El tiempo dirá qué cuantía nos toca pagar esta vez por el empacho sentimental de nuestros conciudadanos.
Minuto 93 de la vuelta de cuartos de final de la Champions. En el marcador un 0-3 que permite a la Juventus acariciar la posibilidad de realizar una de las gestas más grandes del fútbol moderno; remontar el 0-3 de la ida al Real Madrid. Cristiano Ronaldo baja un balón al área y Lucas Vázquez se dispone a rematar a boca de gol cuando cae al suelo al recibir el contacto de un defensa juventino. Se pita penalti. Comienza la polémica.
Primero en redes sociales, en tiempo real, y acrecentada por la transformación de la pena máxima por Cristiano Ronaldo, lo que clasifica al Real Madrid y acaba con las esperanzas de la Juventus, y después en los medios de comunicación tradicionales.
¿Acertó el árbitro? No parece tener mucha importancia.
En unos cuartos de final de la Champions League entre dos equipos importantes no se escatiman medios. La jugada está filmada desde todos los puntos de vista posibles y la mejor calidad de imagen.
Por otro lado las reglas del fútbol no son especialmente complicadas y son perfectamente conocidas por la mayor parte de los aficionados a este deporte.
¿Cómo es posible, entonces, que la polémica pueda superar los pocos minutos que pasan desde que sucede la jugada hasta que la televisión haya emitido todas las diferentes tomas de la misma?
Los sospechosos habituales son nuestros sesgos cognitivos. Es lógico que todos los que hubieran incrementado su apuesta emocional en este partido según iban pasando los minutos (ya fuera porque quisieran que ganara la Juventus o que perdiera el Real Madrid) sean proclives a no ver penalti en esa jugada, porque su cerebro es capaz de reinterpretar la información que ven sus ojos para adecuarla a su deseo. Del mismo modo cualquier integrante de un grupo social que vea la victoria del Real Madrid como un objetivo común puede posicionarse automáticamente del lado de su grupo con independencia de la información que reciben sus sentidos.
Pero existen dos problemas adicionales que agravan consideradamente nuestros sesgos:
Las redes sociales nos permiten transmitir nuestra opinión sobre un evento prácticamente a los pocos minutos de suceder. En tan corto intervalo de tiempo el cerebro siempre nos va a conducir a emitir públicamente opiniones basadas en información muy simplificada. Prácticamente estamos emitiendo nuestros sentimientos en público sin ningún análisis. Y esos sentimientos son compartidos o rechazados por los sentimientos de otros usuarios, lo que potencia corrientes sociales donde prácticamente lo único que existe es señalización para sumarse o desmarcarse del sentimiento dominante. Y una vez que uno se sube a esa ola es muy difícil bajarse.
Por otro lado los medios de comunicación tradicionales tienen cada vez menos incentivos para realizar análisis sosegados de la información, y prefieren alimentar las corrientes sociales y la confrontación. El gran número de medios, y la posibilidad de encontrar información de forma gratuita, incluso sin publicidad, en internet, solo permiten sobrevivir a los profesionales del periodismo atrayendo al mayor número de consumidores. Y la mejor forma de hacerlo es explotar los sesgos de la población, no mitigándolos. Esto deja la información contrastada solo en mano de aquellos que se molestan en buscarla y filtrarla. Ampliando enormemente la distancia que separa a aquellos que invierten tiempo en su información respecto a los que la consumen prefabricada.
Por suerte estamos hablando de fútbol y esto no tendría mucha importancia si no fuera porque el resto de polémicas siguen el mismo curso.
Hemos asistido estos días a uno de las polémicas sociales más grotescas que ha vivido España en la última década; los medios de comunicación juzgaron de forma paralela a cinco individuos que abusaron de una mujer en los sanfermines de 2016. La sentencia judicial no llega a las mismas conclusiones que una parte importante de la población sacó del juicio paralelo y, exactamente igual que si se tratara de un penalti en el minuto 93, se monta una gran polémica. Aunque esta arrastra a casi todos los estamentos del país.
Multitud de personas leen la sentencia. Muchos para resaltar y sacar de contexto aquellas partes que le interesan a sus creencias preestablecidas o de grupo. Otros, los menos, para intentar entender una polémica que les deja perplejos.
Al igual que la media docena de tomas de la jugada entre Lucas Vázquez y Benatia, los hechos probados, los tecnicismos legales y los fundamentos del derecho no son obstáculo para que cada uno vea lo que quiere ver. Las redes sociales ya nos ha fijado en una posición a los pocos minutos de hacerse público el veredicto, y los medios de comunicación alimentan el fuego con titulares y tertulianos que solo vuelcan sentimientos o retuercen complejas leyes que desconocían quince minutos antes.
Se podría decir que hemos asistido a la derrota total y absoluta de lo que el premio Nobel de economía, Daniel Kahneman, llamaba sistema 2, y el sistema 1 ha reinado a su antojo durante muchos días en nuestra sociedad.
El problema es que los políticos, y los estamentos de poder de cualquier país, no se rigen por los sentimientos durante mucho tiempo. En cambio sí son expertos en aprovecharse de estas lagunas en la lógica de la población para sacar provecho.
El tiempo dirá qué cuantía nos toca pagar esta vez por el empacho sentimental de nuestros conciudadanos.
2 Comentarios
No importa quién tiene razón
No importa quién tiene razón sino quién es el enemigo. Pura mentalidad tribal-socialista, y nos solazamos en ella. Nos lamentamos de la guerra pero en realidad nos va la marcha, qué curioso
Anónimo, el mayor problema
Anónimo, el mayor problema suele ser, no saber quién es amigo.
En el amor y en la guerra dicen que todo vale, ¿no?