los bienes proceden del esfuerzo físico de los seres humanos y donde el único coste de oportunidad pasa por elegir las actividades en las que trabajar. Tan pronto como la escalabilidad de las actividades pasa a ser posible -esto es, tan pronto como se puede generar valor sin trabajo adicional- la teoría queda ridículamente en evidencia y sólo enormes piruetas argumentales desligadas del todo de la realidad permiten mantenerla vigente. Algunos, no obstante, siguen dispuestos a dar dobles saltos mortales en el terreno de la ciencia.
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poes esto es muy
poes esto es muy interesnte en la parte lo que mired la verdada