El mundo financiero está intervenido ad nauseam. Por eso quienes atribuyen la actual crisis internacional un exceso de liberalismo derrochan fantasía. En un intento por suplantar al orden espontáneo del libre mercado se ha ido otorgando a lo largo del último siglo el privilegio de gobernar el sistema a toda una casta de funcionarios y políticos, dotándoles de amplios poderes discrecionales para, supuestamente, velar por la salud de las monedas y aminorar las crisis financieras. El mismo hecho de que se nombre a una persona para alguno de estos cargos parece insuflarle una infinita clarividencia a los ojos de la ciudadanía. Los hechos, como vamos a ver, apuntan a una realidad bien distinta.
En marzo de 2007, cuatro meses antes de que se desatara la crisis financiera internacional, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, aseguró en el Congreso de los Estados Unidos que «los problemas en los mercados subprime estaban contenidos». Es más, se atrevió a afirmar que el aumento de las ejecuciones hipotecarias no tendría un impacto en la economía en general. Aún en mayo el gran monopolista monetario seguía en sus trece. En julio, cuando empezaba a reventar la burbuja que su institución había alentado durante años con la política de «crédito para todos» sin respaldo de ahorro real, Bernanke indicó que las pérdidas del sector hipotecario podría llegar a sumar entre 50.000 y 100.000 millones de dólares. Su nula capacidad predictiva y la de todo el servicio de estudios de la Fed volvía a quedar en evidencia en menos de dos semanas al confirmarse suspensiones de pagos en el sector hipotecario que superaban sus previsiones.
Así llegaron las grandes inyecciones de «liquidez» durante el mes de agosto del pasado año que Bernanke presentó como la necesaria y definitiva solución a todos los males del sistema. Sin embargo, lejos de arreglarse, los problemas financieros se agravaron y desde entonces el ciudadano de a pie ve cómo el poder adquisitivo de su dinero se evapora. Pasado el verano, helicóptero Ben, como ya se le conocía popularmente por su decisión de arrojar todo el crédito que hiciera falta desde la Fed, se desdecía de todos los pronósticos anteriores y anunciaba la llegada de una crisis general. A partir de entonces y hasta finales de año sus empleados se encargaron de cavar una nueva trinchera y en enero de 2008 el presidente la inauguraba asegurando «no barajar la posibilidad de una recesión en EEUU». A los que no confiamos en lo que cuentan los monopolistas, el anuncio nos hizo pensar que la recesión estaba al caer. Jean-Claude Trichet, por su parte, aseguró por aquellas fechas que el Banco Central Europeo que él preside ya había tomado «las decisiones que hacían falta» y descartaba una crisis inmobiliaria en Europa. Está claro que o bien las escuelas de banqueros centrales son un desastre o bien la honestidad es el valor al que menos atención prestan.
La ineficacia de las anteriores intervenciones sobre el ya de por sí intervenido mercado financiero llevaron durante las pasadas semanas a Bernanke y a Paulson a intentar calmar los mercados rescatando todo tipo de empresas poco después de haber asegurado que había que dejar caer a las instituciones financieras que quebraran. De esta manera los «sabios» dirigentes anulaban los incentivos para adoptar comportamientos prudentes en el futuro. Como era de esperar, quienes hacía unos meses no entendían que los Estados Unidos iban a entrar en una gran crisis, difícilmente iban a poder saber ahora cómo sacar al país del atolladero. En efecto, los rescates de la Reserva Federal y del Tesoro se convirtieron en los siguientes fracasos de los dirigentes del sistema financiero.
A día de hoy, los banqueros centrales siguen gozando inexplicablemente del crédito de muchos. Ahora Bernanke y Paulson intentan convencer al legislador de la necesidad de que una macro agencia estatal compre los activos bancarios de mala calidad con gigantescas emisiones de deuda pública que socializarán las pérdidas y hundirán el valor de la deuda y del dólar. Es más, quienes hace apenas unos días aseguraban que a pesar de la crisis el sistema financiero estadounidense era sólido decían esta semana a los senadores que «podemos estar literalmente a días del completo derrumbe de nuestro sistema financiero». ¿Todavía hay alguien que crea que los planificadores pueden sustituir al complejo orden espontáneo de un mundo financiero libre?
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